Los niños de blanco y la "esencia del cristianismo".
por Josue Fonseca
Sentado en la segunda fila de bancos yo también he cantado y dado palmas, pero tengo que confesar que mi alegría no es completa. La verdad es que no puedo evitar pensar lo qué será de esos mismos niños dentro de un año, o de diez. Llevo más de 30 años en el “mundo de la pastoral”, demasiado tiempo como para saber que, si no ocurre un milagro, su futuro no será cristiano (como no lo es ahora el de sus padres). Lo sé yo y lo sabemos todos. Para la mayoría de la gente que lo solicita, la Primera Comunión es un acto de representación social en un porcentaje muy elevado. Quizá en tiempos no fue así, pero el componente religioso ha ido vaciándose a lo largo de las décadas, y se mantiene el socio-festivo, que sigue siendo bastante apreciado, pero que ya no tiene mucho que ver con El Reino Dios y sus valores…
Siempre escucharemos esta disculpa: “nosotros solo podemos sembrar…, solo Dios sabe lo que pasará”... etc. Esto es verdad, pero solo a medias en este caso, porque sí sabemos, de hecho, lo que está pasando, y lo que lleva años pasando. ¿Es honesto fingir que todo está bien sólo porque no se nos ocurre otra cosa mejor que hacer? Sólo el Señor da el crecimiento, es verdad, pero nosotros debemos intentar hacer bien nuestro trabajo, y si una forma de hacerlo, obviamente no da fruto: ¿no habrá llegado el momento de plantearse el cambio?
¿Y cómo cambiar las cosas? Hablar es fácil, dirán algunos, pero en la práctica se trata de algo muy difícil. Tienen razón. Tal vez un principio sencillo podría ser comenzar a hablar claramente. Con caridad y pedagogía, pero claramente, y saliendo poco a poco de la correctness que impera en nuestro mundo (y en la Iglesia también). Quizá lo primero sea intentar definir qué puede ser llamado realmente cristiano y qué no. Ser cristiano es seguir a Jesús en comunidad. Seguir a Jesús es orientar la existencia sobre los principios del Evangelio, que son diferentes a los del mundo, por eso el cristianismo de alguien tiene que notarse en su forma de ser, en las elecciones que hace para su día a día. Desde mi punto de vista, esto se hace especialmente evidente a través de dos preguntas muy sencillas: 1) ¿En qué utilizo mi dinero 2) ¿Cómo empleo mi tiempo? Si en estos dos aspectos nuestras vidas son indiferenciables de las de los que no creen, entonces es que ya no estamos siendo un signo. Si nuestra existencia no vive una dimensión comunitaria, es decir eclesial, pero eclesial real con otros hermanos y hermanas de carne y hueso con quienes compartimos nuestra fe, nuestros problemas y alegrías y nuestros bienes también, entonces es que somos como la sal que no sala, la lámpara bajo el cesto, o la ciudad escondida que nadie puede ver.
Al decir cosas parecidas a éstas, es normal escuchar objeciones: “eso es querer formar una Iglesia de puros”, “cada uno vive su fe como puede”, “hay que respetar la fe del pueblo”. Cariñosamente lo digo: a estas alturas, creo que eso es ya “echar balones fuera.”Desde luego, si por intentar seguir al Señor uno se cree mejor que alguien, está muy lejos del Reino de Dios: “¿puros?”, ¡quién es puro ante Dios! Por otro lado la fe no es lo que yo o tú o el otro entendemos por fe: es lo que el Magisterio dice que es, ni más ni menos. En cuanto a la “fe del pueblo”. ¿No habrá que discernir? Pongamos un ejemplo entre mil posibles: no debo juzgar los motivos que llevan a toreros y gente del “famoseo” a desfilar en las cofradías sevillanas la “madrugá”del Jueves Santo (¿quién soy yo?); lo que sí puedo decir es que, si su vida no cambia antes y después, esos actos podrán ser bien populares y chic, pero desde luego, cristianos ya no son…
Es bastante posible que si predicáramos el Evangelio de forma comprensible y clara, hubiera todavía menos niños vestidos de blanco en la celebración del año que viene. Es muy probable que perdiéramos cuotas de representatividad social y que definitivamente nos cerraran las capillas que existen todavía, a duras penas, en algunas Universidades. Con el tiempo, tal vez solo quedaran unas comunidades pobres, junto con sus pastores, sin demasiado dinero, influencia o poder. Pero no dejo de creer que esos grupos humildes brillarían con una luz desconocida hasta ahora, y darían testimonio de tres cosas que el mundo busca desesperadamente: un poco de verdad, un poco de amor y un poco de paz.
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