Condición sine qua non
Soy pecador… pero arrepentido de serlo.
Lo primero sin lo segundo, Cristo lo aborrece.
Lo primero con lo segundo, Cristo lo quiere.
Digo esto porque hace unos días publiqué un post donde-a cuento de un pequeño test - afirmaba que Cristo NO era amigo de pecadores. Y los comentarios que generó fueron algo airados.
Y es que no saben que Nuestro Señor es amigo de los pecadores que se arrepienten. Si quitamos la parte en la negrita de la frase, el sentido de la misma queda mutilado. Y tergiversa lo que Dios desea de nosotros.
Por si hiciera falta me gustaría poner un ejemplo de esta tergiversación con una frase en otro contexto: si por ejemplo un político afirmara “La sociedad española está deseosa de integrar delincuentes” supongo que nadie le votaría. Si a esa frase se le añade la palabra “arrepentidos” la frase cobra todo el sentido.
En lo que respecta al Cristianismo y por si alguien cree que de alguna manera “enmiendo” (Dios me libre) el Evangelio, me gustaría recordar este aspecto en la muy oída, pero por algunos mal entendida, parabola del Hijo Pródigo donde Dios nos enseña cómo es.
«Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país y comenzó a pasar necesidad. Entonces (…) entrando en sí mismo, dijo: ¡Cuantos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!.
Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y ante ti.» (Lc 15, 14-18)
Y es que el quid de esta enseñanza está precisamente en que el hijo libertino no sólo recapacita y se arrepiente sino que cuando se encuentra con su padre (lean, lean)…
El hijo le dijo: »Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo» (Lc 15, 20-21).
Sin este sincero arrepentimiento de su pecado, el mensaje de la parábola queda mutilado y sólo serviría para provecho de descarados y cínicos. Así lo ha entendido siempre la Iglesia que pone como condición para el perdón de los pecados, dolor de corazón y propósito de la enmienda.
Así pues, pecador sí, pero arrepentido. Y si no lo estoy, ya puedo despedirme de amistades con Cristo.
Porthos