Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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¡De verdad!: ésta es la clave de la Nueva Evangelización.

por Josue Fonseca

Posiblemente, la razón estribe en que no se sabe muy bien qué hacer, ¿verdad? La enorme división existente en la Iglesia hace que algunos crean que la clave del asunto está en conseguir un compromiso sociopolítico mayor con los desfavorecidos, otros opinan que  las nuevas Comunidades Religiosas tienen la respuesta, y algunos piensan seriamente que muchos males se resolverían  si volviéramos a la misa en latín, y al cristianismo anterior a 1959, etc. etc.

Algunas de estas propuestas me parecen razonables. Otras me dejan perplejo. Por eso me gustaría que fuéramos (por una vez) un poco prácticos, y viéramos las cosas desde una perspectiva más lógica.

Los profesores tenemos la obligación de presentar anualmente una Programación en la que, básicamente, se describen dos cosas: la primera qué queremos conseguir, la segunda, cómo vamos a hacerlo concretamente. Ambos puntos deben ser objetivos y estar expuestos con total claridad. Obviamente, realizar dicha Programación resulta lo más fácil: lo difícil es llevarla a la práctica y por eso, lo primero que se exige, es que sea muy realista.

Hace unos años un obispo me presentó el Plan Pastoral Juvenil de una diócesis española considerada modélica. Su desarrollo era, también muy modélico, y se basaba en buena medida en los Agentes de Pastoral que debían llevarlo a cabo (cito de memoria): hombres “formados” espiritual y académicamente, de “vida testimonial”, generosos, entregados a los jóvenes, hombres de Iglesia, en comunión con sus pastores, y cosas así…

Bueno. Se supone que un chico o una chica necesitan 6 años de Educación Primaria, 4 de Secundaria, 2 de Bachillerato y 4 de estudios universitarios para alcanzar una capacitación profesional superior básica. ¿Y para ser lo que decía el Plan Pastoral?

¿Cuánto cuesta alcanzar una vida de oración estable? ¿Cuánto se tarda en controlar  el mal genio, o los impulsos sexuales no recomendables? ¿Cuánto tiempo lleva conocer la doctrina de la Iglesia en los múltiples aspectos de la vida? ¿Qué número de horas se necesita invertir para familiarizarse con la Palabra de Dios? ¿Y para conocerse a uno mismo, o no criticar?

Una madre voluntariosa ofrece sus servicios como catequista y será aceptada, aunque ella misma sea una niña en la fe y su preparación cristiana sea casi nula. ¿Han conocido ustedes monitores de Confirmación que se emborrachan, o que tienen relaciones prematrimoniales sin problema? ¿Conocen al típico muchacho “rarito” admitido en el Seminario debido a la escasez de vocaciones? Tengo lugares en mi mente en los que basta con que uno sea “trabajador” y “colabore” para estar en primera fila de la parroquia, independientemente de su madurez personal   y de su vida testimonial.

Estas cosas no son broma, pero coincidirán conmigo en que así  no se crea una Iglesia que sea testimonio. Sobre todo si muchos pastores siguen justificándose y diciendo que lo importante es “sembrar” (aunque cualquier agricultor normal sabe que sembrar es facilísimo, y que lo costoso es escardar, regar, vigilar, abonar y recolectar).

En los 3 primeros siglos del cristianismo existía un proceso catecumenal serio. Podía ser muy largo y se demoraba tanto como fuera necesario, hasta que el candidato al bautismo “obrara el bien sin dificultad”. ¿En qué consistía ser un “hermano”? Pues era muy sencillo y todo el mundo lo tenía claro: 1) Tener una relación personal con Dios a través de la oración y la vida sacramental 2) Vivir en comunión con su obispo, la enseñanza que éste transmitía, y con toda  la comunidad de hermanos presidida por él 3) Ser justo y caritativo en sus relaciones con los demás, especialmente con los pobres, y practicar la compasión.

Es muy sencillo, sí, ¡pero hay que tenerlo claro!

Y hay que tener claro también que conseguir un discípulo, al igual que un fruto escogido del campo, lleva tiempo, dedicación y amor. Hay que escuchar mucho, resolver dudas, orar por él o ella, animar… Hasta que sea capaz de dar a otros lo que él mismo recibió. Así llegó la fe hasta nosotros. Por eso estamos aquí. Hay que construir también una familia espiritual, de hermanos, con los que el nuevo convertido pueda vivir unos valores que el mundo no entiende ni acepta. ¡Eso no es crear ghettos, por el amor de Dios! Eso es construir la Iglesia de verdad.

Y para eso hay que atreverse a cambiar el modelo de  la propia Iglesia. Un hermano sacerdote me comentaba, tristemente, hace unos días, cómo el tiempo se le iba en decir misa tras misa, y que los feligreses se quejaban si tardaba más de 30 minutos en hacerlo. Sí, desde hace siglos ya, mantener a los “creyentes” ha robado el protagonismo a formar a los discípulos. Y seguimos igual.

Pero la clave de la Nueva Evangelización,  el punto determinante (créanme), es crear comunidades de verdaderos discípulos, que puedan dar testimonio a otros.

Y el objetivo de la Iglesia de Jesucristo es crecer, no engordar.

 

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