Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Obispos cuarentones: renovarse o morir

por José Alberto Barrera

Hace un par de días tuve el gusto de compartir una cena con Monseñor Victor Masalles, obispo auxiliar de la archidiócesis de Santo Domingo, ordenado hace apenas 6 meses, el cual me contaba que a sus 48 años, estaba entre los cincuenta obispos más jóvenes de la Iglesia católica.

Como hace un mes y medio estuve en la ordenación de Monseñor Xavier Novell en Solsona, a la edad de 41 años- el cual es el octavo obispo católico más joven del mundo- me entró curiosidad sobre el tema de los obispos jóvenes en España.

Nuestro anterior obispo más joven fue Mn. José Ignacio Munilla quien fue ordenado a la edad de 45 años, y ya parecían pocos, aunque vista la juventud que desborda Mn. Javier Novell, hasta el ahora obispo de San Sebastián parecía entrado en años comparado con él.

Si nos remontamos un poco más tenemos a Monseñor Javier Martínez Fernández que fue ordenado a los 38 años allá por 1985, a quien conocí en mis tiempos de universidad y siempre nos pareció a todos un señor mayor, aunque cercano, pues a nuestros escasos 20 años a cualquier cosa la llamábamos edad.

Si no me equivoco lo de Monseñor Martínez es el record de obispos ejercientes actuales. Anteriormente era mucho más normal ordenar obispos jóvenes, y un ejemplo de ello es el predecesor en Solsona de Mn. Novell, Monseñor Tarancón, el cual fue ordenado con 38 años.

Eran otros tiempos, la gente maduraba antes y no esperaban a la treintena para abandonar el hogar paterno, para bien de la sociedad, fomento de la paz familiar y alivio de los progenitores.

Al fin y al cabo la edad mínima para ser obispo por derecho canónico son los 35 años, y por qué no ha de verse obispos de esa edad.

El caso es que causa un raro efecto el ver a un prelado que apenas peina alguna cana, y no gasta curvaturas de la felicidad. Es la falta de costumbre, porque a los obispos nos los imaginamos viejos, redonditos y sabios, y muchas veces los asociamos con cosas del siglo pasado.

Quizás en el imaginario colectivo haya quedado la imagen de un Juan Pablo II viejecito, o la dulce y paternal presencia de Benedicto XVI que evoca a un entrañable abuelo. Pero no olvidemos que in illo tempore el recién nombrado Juan Pablo II sorprendía al mundo con su aspecto jovial y enérgico, sus caminatas por la montaña en su sotana papal y alguna que otra imagen de sus tiempos de cardenal aficionado al esquí.  

Obispos hay muchos, y por supuesto los hay que parecen más jóvenes, los hay que parecen más viejos, según a cada cual trata el tiempo.

Lo que es innegable es que el episcopado tiende a ser una especie de gerontocracia donde los cuarentones escasean,  al menos en lugares como Europa, pues en tierras de misión es harina de otro costal.

Si ven el ranking de obispos más jóvenes, pocos provienen de Europa, si salvamos la excepción  de Austria.

Como quiera que sea, creo que es una buena noticia que junto a la sabiduría de los obispos más vetustos, encontremos la vitalidad de los obispos más noveles. La Iglesia necesita ambas cosas y no tiene que haber contradicción entre el necesario empuje que ansía cambiar las cosas de unos y la sabiduría de los más experimentados (nova et vetera…)

¿De dónde vendrá la renovación de la Iglesia?; ¿de un obispo joven o de uno viejo?...la respuesta, como no, sólo puede ser que del Espíritu Santo, que actúa como quiere y cuando quiere en su Iglesia.

Y si no que se lo digan a aquella curia cardenalicia que tras elegir a un papa de transición más bien viejecito como el cardenal Roncalli, asistieron boquiabiertos a la apertura del Concilio Vaticano II por un radiante Juan XXIII que metió definitivamente a la Iglesia en el siglo XX (aunque la verdad sea dicha, tenía a su lado- entre otros- a un jovencísimo recién nombrado cardenal Suenens que supo romper con la agenda que querían imponer los decanos de la curia romana).


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