Martes, 24 de diciembre de 2024

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Los tres pilares de la vocación de la virgen consagrada

por Un camino de fe

Los tres pilares de la vocación de la virgen consagrada

La virginidad, la esponsalidad y la maternidad son los tres pilares donde se sustenta la vocación de una virgen consagrada. Estos fundamentos se enraízan en la consagración bautismal. El bautismo es el sacramento de donde se inserta la vocación a la virginidad consagrada. La consagración virginal se entronca en la consagración bautismal.

Jesús ha tomado un modo de vida en virginidad, y llama a mujeres a vivir de la misma manera. Jesucristo es el fundamento de la virginidad cristiana. El Hijo de Dios, al encarnarse se hace hombre, asume un cuerpo de hombre: es el  misterio de la encarnación. Jesús realizará a lo largo de toda su existencia e historia humana aquello que él es desde toda la eternidad: el misterio de su filiación. Es justamente en esta continuidad lo que él es desde siempre y lo que es en cuanto Hijo encarnado, desde donde se debe entender su existencia virginal humana.

De este modo, la existencia humana de Jesús nos abre al misterio de su filiación. Entregándose al Padre por todo hombre como Esposo, engendra hijos para Dios. La virginidad de Cristo no es estéril, ya que por su entrega Él engendra nuevos hijos para el Padre. Cristo es el Hijo que desde su amor virginal se entrega a la humanidad como Esposo y la fecunda con la vida del Espíritu, haciendo de los hombres hijos en el Hijo (cf. Rm 8,14). Con su entrega por todos, el Hijo se convierte en el Esposo que da su vida en la cruz por todos, que acoge el dolor y el sufrimiento de cada hombre como suyo para que este pueda encontrar el camino de su salvación. Este es el camino que ha de seguir la virginidad consagrada, desde la filiación a la esponsalidad, para llegar a la maternidad espiritual.

De la misma manera, podemos ver en María un modelo eminente de esta entrega esponsal. María es, como el Hijo, virgen. En este sentido, María es virgen porque acoge la llamada del Padre con su sí, entrega y docilidad, y responde a ella con la entrega de su vida a la voluntad de Dios: como Jesús reconoce a Dios como Padre desde la entrega de su ser virginal. La virginidad de María se entiende desde la virginidad del Hijo, y este desde la virginidad del Padre. María es virgen porque su ser está anclado en Dios-Padre, como hija. Ella es la hija predilecta del Padre, que acoge su voluntad con obediencia filial. Por ello, la filiación en María que conlleva la acogida de la voluntad de Dios, y por tanto, de la misión del Hijo, la convierte en Esposa que acoge la obra del Hijo y que se hace una con la misión de su Hijo en la cruz. Este ser esponsal la abre a la fecundidad y a la bendición, le abre a la maternidad. María es la madre del Hijo de Dios, y acogiendo la entrega del Hijo en la cruz, se convierte en Madre de todos los hombres.

La Iglesia, a imagen de María, se convierte en virgen, esposa y madre. La Iglesia es virgen porque en su seno se derrama la gracia de manera sobreabundante, y porque acoge en sí misma a los hijos que viven en virginidad; es Esposa porque acoge la obra de salvación del Hijo a los pies de la cruz; es Madre porque ella acoge a todos los hombres para que alcancen la gracia del Hijo y lleven a cabo la voluntad de Dios obedeciéndolo. La relación entre María y la Iglesia es tan estrecha que todo hijo de María es hijo de la Iglesia. La Iglesia engendra hijos para el cielo, para comunicarles la vida en el Espíritu que ella ha recibido en su seno. María y la Iglesia son inseparables.

En este sentido, el Hijo llama en la Iglesia a mujeres a vivir en virginidad, llevando su misma vida, siguiendo sus pasos. La vida virginal es seguimiento de la misma vida que llevó Cristo como ofrenda al Padre. Esta manera de vivir, como modo propio de la vida de Jesús, es el modo más perfecto y pleno de la entrega de Dios en la carne.

Así, la vida en virginidad del Hijo de Dios como don del Espíritu, es fecunda. De este modo, cada mujer llamada a vivir en virginidad puede ser fecunda generando nuevos hijos, en una entrega total de su vida y corazón que pertenece solo a Dios. Por ello,  la maternidad virginal también es fecunda en el Espíritu. La vida virginal es fecunda porque, desde un corazón indiviso, cada virgen consagrada puede entregarse a cada hombre, por el don del Espíritu que le capacita para ello. La maternidad espiritual es posible desde la virginidad, como don del Padre en el Espíritu. Presupone una entrega total de sí al amor esponsal de Cristo que se dona en plenitud. El amor de entrega de la virgen consagrada tiene un carácter esponsal porque está unido al amor de Cristo, como Esposo, convirtiéndose la virgen consagrada en Esposa, llamada a vivir de ese amor en plenitud.

La virginidad es un modo de seguimiento de Cristo para vivir como esposa que se hacen uno con el Esposo, y a vivir en plenitud el don de la maternidad, que acoge a cada ser humano para llevarle la misma vida de Dios.

 

Belén Sotos Rodríguez.

 

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