Una chica hermosa y sucia, orinando en la calle.
Una chica hermosa y sucia, orinando en la calle.
por Josue Fonseca
Vivimos de imágenes. Momentos que quedan grabados en nuestra memoria y que van haciendo lo que somos. Fue hace unos años: una noche de fines de verano volvía, con dos amigas, desde el centro de Amsterdam a mi hotel, situado cerca de Vondelpark. Las aceras son estrechas en esa zona de la ciudad, y no hay demasiada iluminación; fue entonces cuando percibimos una silueta acurrucada en penumbra: yo me adelanté y continué andando, más despacio. Al llegar a su altura descubrí a una chica en cuclillas orinando en mitad de la calle, aunque a esas horas no había más espectadores. Al poco rato se irguió y echó a andar, enseguida se puso a mi altura y pude verla bien: era una muchacha bonita de piel muy blanca vestida con una zamarra militar, pero sucia y de aspecto perdido. Le pregunté cómo se llamaba: “Janine”, me respondió en excelente inglés. “¿Puedo ayudarte?”, “No, gracias”… Cruzando la calle se dirigió al cubo de basura de un burger cerrado, donde comenzó a chupar los sobrecitos usados de mostaza y kétchup y a beber con avidez los restos de Heineken que quedaban en las latas verdes. Lo intenté de nuevo: “Oye, ¿quieres que te eche una mano….? Mira, yo…” Y, nuevamente una amable respuesta “No pasa nada, ¿vale….?” Mis amigas miraban un par de metros atrás. Les dije: “Escuchad, a lo mejor está interpretando mal mis intenciones, hablad vosotras con ella, a ver si conseguís algo.” Así lo hicieron, yo entré en el hotel, que estaba justo al lado. No tuvieron mejor suerte, pero esta vez (me dijeron) se puso a llorar. Y se fue.
A lo largo de los años, he vivido muchas escenas similares, pero ésta, no sé por qué, ha permanecido siempre en mi memoria. Janine debía tener 20 años, y la noche se tragó para siempre el misterio de su vida. Yo seguí con la mía, con mi pobreza y mis limitaciones; también con mis deseos de ser un pequeño discípulo del Señor Jesús. Por eso, y desde entonces, aquella desconocida muchacha se ha convertido en un arquetipo para mí; un ejemplo de esa multitud desesperada, herida en cuerpo y alma, que en la calles y fuera de ellas camina sin saberlo por los pasos de la Via Dolorosa: esos a quienes me gusta llamar el Pueblo del Viernes Santo. He tenido que verlos en hospitales tras un intento de suicidio, a niños acostumbrados a las manos duras y pegadoras, a mujeres abandonadas, a hombres solos. Es el mundo de la aguja y la botella, pero también de los malos diagnósticos, de la gente normal y corriente que hace lo que puede y un día llora, como yo he visto llorar, diciendo:”¡esta vida es una mierda!”
¡Qué puedo decir! Yo también he tenido lo mío, y por eso creo entender a aquellos de quienes hablo, pero no hay vez, ni una, que ante una situación así no me plantee: ¿dónde está ahora la Iglesia de Jesucristo? Podemos estar escribiendo o leyendo un blog, o posiblemente en una reunión (esto es lo más seguro). Podemos estar discutiendo de liturgia o de pastoral, perdiendo el tiempo en nuestra sagrada burbuja, aislada del mundo, creyendo entenderlo todo, pero sin ver nada en realidad. Podemos hablar de lo divino y lo humano mientras el suelo, sencillamente, se abre bajo nuestros pies. Se me vienen a la mente los versos irónicos y realistas de Nicolás Guillén: ¡De que callada manera se me adentra usted sonriendo, como si fuera la primavera ! ¡Yo, muriendo!
Así es.
Y ya va siendo hora de que dejemos de ocuparnos de asuntos de cuarto o décimo orden, y comencemos a presentar a la gente una Buena Noticia de verdad. Por si alguien no lo sabe, el primer escalón en la predicación del Evangelio es que conocerte sea una buena noticia para quien te escucha. No podrás ayudar a nadie si no sienten que les quieres. Y no podrán aceptar la salvación si no te entienden.
Conocemos las preguntas del Examen Final. ¡Es el chollo que cualquier estudiante desearía! Las respuestas están en Mt 25, 31-46. Curiosamente ninguna de ellas habla de doctrina, pastoral, liturgia o metodologías, pero todas hacen referencia a Janine.
Y, por si alguien que lea estas letras tiene la tentación de decir: “¡Pero si la Iglesia tiene muchas instituciones que se preocupan por los pobres y necesitados: ¡hay cientos de religiosas, voluntarios, que dedican su vida a esta tarea!”, sabe que esto no se escribió para ellos.
Se escribió para ti. Y para mí también.
Que Dios te bendiga.