Iglesia y defensa de la vida
por Santiago Martín
El 25 de marzo se ha convertido, aunque no oficialmente, en el Día de la Vida. Al ser la fiesta de la encarnación del Señor, es decir cuando la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre y tomó carne en el seno virginal de María, son muchos los que consideran ese día como el más adecuado para reivindicar el “sí” a la vida, sobre todo a la del no nacido.
Este año, más aún que en los anteriores, en España y en otros países se han organizado manifestaciones festivas de apoyo a la vida y de repulsa al aborto. Gracias al tesón de los movimientos “pro vida”, poco a poco ha ido cambiando la mentalidad pro abortista que se había adueñado del mundo y que ha llevado a países como España a considerar el aborto como un “derecho humano”.
Sin embargo, el hecho de que seamos los católicos quienes con más firmeza y tesón estemos dando esta batalla a favor de la vida tiene un riesgo. Riesgo que nuestros enemigos y, a la vez, enemigos de la vida se apresuran a aprovechar. Nos dicen que estamos en contra del aborto porque somos católicos y, por lo tanto, que eso es algo confesional y que no tenemos derecho a imponerlo a los que no son de nuestra religión o no tienen ninguna creencia. Si eso fuera así, podríamos responderles diciendo que con ese argumento ellos podrían cometer actos terroristas porque nosotros los rechazamos por ser católicos; ellos podrían robar porque nosotros lo tenemos prohibido por nuestra moral; ellos podrían calumniar por el mismo motivo, o cometer cualquier tipo de iniquidad que no estuviera perseguida por la ley; incluso en caso de estarlo –como lo estuvo en su día el aborto-, se trataría de que ellos lograran modificar la ley para que ésta les permitiera robar, matar, mentir o hacer cualquier otro tipo de cosa. Es tan absurda la situación que se plantearía que la respuesta a su objeción resulta evidente: No estamos en contra del aborto, de la eutanasia, del robo, del terrorismo, de la calumnia por ser católicos sino por ser seres humanos. Por eso, en otros países, junto a nosotros, luchando a favor de la vida, hay personas que pertenecen a otras religiones e incluso que son ateos.
La lucha por la vida, la lucha por los derechos de los más débiles de entre los débiles que son los no nacidos, no está ligada a una ética confesional, sino a un elemental principio de humanidad. Está escrito en la naturaleza humana y por eso forma parte de esa moral que denominamos “ley natural”, previa, sustento y apoyo de cualquier moral confesional. Sin esa ley natural, sin que se la respete, no puede haber convivencia. De ahí que la Iglesia clame continuamente a favor de que los parlamentos no legislen contra esa ley, que existan unas barreras morales que ninguna mayoría gestada con los votos pueda franquear. El hecho de que seamos los católicos los que no estemos rindiéndonos ante la oleada de legislaciones “anti natura” y “anti vida”, nos honra, pero no debería confundirnos ni servir de excusa y argumento a nuestros enemigos. Decir “sí a la vida” está ligado a ser un buen nacido. Quizá decirlo aunque nos persigan por ello sí esté ligado a ser un buen católico.
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