Procesión blasfema
por Santiago Martín
Hace dos semanas, ante la noticia de que el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo había cambiado su doctrina anterior y había decidido que se podían tener crucifijos en las paredes de las escuelas públicas europeas, comenté que, ese y otros hechos, me hacían intuir que estábamos ante un cambio de ciclo en esta “cristianofobia” que tan duramente nos ha golpeado en los últimos años. Decía también que ese cambio no es radical, sino que irá lentamente asentándose, y que se debe al miedo que, incluso los más anticlericales, le están cogiendo al islamismo radical.
En estas estábamos cuando surge otra noticia de signo contrario: la decisión de un grupo de asociaciones madrileñas ateas de hacer el Jueves Santo una procesión paralela a la de la Iglesia –por las calles vecinas- y de signo claramente provocador, blasfemo, sacrílego e insultante. Me gustaría comentar esta noticia, ligándola a la anterior, porque creo que se complementan.
En primer lugar, los convocantes de la “procesión blasfema” son cuatro gatos que además son tontos; me recuerdan a aquellos partidos políticos de la Transición, cuyos componentes cabían todos en un taxi. Que sus líderes intelectuales sean Willy Toledo y Leo Bassi lo dice todo. Ni siquiera Pilar Bardem y el resto de los titiriteros del club de la ceja, se han apuntado a esta patochada. No se puede decir que el PSOE esté detrás, aunque haría bien el delegado del Gobierno en Madrid en prohibirla pues va dirigida de forma manifiesta a herir los sentimientos religiosos, garantizados en la Constitución. Si en el PSOE quedara aún alguna neurona que no estuviera ocupada en discurrir si ZP se presenta a las elecciones generales o si es el del faisán o la de los tanques quien lo hace, estoy seguro de que se darían cuenta de que prohibir la manifestación les va a resultar más beneficioso que permitirla. Los “antisistema” –que son los que están convocando la “procesión blasfema”- han existido siempre y seguirán existiendo, como una expresión salvaje e incontrolada de la ira que muchos sienten ante tanta prohibición y corrupción; la lástima es que dirigen sus ataques donde no deben y que lo hacen como no deben.
En segundo lugar, la reacción contra la gravísima ofensa que se quiere perpetrar contra el Señor y la Virgen es tan fuerte –van 20.000 firmas recogidas contra ellos en tres días y varios equipos de los mejores abogados de Madrid están elaborando estrategias dirigidas a impedir la provocación o a meter en la cárcel a los provocadores si se hace-, que si no fuera porque no hay nada que justifique una blasfemia, casi se podría decir que nos hacen un favor, porque nos estimulan y nos hacen salir de nuestro cómodo sopor burgués.
Lo de la procesión sacrílega es gravísimo y debemos hacer todo lo posible -dentro de la legalidad- por evitarla. Pero la práctica totalidad de la población –incluidos los católicos no practicantes y los no católicos- está en contra de ella, la rechaza, la repudia y comprende que eso no tiene lugar en una sociedad civilizada y democrática. Y menos aún cuando los que la convocan dicen que son los representantes de la “tolerancia”.
Insisto, pues. El ambiente está cambiando, aunque sea lentamente. No digo que se vayan a llenar los templos de un día para otro. Pero son cada vez más los hombres y mujeres de bien que empiezan a darse cuenta de que la raíz de la crisis es la excesiva permisividad con que hemos vivido en estos años. Si de ahí pasan a concluir que esa relajación ha venido ligada a la supresión del concepto de Dios, como fuente objetiva de unas normas morales básicas e intocables, el camino de la vuelta a casa se les hará evidente, necesario e incluso atractivo.
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