Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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La familia, otro tema en la pluma del Beato Manuel Lozano

por Lolo, periodista santo

Otro tema en la pluma del Beato Manuel Lozano: La familia.

La crónica que él hace de una familia de su mismo  pueblo; de unos padres y unos hijos que él mismo, Lolo, conoce; son sus amigos. ¿Escribe de ellos apasionadamente? No. Sólo cuenta una realidad que él, como cualquier otro podía ver. Presentar una familia así no es algo de mirar al pasado. Al contrario: es mirar al futuro.

Y ofrecer ese texto de una oración de “La madre numerosa”, es sembrar alegría y esperanza. Con la ilusión de que al leerla muchas madres, sientan el gozo de mirar a sus hijos ofreciéndolos a Dios: como Santa María hizo en el templo de Jerusalén con si Hijo Jesús.

 

                           Rafael Higueras Álamo

                    Postulador de la Causa de canonización de LOLO.

 

ORACIÓN  DE  LA  MADRE  NUMEROSA

Manuel Lozano Garrido

 Vida Nueva, nº 343,  24 noviembre 1962

            Tú, Señor, ¿cómo me ves, teniéndote que rezar siempre, mientras voy remendando calcetines, vigilo la olla exprés o pago cuentas de colegios y zapateros? De verdad que me gustaría hacerlo de rodillas, serenamente, con el velo de encaje a la cabeza y un rosario de nácar entre las manos.

            Luego, además, esta preocupación de que todo lo que tenga que contarte lleve dentro la simiente de un problema: que Ramoncal empieza a ir con las chicas y pienso que a veces me huye la mirada; que a Adolfo se le escapa el sentido de responsabilidad para con los libros; que Mari Carmen empieza a ser una tenaz mosquita de espejo; que se hace peligroso el llanto de Roberto; que ahora el padre suda como nunca en el despacho para ganar nuestro gigantesco pan de cada día. Pero a ver, ¿qué otra cara quieres que te ponga que esta seria de cruz gravitante que Tú mismo has sembrado sobre la ancha maternidad?

Las mujeres de anillo viejo no pueden hablarte más que con ese peso de un árbol crecido y ubérrimo sobre las espaldas o con el lento paso de vía crucis de unos hombros que aguantan, y cierta madurez en el ramaje de las ilusiones. Es la verdad y la digo, pero en seguida te ruego que me mires a los ojos cuando asocio las palabras “madre” y “cruz”. Fíjate si no hay en ellas el mismo estallido de primavera que en el “si” de mis relaciones, que en la mañana nupcial o que en el anuncio del primer hijo. Como Tú, las madres acabamos vistiendo de púrpura y llevando corona de espinas, pero apenas si importa cuando es el perpetuo azahar del amor el que nos nimba la frente y la santa túnica de la felicidad, la que cuelga desde los hombros. Cuando a nosotras se nos anuncia la maternidad, nuestro vientre se hace denso y tira hacia los ladrillos; son los senderos de las raíces. Los dos nos identificamos en el peso del mismo ciclo de fecundidad. Que ellos se pongan lejos y miren ahora a tu tronco, con sus dos mil años de fantásticas cosechas. Que se fijen también en mi bosque, con sus expertos retoños. Claro que los árboles verdes necesitan de fríos, huracanes, filos de popa y violento crecer en derecho, pero por dentro se mueve y canta una savia de vida que se llama felicidad. La Redención, como el trajinar por los hijos, tiene la alegre promesa de un vivero.  A tu Gracia y a mi maternidad les tocan milagrear las heridas en amor.

            Hay a quien le defrauda que la ilusión se monde de su cáscara de vestido de domingo, farolillos y perfume tumultuoso de la juventud, pero yo me quedo con el buen gusto entre los dientes de una pulpa madura y nutritiva. Bendito seas, Señor, por tantas manzanas como cuelgas de mi árbol. Cada noche hago cuentas y me rezuma por los labios la miel de la bienaventuranza de cada día. Hoy es el tono serio con que el primogénito se esfuerza para el  codo a codo con nuestra responsabilidad; o la ternura con que Maribel se inclina sobre el  “moisés” del hermanito; ayer, la bondad que mana de José Fernando; un día y otro, los desprendimientos de todos, sus delicadezas, sus cortesías, el limpio acariciar de sus ojos; o su fragancia de almas, todo eso que acercan los hijos hasta el mantel de mi corazón, como trozos de esa hogaza espiritual que Tú le amasas cada día.

