Causas y consecuencias
por Santiago Martín
Ha vuelto a caer la tasa de natalidad en España. Si la crisis demográfica era ya grave, el abismo en el que nos estamos sumergiendo se hace cada vez más profundo, con consecuencias de todo tipo para el futuro inmediato. Pero, una vez más, la respuesta que todos dan a este hecho es la misma y es equivocada: la crisis económica. “Hay menos niños porque no hay dinero”, dicen, y se quedan tan tranquilos.
En España, desde 1936 a 1939 se vivió una cruel guerra civil que dejó un millón de muertos. Después se sufrió el bloqueo internacional debido a la alianza miope que los norteamericanos hicieron durante años con los comunistas de Stalin. Fueron décadas muy duras que, entre otros, padecieron mis padres. Y, sin embargo, la gente se casaba y tenía hijos. ¿Por qué no les afectaba la crisis económica? No creo que la respuesta sea tan simple como decir que no había métodos de control de natalidad en aquella época. Lo que sí había entonces, y falta ahora, era mucha más religiosidad. Los españoles de los años 40 eran más religiosos que los de hoy y eso no sólo les llevaba a casarse y tener familia, sino a apoyarse en Dios para luchar y sacar el país adelante. Soy hijo de gente así, como la mayor parte de mi generación. En cambio, las generaciones posteriores ya fueron educadas de otra manera. La riqueza nos ensoberbeció; la soberbia nos llevó a derribar a Dios de su trono para ponernos a nosotros en él; la consecuencia, ahora, es que este mundo de hombrecillos endiosados está destruyéndose porque los que quitaron al Dios Creador de su lugar no saben cómo hacer para salir de la crisis. Hemos jugado a ser dioses y hemos terminado –como no podía ser de otro modo- sien do demonios. Sólo si nos damos cuenta de esto tendremos esperanza.
Pongo un ejemplo. Imaginemos un fumador empedernido que durante años ha consumido hasta dos cajetillas diarias e incluso se ha jactado de que a él no le pasaba nada y cuando alguien le advertía respondía: “de algo hay que morir”. Pero un día, al fin, le llega la hora. Tras las típicas tosecillas vienen las pruebas médicas y el diagnóstico temido: hay cáncer en el pulmón, Y la terapia: no queda más remedio que operar y quitar una parte del pulmón, además de someter al enfermo a una agresiva quimio para intentar matar las células cancerígenas y evitar la metástasis. El enfermo, ahora así preocupado, se queja de su mala suerte y a regañadientes acepta someterse a lo que le mandan los médicos. Pero, a escondidas, sigue fumando. ¿Servirá de algo todo el sufrimiento que soporta, el esfuerzo de los médicos, el gasto económico, si él no entiende que la causa de lo que le pasa está en el tabaco? Evidentemente, no.
Pues bien, así está nuestra sociedad. Es un enfermo muy grave, sometido a una terapia de choque agresiva, pero que sigue fumando; es decir, sigue sin darse cuenta de cuál es la raíz de la crisis; sigue creyendo que está ante una crisis provocada por una economía financiera poco controlada, o porque se negoció mal con las hipotecas basura, o porque se ha vivido por encima de las posibilidades. No se da cuenta de que todo eso pertenece al capítulo de los síntomas, no al de las causas de la enfermedad. La causa es la soberbia, el alejamiento de Dios, en endiosamiento del hombre. Además de la terapia terrible, el enfermo tiene que dejar de fumar. Nuestra sociedad no sólo debe pasar por una fase de sanación económica mediante una austeridad impuesta, sino que tiene que volver a Dios. Mientras las iglesias no vuelvan a estar llenas de jóvenes, mientras los seminarios no vuelvan a estar llenos, todo lo que haga el FMI, el BCE, el BM o los demás organismos económicos mundiales no servirá de nada. El enfermo sigue fumando y el cáncer volverá. Y quizá sin remedio.
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