Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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David Wilkerson y las torres gemelas

por José Alberto Barrera

Me ha conmocionado el artículo de mi apreciado Pablo Ginés, cronista de lo carismático donde los haya, en el que cuenta la luctuosa noticia del fallecimiento del pastor David Wilkerson.

Para los que no frecuentan medios protestantes, ni  están familiarizados con la Renovación Carismática, quizás esta sea la primera noticia que tienen de David Wilkerson,  uno de los pastores que más influencia han tenido en los Estados Unidos de América, y en el mundo entero, con sus predicaciones y las organizaciones que han fundado.

Como neófito en la Renovación, muy pronto tuve el deseo de conocerlo, y en mis frecuentes viajes a Nueva York no dejé de acercarme más de una vez a la Iglesia que fundó en el mismo corazón de Times Square (Times Square Church), con la esperanza de poder saludarlo en persona.

Como quiera que nunca llegué a coincidir con uno de los días o servicios en los que predicaba, en una época le seguí a través de sus sermones online, animado por lo leído en  La Cruz y el Puñal y en su secuela posterior escrita por Nicky Cruz Corre, Nicky, Corre,  dos libros que me impresionaron profundamente.

Recuerdo especialmente un sermón de octubre de 2001, que ahora está de rabiosa actualidad con la muerte de Bill Laden, que se titulaba “Las torres han caído pero nosotros no hemos oído el mensaje”.

En un momento de su sermón contaba cómo en esa iglesia, carismática y pentecostal como la que más, habían experimentado una necesidad de silencio y un sobrecogimiento abrumador en los días previos a la tragedia, en respuesta a una profecía que les había llevado a no cantar, ni alabar en voz alta como se suele hacer en estos tipos de oración.

Esto es lo que contaba Wilkerson en su sermón, todo un ejemplo de cómo Dios puede mover mediante la profecía a una congregación:

Seis semanas antes del desastre, el Espiritu Santo alertó a nuestro equipo pastoral de que una calamidad estaba por llegar. Habíamos programado algunos eventos importantes para las semanas venideras, incluyendo una Conferencia misional y una Convención juvenil. Pero el Espíritu de Dios nos impulsó a cancelarlo todo. En su lugar, nos sentimos movidos a llamar a nuestra congregación a la oración.

Decidimos celebrar encuentros de oración cuatro días a la semana. Desde el mismo principio cada encuentro estuvo marcado por una asombrosa quietud que se propagaba por la congregación. Nos sentábamos en silencio en presencia de Dios, a menudo sin musitar una palabra hasta durante una hora, a lo que seguían sollozos quedos  y un conmovedor sentimiento de arrepentimiento. En una de estas oraciones tuve que sujetar mis rodillas con mis manos, para que dejaran de temblar ante la sobrecogedora presencia de Dios.

Durante esta visitación del Señor, el Espíritu Santo reveló que había una razón para llorar en nuestros corazones. Estábamos siendo movidos de esa manera porque una tragedia se cernía. Una calamidad estrepitosa se cernía sobre la nación y aun no sabiendo de qué se trataba, nuestros corazones fueron removidos para que intercediéramos por ella. Y así, de repente, la calamidad ocurrió…

Siempre me impresionó pensar que Dios tuviera un mensaje que dar, de advertencia y de penitencia, a la ciudad de Nueva York, y que así lo hubieran percibido en una iglesia a pocos metros de las torres, llevándoles a una oración diferente a la que estaban acostumbrados…

Y ahí está el meollo de lo que es ser carismático: no en levantar los brazos, ni en hacer oraciones en alto; tampoco en las profecías, las lenguas, o los dones de los que se nos habla en 1 Cor 12, 13 y 14.  La clave es escuchar a Dios, hacer su voluntad, seguir la inspiración del Espíritu Santo…nada nuevo en la iglesia, pero a la vez, algo tan fresco y rompedor que le puede hacer a cualquiera sufrir un auténtico vuelco espiritual.

¿Se imaginan si tuviéramos cintura para dejar lo que estamos haciendo, aunque sea trabajo para Dios, cuando Él nos lo pidiera?

Eso es lo que le pasó a David Wilkerson, un pastor rural que de joven se sintió llamado a acompañar a los pandilleros de Nueva York, y que vio convertirse a cientos a través de un ministerio que comenzó en los años sesenta y se prolongó en el tiempo.

Quizás para nuestras coordenadas católicas hablar de pastores protestantes suene muy raro, sobre todo cuando son pentecostales y les pasan cosas tan extrañas como que Dios los guíe a los sitios, les mande el dinero justo que necesitan para una obra, o incluso quiera convertir a través de ellos a jóvenes adictos y colocados congregados en estadios de fútbol.

Para las mías, desde luego, lo raro es no hablar de gente que como David Wilkerson han sido y son un ejemplo de entrega y de cómo Dios puede bendecir un ministerio, empezando por un puñado de jóvenes y catapultándolo al mundo entero. Que el Señor lo tenga en su gloria.

 

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