¿Estamos acertando con la catequesis infantil?
Todo el afán del sacerdote es conseguir que los niños se arrodillen al entrar y hagan una especie de visita colectiva al Santísimo antes de irse con sus respectivos catequistas a sus grupos.
Si uno resumiera las palabras que ha oído sonarían más reprimenda que a algo divertido, atractivo y que hablara del amor de Dios.
Siguiente día de inicio de curso, primer día de Catequesis de Confirmación…un montón de niños algunos un poco más mayores que los de Comunión, otros mucho más mayores; el mismo cura recién matriculado, y unos pocos catequistas de una edad que va entre los 18 y los 58 años.
El mismo discurso de hace unos días dado a los de Comunión, pero esta vez para los de Confirmación…lo cual me hace pensar que la capacidad de adaptación a la audiencia del que habla es nula, y lo más preocupante es pensar que esto pueda pasar en más ámbitos.
En ambos casos me da la sensación de estar en una parodia televisiva acerca de las cosas que se hacen en las parroquias, y a juzgar por la reacción de los niños, la Iglesia está muy lejos de captar su atención.
¿De verdad eso es todo lo que podemos hacer a la hora de plantear la catequesis infantil?
El pasado verano conocí a un estupendo youth worker (trabajador de juventud en la jerga eclesial anglosajona) que nos explicó en una presentación cómo aunque más del 70% de la gente conoce a Dios entre los 4 y los 14 años, como iglesia no dedicamos ni el 10% de nuestros recursos y nuestro tiempo a la atención pastoral de los niños.
La triste realidad de multitud de parroquias católicas es que la catequesis infantil es un auténtico pasatiempo y un coladero por el que todos los que pasan se acaban yendo de la iglesia en cuanto tienen un mínimo uso de razón.
Quizás por eso el directorio de catequesis, con buen tino, ha querido adelantar la edad de confirmación, y en ese compás de adaptación están una buena parte de las diócesis españolas.
Pero no es suficiente con eso, por válidas que sean las razones teológicas, porque la realidad incontestable es que a juzgar por la “tasa de retorno” que tenemos, no se sabe trabajar con los niños, ni con los adolescentes, y menos con los jóvenes.
Y eso no sólo se cambia profundizando en la gracia y teología del sacramento ni de la catequesis, hacen falta unos fundamentos que no se improvisan, y que repetidamente hemos demostrado no tener, que se refieren más a temas prácticos y de sentido común que a temas doctrinales.
¿Por qué la catequesis parece no funcionar?
Razones hay muchas, empezando por la pobreza de planteamiento de una catequesis que nace de parroquias que no están estructuradas como comunidades cristianas, de manera que el catequista no es más que un tapón de contención en medio de un océano, que se limita a dar una hora de catequesis a la semana sin poder hacer mucho más.
Se puede hablar también de la falta de primacía que se ha dado a la gracia en el proceso de primer encuentro del niño y posterior catequización, pues hemos caído en una catequesis finalista, que sólo buscaba llegar al sacramento y se estructuraba en torno a él.
Por eso adelantar la confirmación, que no es sino adelantar la gracia completa del bautismo para completar la iniciación cristiana, es una espada de doble filo, pues si bien nos recuerda la primacía de la gracia, nos obliga a confrontarnos con la falta de propuesta de las parroquias para la juventud una vez que se ha recibido el sacramento.
Y puestos a sacar razones, qué decir de la depreciación del sacramento en la que hemos caído, pues no hay valor ni métodos para proponer un camino conjunto a los padres con los niños, de manera que la fe nazca en toda la familia, y no se limite a un acontecimiento puntual, que tiene mucho de social y poco de cristiano…
¿Les suena a exagerado?
A los resultados me remito, no hay más que ver lo que se ha ido sembrando a lo largo de las últimas décadas y el resultado de una iglesia desierta de jóvenes.
Me dirán que hay oasis, que si tal o cual parroquia, que si este movimiento o el otro…yo también los conozco, y ojalá que hubiera muchos más, pero no es eso lo general por muchas vendas en los ojos que queramos ponerlos.
Ni la JMJ misma es un argumento para estar satisfechos, pues lo que demuestra es nuestra capacidad de convocatoria y la cantidad de peces a los que podríamos llegar si supiéramos hacer de la vida eclesial una JMJ constante.
Sin quererlo las JMJ encuentran la horma de su zapato cuando a la vuelta de las mismas los jóvenes se tienen que encajar en una realidad eclesial que no ha cambiado en nada, que no sabe cómo encauzar el cambio que se ha producido en ellos.
Cada cual ve la realidad según le toca, y la mía se refiere a la repetida experiencia de trabajar con parroquias de toda España que están ávidas de llegar a los jóvenes porque no los tienen, y precisamente los perdieron todos entre la comunión y la confirmación.
Al final la responsabilidad de toda esta situación recae un poco en todos: padres, catequistas, coadjutores, vicarios y párrocos, que bastante tienen con trabajar con lo que hay y conseguir que no se les caiga el edificio a pedazos.
Pero se puede soñar con algo distinto, se debe aspirar a algo más que a lo que tenemos; en ello nos va el futuro de nuestros hijos.
No se trata de echar las cuentas a nadie, pero sí de que busquemos soluciones y tengamos un poco de esa divina impaciencia que caracterizó a más de un santo y tanto bien acabó por hacer a la Iglesia en general.