Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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El síndrome de la canción de misa quemada

por José Alberto Barrera

No sé si a la gente le pasa, desde luego a mí sí; hay ciertas canciones religiosas que, a fuerza de tanto oírlas, se me han hecho tan antipáticas que se me quitan todas las ganas de hacer oración en cuanto se comienzan a entonar.

Hace unos días se dio el caso en un grupo de oración, y una persona muy querida me preguntaba maravillada acerca de este “fenómeno” que vengo sufriendo desde hace varios años. Su perplejidad provenía del hecho de que ella nunca se cansaba de rezar con las mismas canciones.

Antes de comenzar la oración hicimos una reflexión sobre el tema, y entre los participantes había gente que padecía de este síndrome de la canción quemada, y otros que no, lo cual me dio mucho que pensar.

Estoy convencido de no ser el único que experimenta un más que cierto hastío cuando machaconamente escucha  las mismas canciones repetidas a lo largo de los años en la Iglesia.

Siempre cuento la anécdota de un pueblo que frecuento desde la niñez, donde invariablemente se canta la canción del Pescador de Hombres durante la comunión. Echando cuentas, eso significa que al menos deben llevar treinta años cantando la misma canción. Cambian los curas, cambia la gente, pero en la parroquia siguen igual que hace décadas.

 Y no es que tenga nada en contra de esa canción. Decían que era la favorita de Juan Pablo II en lengua española, y ciertamente es hermosísima, y recuerdo momentos fervorosos de oración, personal y comunitaria, con ella…pero en esta vida todo lo que se usa con exceso acaba por cansar, por bueno que sea, y para mí es una canción tan gastada que me cuesta mucho oírla.

No es el único caso; me pasa también con canciones como “Alabemos al Santísimo Sacramento del Altar”, aunque confieso que otras como el “Adoro Te Devote” tienen algo que no cansa tanto.

El “fenómeno” no sólo se circunscribe a canciones incorporadas al acerbo popular y litúrgico, sino que también se extiende a canciones que por un tiempo me resultan frescas y me ayudan a orar, que con los días, meses o años, acaban también entrando en la categoría de canciones quemadas, cuando no carbonizadas, por el uso excesivo.

Ejemplo de esto son  Te amo rey”, o “El corazón que late”, o “El Espíritu de Dios está sobre mi”, por citar algunos de los súper éxitos de parroquias, grupos y movimientos en los que he participado.

 Como buen hijo de la Renovación Carismática, algo dentro de mí piensa que es necesario que una canción tenga unción, que transmita a Dios y sea vehículo del Espíritu Santo para que se pueda orar con ella.

En esta óptica hay canciones que la tienen, y por lo tanto ayudan a orar, y otras que no la tienen, aunque unas y otras puedan ser musicalmente bellas. Pero para gustos los colores, y dando por supuesto que una canción tenga todo lo que hay que tener, hasta la cantilena más ungida corre el riesgo de acabar ajada por el exceso de uso.

Soy consciente de que en mi caso tengo en contra el hecho de tener un carácter bastante inquieto y estar deseando siempre explorar nuevas cosas, nuevos aires y nuevos paisajes.

Por eso me encantan las declaraciones de la Iglesia que hablan de encontrar un nuevo ardor y unos nuevos métodos para la Evangelización, imitando a Jesucristo que hace nuevas todas las cosas (Ap 21,5)

La tarea no es fácil, y creo que no soy el único en detectar el aburrimiento de propios y extraños a la Iglesia cuando se hacen las cosas vacías de Espíritu y se cae en la rutina y el tedio.

La Iglesia, que es siempre Nova et Vetera, tiene que mantener un equilibrio dificilísimo entre la tradición y el depósito, y dejar al Espíritu moverse y ser libre para soplar hacia donde quiera.

Pero volviendo a la música, y al título, supongo que lo primero que me hace falta es superar mis traumas musicales religiosos, lo cual no quita para pensar y anhelar que en la Iglesia siempre haya frescura, creatividad y una cierta dosis de contemporaneidad, que para nada tiene que estar reñida con la tradición y el mantenimiento de lo que es hermoso.

Eso sí, nada de atajos fáciles, como ponerle música rock al “Pescador de Hombres” (que algunos hay que lo han hecho). No por modernizar las cosas estas van a dejar de cansar si nos atrancamos en ellas, usándolas hasta la extenuación, y lo más grave, conformándonos con ellas y encastillándonos en hacer lo mismo de siempre...

Al final lo que necesitamos es mucho Espíritu Santo, y ojalá él inspire nuevos artistas ungiéndolos como a Bezalel para el arte (Éxodo 31,3-5) o a otros muchos como David y los que le continuaron…

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