Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Una para cada uno

por Lolo, periodista santo

             Vamos mediando la cuesta de enero… Siempre se ha dicho de esta cuesta que es muy dura. Se han apagado las luces de Navidad en las calles. Este año han sido menos luces: es que la crisis… Pero este año la cuesta, pues también es más cuesta. Sigue la ‘recesión’. Muchas familias, pero muchas, muchísimas, sufren… Cuando escribo esta nota introductoria a los renglones esperanzadores del Beato Manuel Lozano, que van a continuación, ya se habla como algo ‘definitivo’ para el 2012, que el salario mínimo se congela. (Hace dos meses en este mismo blog iba otro artículo de Manuel Lozano  que se titulaba así: Salario mínimo: 61 ptas; y era noticia de alegría y muy positiva esa cantidad en aquellas fechas…). Ahora ya van 11 años de  este siglo XXI. Y cuesta leer renglones que hablan de esperanza…; ¡que le digan esto al que ya agotó hasta el subsidio del paro…! Hasta dudaba yo si seleccionar para este momento ese artículo… Pero he pensado: ¿alguien  más sufriente que Lolo? ¿él, a quien le negaron un subsidio de enfermedad cuando era un enfermo desde la coronilla hasta los pies? ¿Él, a quien se le dijo que no tenía derecho a pensión  -de ningún tipo-, porque había vivido tan pocos años de salud, que no le “dio tiempo” a cotizar no sé cuantos meses? Hablando sobre Manuel Lozano Garrido alguien escribió: “A grandes problemas humanos, sólo caben soluciones divinas”. Desde esa afirmación traigo a colación este escrito suyo. ¡Pidiendo soluciones divinas! Pero con el convencimiento de que Dios quiere y necesita actuar con las manos de los hombres.

                                                                                                          Rafael Higueras

UNA PARA CADA UNO[1]

 Por Manuel Lozano Garrido

Cruzada, nº 27, marzo 1962

            Os hablo a vosotros, que vivís siempre de cara a las estrellas, aunque la vida os ponga a veces un telón de tejas y ladrillos.

            Las estrellas son como espejos, creados para reflejar mi alegría. Si están tan altas es porque quiero que el haz de mi gozo descienda en catarata y os bañe por todos lados.

             Mirad si ya sois gente la que puebla la Tierra. . . Bueno, pues para cada uno tengo Yo una estrella y todavía me queda para los que vengan e incluso me sobran para guardar.

          Cuando vais a nacer, Yo cojo una, la bruño y os la prendo en la frente a la hora del   bautizo. Y luego, la vida y los accidentes os la van oxidando, como la humedad estropea las cosas metidas en los rincones. De vez en vez, cuando pensáis y decís de ser buenos, Yo aprovecho, alargo mi brazo y os bruño con la manga las luces de la frente, y mi paz os rutila como el cometa que corre por el cielo.

             Cuando llega el otoño, veis caer la niebla, la lluvia y hasta oís cómo ruge el huracán, pero, a pesar de todo, sabéis que las estrellas están fijas en el firmamento y parpadean por encima de la borrasca. Así también con las tribulaciones, el dolor y las horas grises. Tendréis lágrimas en los ojos, roces y líneas anubarradas en el horizonte, el gozo mío y los cascabeles de mi corazón transminan las tempestades y se meten radiantes en el corazón, como los Rayos X traspasan vuestro pecho para curiosearlo por dentro.

             Mirad: cuando alguien sonríe, apenas si necesitáis de su palabra. Os lo dice todo con el  destello de los ojos y la comisura de los labios. Conmigo igual, o mucho mejor, porque Yo os hablo con los sucesos y todas las cosas que os rodean. Lo que os va a pasar mañana, Yo lo sé mucho antes y lo tengo en la cabeza y el corazón como la novela que habéis leído en la hora de reposo. Mi mano es tan poderosa como la del niño que hace un juego de arquitectura y retira a voluntad las piezas que no le gustan. Me sé de memoria el dolor que os tiene que venir y todas las zancadillas que os pondrán en la vida. Si no os las quito, confiad en que más vale así, porque todos los caminos pasan por el arco gozoso de mi cariño. Mi ternura es como el sidol de las criaturas que tienen alma. A un padre no se le olvidan nunca los gastos de cada mes, y hasta los domingos os da para que vayáis al cine y compréis caramelos. Al lado de mi Providencia, la ternura de un padre es como un grano de anís. Si Yo estoy en que los granos de espiga tengan una cascarilla y la fruta cera para que no se pudra, ni que decir tiene que mi brazo está por dentro del dolor necesario para que nunca os tambaleéis y tengáis fuerza para meter en tierra el grano de vuestra vida, a fin de que se pudra y dé fruto. Los ojos que se cierran los pulmones que se envaran, el ritmo anárquico del corazón, el andar que se hace prohibitivo, son cosas que se ven aquí tan negras porque están ya mudadas a la Gloria, instaladas en mi Reino, desde donde Yo tiro de toda vuestra naturaleza.

              El dolor, pensadlo bien, es como una niebla física, que dura diez o quince años, el tiempo que estéis en un sanatorio o en el cochecito, pero, si confiáis en Mí, os garantizo que cada "ay" es como una pasada de mis dedos que van puliendo los resplandores de vuestra felicidad. Antes que nada, que no se os olvide de pensar en Mí como en un Padre.

 



[1] Publicado también “Enfermos misioneros” (nº 76; mayo 1966).

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