            FATIGADA y todo, ¿qué otra cosa puede decirte una madre más que “gracias”? Gracias por tanto sillares de mujer fuerte y por esos dulces manantiales que nacen de lo hondo. Gracias por esa tu misma mirada a mis hijos (que aún no siembran), que a los pájaros y los lirios del campo. Gracias por este número sin fin de antorchas que han nacido y nacerán de mi lumbre. Y gracias también, Señor, por esa moneda tuya de oro que depositas en cada corazón y que ellos, te lo prometo, han de trabajar y crecer holgadamente en el buen afán  del amor por Ti en las criaturas.

*     *     *

 

ha dado seis hijos a órdenes misioneras

El mismo día, uno dijo la primera misa y otra profesó.

La familia entera se dedicó a la Acción Católica.

 

Manuel Lozano Garrido

Signo, nº 796, 16 de abril 1955 

            En el noviciado de Misioneras de Bérriz se ha celebrado una profesión religiosa. La nueva profesa pertenece a una familia numerosa, la de Mendoza Negrillo, en la que se han reiterado las vocaciones, y que por entero ha estado consagrada a la Acción Católica, figurando entre sus dirigentes. La profesa misma hace la sexta entrega de un ciclo de siete hermanos en el que, salvo el mayor, constituido en jefe de hogar, todos han ingresado en órdenes misioneras, los tres varones en la Compañía de Jesús y ellas tres en las Mercedarias Misioneras de Bérriz. 

            El acto ha constituido una destacada efemérides, por coincidir la primera misa del padre Juan de Dios, el mayor de los hermanos religiosos, venido ex profeso de Lovaina (Bélgica), y reunir por primera vez, después de muchos años a todos los familiares (algunos llegados de lugares como Centroamérica), que de nuevo han de iniciar una dispersión en la que ahora está incluido el destino misionero en las Islas Carolinas.

            Días antes empezaron ya a llegar a Bérriz todos los familiares. Las Mercedarias habían reunido previamente a las dos religiosas y a la profesa. Por su parte, la Compañía de Jesús hizo venir de Quito y Salamanca, respectivamente, a los padres José Ignacio y Jesús, y de Lovaina, al padre Juan de Dios, que acababa de recibir la ordenación sacerdotal.

            El retiro preliminar fue dado a la religiosa por el misacantano, y la fiesta definitiva tuvo un cuadro de sencillez, como asimismo la primera misa del nuevo sacerdote, que por imperativos del ceremonial hubo de cumplirse como un acto más de la profesión.

            El voto fue tomado por el hermano, auxiliado por los otros dos. Entre la comunidad figuraban sus dos hermanas, y en sitio preferente la madre seguía con emoción visible la liturgia del acto. Después diría: «Ha sido el acto más feliz de mi vida. ¿Qué quieres, Señor, a cambio de esta felicidad?» El deseo de Cristo llegó pronto: la general de las Mercedarias manifestó la necesidad de enviar a las Islas Carolinas como misionera a la hija mayor. Ha sido ésta una ofrenda más que el cielo debe haber contabilizado.

            De esta referencia, tal vez nazca una pregunta: ¿quién es esta familia Mendoza de tan impresionantes coincidencias? Hela aquí. 

DOS MAESTROS SE CASAN 

            Cuando hubo de constituirse el matrimonio Mendoza-Negrillo, gozaba de cierto preámbulo docente y tuvo un destino de tal. Maestros ambos por vocación, cristianos y brillantemente capacitados, encontraron en la labor pedagógica circunstancias para sembrar la palabra de Cristo, y a ellas se entregaron con fe y entusiasmo.

