Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Doce campanadas

por Lolo, periodista santo

 Fin de año. A Lolo, el Beato Manuel Lozano Garrido, paralítico total y con una dieta rigurosa, se le ocurrió “tomas las uvas” de un modo bien distinto. Y de ese modo  lo hizo en dos diversos finales de año  Os brindo sus palabras. Seguro que os  aprovechan, quizá más que las uvas…

                                                Rafael Higueras Álamo

 

DOCE CAMPANADAS[1]

 

 Manuel Lozano Garrido

Prensa asociada, 27 de diciembre de 1965

Y doce peticiones. Cuando las ruedecillas del reloj crujen y el martillo se alza para dar su alegre toque inicial del año, un hombre se arrodilla con todo ese estallido de esperanza que es la más sincera oración. Al primer golpe, un deseo; al segundo, una aspiración; al tercero, una esperanza y, en todos, Dios encima, con las manos abiertas y una fruta a punto, que se hace don y eficacia.

 

A la primera

            Es medianoche y hay estrellas, que a veces se ocultan por los nubarrones. Momentos así hay muchos también en mi vida y en mis horas. A lo que voy es a que, antes que nada, te pido que me ayudes a vivir siempre a mediodía. Si los sucesos se bañan de gris, yo a mediodía; si amanece y en el entrecejo se clava una preocupación, también a mediodía; si a la caída de la tarde mi frente se dobla por el cansancio y la angustia, mediodía en el alma: el sol irradiando desde dentro; Tú, hecho horno, purificando todas las dudas, iluminando con la luz de la fe mis pobres tinieblas de hombre.

A la segunda

            El reloj hace tín, tín; yo, a su vez, quiero decir “que sí”, “que sí”. En el preámbulo de 365 días, quiero colocar un ancho sentimiento de aceptación; mi mente y mi corazón como una página en blanco, con la firma muy bien estampada al pie de la cuartilla, para que Tú escribas renglones muy derechos con todos los detalles de tu voluntad. La carne dirá que no y los labios se morderán para que no entre una gota de acíbar, pero Tú ya sabes que es “que sí”; que lo que quieres es siempre bueno, dulce, grato, misericordioso y conveniente.

A la tercera

Un préstamo: déjame tu corazón por los tres, nueve o quince años que pueda vivir todavía. Tu corazón, no para el egoísmo de hacerlo todo fácil, sin esfuerzo, sino para hacer bueno ese deber que es amarte a tu medida; que me da pena ver lo gigante que eres en eso del amor y el corazón de ratoncito que hemos de tener nosotros a la hora de corresponder.

A la cuarta

            Mira a un niño, cualquiera de esos tan gratos a tus ojos, y que ese sea yo. Esto suena a milagro, porque mi inocencia se rompió casi dos días más tarde del juego de las canicas, pero Tú has dicho que es posible que los hombres nos hiciéramos como niños. Se puede pensar, obrar, esperar y amar en niño, con abandono de niño, con despreocupación de niño, con alegría y esperanza de niño, dándote la mano y echando a andar alborozadamente por el camino de la vida, porque la certeza y el poder se dan en Ti a tamaño infinito. Sea lo que sea, yo un niño, pian, pianito, caminando hacia el horizonte.

A la quinta

            Soy un hombre de soledades, de dolorosas y no buscadas soledades. La soledad es fecunda. Lo sé porque a mí me ha desgranado sus espigas en todas las estaciones. Pero la soledad es áspera y dura, gris, casi invisible. Para la soledad quiero tu imagen, que entre en mi habitación, negra o lluviosa, y yo la veo vestida de Nazareno, con tu limpia y ardorosa mirada, con tus propias manos que todo lo tocan y lo van festoneando de vida, soledad en tu compañía, rumorosa de Ti, glorificada de Ti.

A la sexta

            Campanadas en el corazón. No una ni doce, sino muchas y sonoras campanadas dentro del pecho y en el eje de la frente. La alegría que eres Tú, el optimismo que rebosa por toda tu figura, como si tuvieras un grifo abierto encima de la cabeza. Si en mis ojos pujan las lágrimas, que yo suene a cristal, y que los demás sólo me oigan a bronce. Yo únicamente pudiera repicar a hojalata, pero el timbre que viene de Ti está fundido de plata y se escucha como una panda de niños que juegan al corro. Alegría, venga la alegría.

