Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Clases de surf espiritual para el verano

por José Alberto Barrera

Hace ya unos cuantos días empecé la lectura del libro del pastor Rick Warren, “The purpose driven church” que viene a traducirse como Una iglesia con propósito aunque la traducción se queda un poco corta con respecto a lo que el original inglés quiere expresar.

Si cuento que Warren es el pastor de Saddleback Church en Lake Forest, California, no muchos lo conocerán en el mundo católico, aunque si añado que fue el pastor que oró en la Inauguración de la presidencia de Obama, ya les sonará más.


Por si alguno quiere ver en esto un síntoma de inclinación política en Warren, conviene recordar que este influyente pastor dió cita a los entonces candidatos, McCain y Obama en el campus de su propia iglesia, abriendo un foro de debate televisado  en el que él planteó cuestiones a ambos.

Saddleback church es conocida en el mundo protestante estadounidense por su espectacular crecimiento (de las 200 personas con las que empezó en 1980 a las 20.000 personas que se congregan en ella cada domingo hoy en día) y por la difusión que se ha dado a la experiencia que han vivido a nivel mundial.

El caso es que en su libro Rick Warren comienza por un fascinante prólogo el cual recomiendo a todo aquel que esté metido en temas de evangelización y alguna vez se haya preguntado cómo conseguir llegar a la gente de una manera efectiva con el mensaje del Evangelio.

En su introducción este pastor californiano hace un símil clásico con las olas del mar y la práctica del surf.

 Según él, la mayor parte de los libros que se han escrito sobre cómo hacer crecer iglesias -un tema clásico en el protestantismo contemporáneo que ojalá tratáramos más profundamente los católicos- adolecen de un defecto fundamental: tratan sobre cómo crear olas.

Y el problema de la evangelización es como el de hacer surf; no se trata de crear olas, porque el único que crea olas es Dios  y nuestra labor se limita a subirnos a la ola de lo que el Espíritu Santo está inspirando en cada momento.

No en vano dice el profeta Isaías: “Porque yo soy el Señor tu Dios,  yo agito el mar, y rugen sus olas;  el Señor Todopoderoso es mi nombre” (Is 51,15)

El buen surfista es aquel que sabe leer en el mar las olas que vienen, las espera, nada en la dirección correcta, y aprovecha su empuje para subirse en la cresta y surfear con el impulso de la ola hasta que ésta muera.

Y lo más difícil: es el que sabe bajarse a tiempo de una ola que comienza a romper y esperar a la siguiente, dependiendo siempre del viento y del mar.

La imagen es perfecta para entender que, a fin de cuentas, nosotros no somos más que instrumentos inútiles que cooperamos con lo que hace Dios, dependiendo enteramente de Él y de su gracia para poder progresar en la evangelización.

Pero dedicarse a estos menesteres requiere de una condición básica: saber mirar y practicar lo que Jesús llamaba el discernir los signos de los tiempos.

Pues aunque el Espíritu sople como quiera y nadie sepa de dónde viene ni a dónde va, lo que sí que está claro es que nosotros podemos subirnos a la ola que está naciendo sólo si tenemos la humildad y la sabiduría de no atrancarnos a piñón fijo en lo que estamos haciendo, aspirando a perpetuarlo ad infinitum hasta el final de los tiempos.

En esta clave se puede entender la acuciante necesidad de desapegarnos de tantas tradiciones, religiosidades y maneras de hacer pastorales que se han vuelto caducas, como una ola que desfallece, sin que muchos en la Iglesia se den por notificados.

Así el problema no es que las cosas se vuelvan viejas, ni que se desactualicen; el problema es mucho más hondo, estriba en que estamos aferrados a nuestra ola, y no sabemos reconocer la nueva ola de Dios.

Y lo que es peor, en el fondo nos creemos que las olas las hacemos nosotros, cuando las olas sólo pueden venir de Dios.

Por si esto fuera poco a veces llegamos a creernos que la ola es Dios, y confundimos la obra de Dios, con el Dios de quien nacen las obras, algo que el cardenal Van Tuang pronto aprendió en su encarcelamiento tal y como nos narra en “Cinco panes y dos peces”.

Qué increíble lo que se puede aprender espiritualmente de los surfistas…seguro que Jesús, de haber vivido en los tiempos actuales, habría utilizado alguna parábola con evocaciones californianas…

Por eso este verano espero dedicar mi oración a aprender a hacer surf espiritual, a dejar mis planes, estrategias y maneras de pensar e intentar encontrar la ola de Dios para subirme cómodamente a ella, sin afanes ni elucubraciones humanas.

Y puestos a dedicarse a algo, ya que es verano, por qué no hacerlo a soñar con olas muy grandes, que lo arrasen todo, que nos lleven más lejos, más hacia la orilla, y que sean como una renovación para nuestra vida eclesial cansada y aburrida de intentar hacer surf sobre una ola que se extinguió hace meses, años o décadas.

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