            De don Ramón Mendoza dice ya algo que por su labor educativa se le nombraba hijo predilecto de la ciudad natal –Begíjar- y que en una calle luzca su nombre. Fijada su residencia en Linares, aquí cumplió hasta su muerte, ocurrida pocos años hace, la heroica tarea de un magisterio ejercido a conciencia, de cuyos frutos se han nutrido todos los estamentos sociales. Oficinas, talleres y centros de estudio recibieron muchachos suyos con una preparación básica a la que se unía cierta educación y una sólida piedad. Todo infundido con métodos persuasivos, en los que nunca tuvo nada que hacer el «la letra con sangre entra». Pero si al maestro preocupaba el futuro vocacional de los próximos hombres, mucho más le urgía la continuidad de su obra religiosa, que halló en la A. C., a la que encaminó generaciones enteras de escolares que incluso llegaron a ejercer la presidencia.

            Pero no queda a la zaga de vida de doña Ana Negrillo, su ejemplar compañera. Todo lo dicho del esposo tiene, en lo femenino, similar aplicación. Añadamos que, por especiales circunstancias, ha podido llevar adelante la empresa de generosidad que juntamente iniciaran. Ahora, esta mujer, de una sencillez impresionante, apenas tiene ya qué ofrecer a Dios, aún incluida su propia actividad, consagrada a la oración y al apostolado. Entre sus manos sólo quedan las cuentas del rosario, que desgrana lentamente, mientras su corazón acaricia esa otra sarta de hijos misioneros esparcidos desde el Ecuador a Oceanía. El gesto es bello, pero ¿verdad que es duro? Sólo ella lo sabe. Por eso decía, comentando las lágrimas del día de la profesión: «Hijos: habéis oído muchas cosas, pero nunca que el corazón deje de cumplir sus funciones». Con lo que daba a entender su natural dolor de madre; pero lo que no sabrá explicar nunca es por qué  su boca aflora sonrisas que no abandona ni cuando la oración coarta la frase. Sus labios, como los de Adela Kamín, siempre, siempre sonríen.

Y es que en esta fecundidad religiosa no pudo ella nunca ni soñar. Porque, como el otro Luis Martín, ilusionado con una vida religiosa que Dios no aceptaba, para darle en cambio un puñado de hijas consagradas y la santidad de una de ellas con el nombre de Teresa de Lisieux, doña Ana Negrillo había ansiado en su juventud las angosturas claustrales; pero el Señor demoró aquel deseo, que hoy ha cuajado en esta gavilla de seis vocaciones.

Apenas cuando pasen unos meses, el rito de la jubilación va a sellar la ingente labor educativa de esta mujer. Para entonces -se dice- acaricia la ilusión de buscar una ciudad equidistante de los conventos en que habitan sus hijos. Eso sí, su residencia ha de tener la proximidad de un sagrario, donde viva en comunidad de espíritu con los suyos y dialogando con Aquel a quien entregó mucho más que la existencia.

DE TAL PALO...

Con padres así no puede sorprender lo que digamos de unos hijos, cuya educación y enseñanza llevaron personalmente.

Sumariamente: Ellas tres se bastaron para infundir a un Centro muy importante de chicas temperatura y espíritu misional. Y esto es una sola faceta de sus múltiples actividades. La menor, por ejemplo, cumplió con las adolescentes una misión para la que no existen calificativos. En la edad de las crisis y las sorpresas, supo calar, con cariño y simpatía en los corazones, ganándolos a la confianza. ¡De cuántos peligros no libraría con sus consejos!

Fue análogo lo que entre aspirantes hicieron sus hermanos Jesús y José Ignacio. ¡Qué estupenda aquella Sección de Piedad que llevaba el primero con puñados de chavales comulgando a diario y con capillas atiborradas en retiros u ejercicios!

En el Centro en que nació la decuria, José Ignacio ha sido uno de los hombres que más llenaron la función, ideal del instructor. Haciéndose un “peque” más, Cristo supo de muchos chicos, en la edad de la generosidad, ganados por él.

Juan de Dios, que es el que ahora celebró su primera misa, dejó una huella imborrable como vocal de Peregrinación y en el apostolado radiofónico. De su Centro llevó a Zaragoza más peregrinos que el resto de la diócesis juntamente. Y con un espíritu a prueba.

Ha sido, pues, ésta una familia íntegramente dedicada a la Acción Católica. Hasta el único hijo seglar fue fundador de un Centro castrense.

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