Orar con el rostro arrugado
El otro día disfrutamos de una cena con amigos de nuestra comunidad y, como no podía ser de otra forma entre cristianos, acabamos orando un rato todos juntos.
En un momento de la oración, no pude evitar observar que todo el mundo estaba con los ojos cerrados, muy concentrados, mientras que yo era el único que los mantenía bien abiertos. Rostros serios, casi circunspectos, acompañados de alabanzas a Dios, peticiones e incluso alguna canción.
Como en un déjà vu, recordé cómo un par de semanas antes tuvimos otra cena con amigos donde se hizo oración de una manera muy parecida. Aquella noche, yo veía a la gente muy hierática, con esa misma cara de "oración" que tanto me impactó anteanoche.
No sé si será irreverente decirlo, pero a mi me da devoción rezar con naturalidad y poner cara de que no estoy "haciendo oración". Esperar que sea Dios quien actúe, y moverme cuando se mueve Él, sin intentar forzar las cosas ni fabricar la unción de la Presencia de Dios hasta que esta no llegue.
He de confesar que no siempre lo consigo, y a veces soy el primero que pone cara de elevado y habla con voz de ungido cuando me pongo a orar en público. Incluso alguna vez he levantado las manos cuando no me apetecía y, en ocasiones, me refreno de hacerlo para no destacar.
Pero cuando consigo acordarme de que a Dios hay que ir con lo que somos, y tal como estamos, me siento más en línea con cosas que he aprendido en el mundo ignaciano y en el mundo carismático.
En los Ejercicios, siempre nos decían que debemos orar en la postura que nos ayude más ("entrar en la contemplación, quándo de rodillas, quándo postrado en tierra, quándo supino rostro arriba, quándo asentado, quándo en pie"). Y en la Renovación Carismática siempre se dice aquello de levanta las manos solo si quieres y ora como quieras, con absoluta libertad.
Por supuesto, orar es algo que concierne a la persona entera; se ora con la boca, con el cuerpo, en espíritu y con el corazón. La gestualidad es también parte de la oración (como lo es en la Liturgia) y por eso muchas veces exteriorizamos por fuera lo que está pasando por dentro, y está bien que así sea.
Lo que me preocupa a mi es lo que evidenciamos cuando nos sentimos obligados a adoptar una pose, usar una gestualidad concreta o demostrar una afectación que no corresponde con lo que pasa por dentro. Sin quererlo, somos animales gregarios y de costumbres, y es muy difícil no mimetizarse con lo que está pasando a nuestro alrededor cuando nos reunimos a orar en grupo.
Y por eso, en algunos ambientes exhibimos poses afectadas, cambiamos la voz para orar e intentamos que nuestros gestos sean píos y elevados. Claro que, en otros, nos sentimos obligados a levantar las manos, exagerar los gestos, y, por qué no, tener algún que otro descanso en el espíritu.
Y todo eso está bien, mientras salga de Dios y no de nosotros mismos, y se pueda decir que es un gesto genuino de oración y no solo una costumbre aprendida o un modo de orar heredado. Mi sensación, no obstante, es que muchas veces no es así y la gente se siente incómoda cuando se ve obligada por el ambiente a poner las manos de tal o cual manera.
Y esto genera distracciones, como cuando por ejemplo alguien tiene que estar de rodillas demasiado tiempo y no se le permite sentarse para poder concentrarse en la oración. Aunque suene a tiempos pasados, recuerdo cómo un jesuita nos contó del encontronazo que tuvo con un compañero porque decía que en la oración había que sufrir y por eso tenía que hacerse de rodillas entera.
Y es que, en esto de la oración en grupo, es muy fácil dejarse llevar por estilos que, al fin y al cabo, son meras formas exteriores que no tienen porqué dar vida.
Por ponerlo en positivo, me encanta el Jesús de The Chosen, su vivacidad, su relax y la capacidad de hacer guiños que demuestra en medio de sus enseñanzas y momentos trascendentales. Es un Jesús divino que… es humano; que ora al Padre con fervor y con la confianza de un hijo, que sabe hacer una broma a tiempo para desdramatizar una curación, y que se goza en lo que está haciendo.
No sé por qué, tengo la sensación de que muchas de nuestras oraciones y celebraciones no dejan ese sabor de boca. Ya sea porque forzamos, o porque queremos parecer algo, el caso es que muchas veces dejan un cierto gustillo a duro, esforzado y estirado. Y cuando no es eso, pecamos por el otro extremo de ser demasiado expansivos y extravagantes.
En lo que nos toca, lo que practicamos y enseñamos, ojalá que siempre podamos decir que oramos con la fe, antes que con la pose, con la confianza antes que con la fuerza. Yo desde luego, así lo enseño y a eso aspiro, aunque no todas las veces esté a la altura del ideal.
Ante todo, normalidad, pues nada hay más sobrenatural que mostrarnos como quiénes somos ante Dios y ante los hombres.
Por eso, cuando estamos orando en grupo, le pido a la gente que abra los ojos de vez en cuando, que no ponga "voz de oración", que sean naturales como un niño hablando con su Padre, y que dejen la intensidad para el Espíritu Santo, que es quien la trae cuando viene con su fuego abrasador.
En conclusión, en estas Navidades, oremos con una sonrisa, un gesto de paz o lo que más nos ayude, con santa libertad, profunda devoción y ante todo, con fe. ¡Acerquémonos al pesebre como lo haría un amigo, un hermano y un hijo!
Estoy seguro de que Dios se goza con sus hijos tal como son y como están, y siempre mira la fe y la intención con la que nos dirigimos a él.