Un descuido imperdonable
Imaginemos que me dieran un cheque de cien millones de euros. Y que yo, en vez de guardarlo bien, pensar como rentabilizarlo, aconsejarme por expertos, invertirlo, y sacar provecho de ese dinero, para mi bien y el de mi familia, amigos, y demás gente a la que me gustaría ayudar, en vez de eso, fuera de aquí para allá con el cheque en el bolsillo, como si fuera el paquete de tabaco. Y de esta manera yo me fuera al restaurante, al bar, la playa, la calle, al futbol, el gimnasio, las vacaciones… siempre con el billete en el bolsillo o en la mano, jugando y tonteando peligrosamente con tan preciado trozo de papel. Lo lógico, es que un día de esos lo perdiera por imprudente. Creo que si me ocurriera esto no viviría años suficientes para lamentarme.
Sin embargo, con la Fe, que no puede compararse ni por asomo con cien millones de euros, la gente dice con total frescura eso de “es que la perdí...”, con un tono autocomplaciente de “qué lástima”, mezclado con un poco de “qué tranquilito estoy ahora”. Pero no dicen que en vez de desarrollar esa Fe, han jugado con ella, la han expuesto a múltiples peligros sin miramientos, y que nunca, o casi nunca, se han preocupado de cuidarla y hacerla crecer.
Pero además, el que argumenta, como excusa de lo que sea, la pérdida de la Fe es un caradura, y cree que los demás somos tontos. Porque pretende escudarse en esa pérdida para justificar su “no hacer nada” ni por su cristianismo ni por el de los demás. Es decir, que el trabajo y los esfuerzos lo hagan otros, que él vive así muy a gusto y no piensa mover un dedo. No saben, los ingenuos, que si ser cristiano supone esfuerzos (que los supone), más esfuerzos les va a costar no serlo (¡y menudos esfuerzos!).
No. Yo no permito que me echen tierra a los ojos. Si alguno me dice que ha perdido la Fe, si es bienintencionado le ayudaré en todo lo que pueda, pero si es de los que he descrito sólo podré mirarle, mitad severo, mitad compasivo, para después decirle: “Ese ha sido un descuido imperdonable”.
Aramis