A la séptima

            Si a uno le tocan las quinielas, lo mete en el Banco y a fin de año cuenta con unos intereses fijos, y siempre con el capital, que puede retirarse como un cheque. Que nos toque es problemático, pero lo que sí es seguro es el tesoro de felicidad que Tú nos has inscrito en el Cielo. Los réditos, aquí ya, son la felicidad. Es lamentable que ninguno explotemos la verdad y el filón de la esperanza. Que el Nuevo Año me amanezca con las manos abiertas, en alto, ya esperando en Ti, de Quien somos semilla –promesa de fruto-; en los demás que son más ricos en su bondad que en su miseria, y en mi, que la razón de ser la tengo en un destino de amor. La vida, una carretera sin desviaciones, asfaltada, derecha, con una gran plazoleta en la punta, donde vives y aguardas.

A la octava

            Dentro de mí hay un “yo” con bayoneta y casco de acero. Mi conciencia está herida por sus torvas reclamaciones. Se niega al deber, a la superación, a lo que sea renuncia y al esfuerzo necesario. Su voluntad es de azúcar, de comodidad, de vida fácil. Mi corazón, así, está acuchillado por las claudicaciones y remordimientos. Con todo, hay una paz para cada hombre, la que Tú nos diste, la que nos dejaste, la que quieres que sea siempre con nosotros. ¡Oh, la paz voceada por los ángeles, a tu vera de Niño silencioso! Óyeme ahora gritar y llorar por la paz, por la serenidad de la conciencia, por la fidelidad del corazón, por mi vida gloriosa, escrita con letras de oro.

A la novena

            En la senda de mi vida, el dolor ha venido con su banderita roja como un guardabarreras; que deja caer la empalizada. De aquí para atrás está el buen recuerdo, y la añoranza de los momentos felices; al frente, cualquier suceso sin nombre, con una hiriente enredadera. Contar con el dolor desde la carne es abonarse a las efigies de los fantasmas, con su terror y el arrastre de cadenas. El dolor, desde Ti, ya no tiene pasado ni futuro, es sólo realidad, fluir de savia, arborescencia y redención. No quiero pensar ni en la noche ni en el alba, sino estarme contigo a las doce de la mañana, cuando las penalidades zumban alegres, como abejas laboriosas. Que mi calendario no tenga más que un hoy: el día signado con tu nombre.

A la décima

            Yo no soy yo únicamente, sino yo, el hermano, el amigo, el desconocido, el extraño y hasta el enemigo. Lo que hago a solas es para mí y para los otros. Si malo, los daño; si bueno, los beneficio. Nos trabamos todos, como en el juego de “al paso la calle”. Mi derecha yo te la doy a Ti y mi izquierda a un hombre cuyo rostro no conozco. Como es así, súbeme por la muñeca una ancha conciencia de comunidad, el sentido de ser argamasa y ladrillo del bien de los hombres.

A la undécima

            Un esperanto con el que se me entienda siempre, la palabra “gracias”. “Gracias”, sudando y reposando, oyendo la radio y con quebraderos de cabeza por la contabilidad que llevo, recibiendo una paga “extra” y rellenando recibos de anticipos. “Gracias” por el descanso y por el insomnio. “Gracias” por la aspirina y por las neuralgias inaplacables. “Gracias” por el rencor que no me gané y la caricia que tampoco merecía. “Gracias” por la carta que me llega y por la compañía que no recibo. “Gracias”, de Ti y por Ti, a los demás, por su buen corazón y a mí mismo, incluso, por el instinto de bondad que sembraste en el eje de mi vida y que ahora retoña.

A la duodécima

            Por último, el silencio. Que se acallen los relojes y yo sepa también enmudecer. Más que palabras, concédeme silencios. Chirrín a las críticas, a las banalidades, a las quejas y a la espita de los rencores. Silencio cuando la vida me pase una factura que no reconozco, dedo en los labios cuando el cansancio me tire de ellos para la inconformidad, labios apretados cuando toda la carne sea una pura rebeldía. Silencio el mío del Tuyo, de aquel de chiquitín, en el Pesebre, y del otro, ya mozo, claveteado en una cruz. Hombre callandito yo, como el que anda siempre de puntillas.

 



[1] Sobre el mismo tema de las 12 campanadas de fin de año, publicó Manuel Lozano otro artículo en 1954 tanto en Signo, como en la revista Linares.

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