Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Guateques desinfectados y Cristotecas de fin de año

por José Alberto Barrera

 Uno se da cuenta de que se va haciento mayor cuando llega el día 31 de diciembre y no le apetece lo más mínimo pasarse la noche haciendo el indio por ahí, y su ideal de Nochevieja es una celebración en familia que no acabe demasiado tarde.

Existen muchas maneras de celebrar esta noche, y hoy quiero recordar dos de las que guardo un recuerdo maravilloso.

La primera es la que practicábamos en la Congregación Mariana de la Asunción de Madrid, en lo que mi amigo Eduardo Granados vino en llamar un buen día “guateques desinfectados”. La juerga consistía en reunirse en alguna casa que algún abnegado progenitor nos ofrecía, léase los Barrera o los Castromil, y pasarnos la noche de bailoteo y guateque hasta el amanecer.

El ambiente era buenísimo y no corría por la fiesta ni una gota de alcohol - de ahí el calificativo de desinfectados. Teníamos 16 años y seguimos practicándolo hasta bien entrada en la veintena. En ocasiones había un momento pío de oración para empezar la fiesta, aunque lo más normal era dedicarse a lo que tocaba, que no era otra cosa que bailar y disfrutar en compañía de los amigos.

Como buenos congregantes marianos acabábamos celebrando el nuevo año acudiendo en tropel a la primera Misa matutina disponible, desgreñados, sudados y enchaquetados, con alguno dando más de un tumbo, estrictamente motivado por el sueño. Aquellos sermones eran un fracaso, pues todos nos dormíamos, pero regresábamos a casa contentos, con un chocolate con churros entre pecho y espalda, una comunión mañanera y el orgullo de haber pasado cristianamente el fin de año.

Pasado el pavo y una universidad durante la cual fuimos del todo ajenos a las correrías nocturnas y macrofiestas de los colegios mayores, las fiestas decayeron un tanto, pero siempre recordaremos con nostalgia aquellos maravillosos años y las sanas amistades que por entonces se forjaron.

Algo locos para los criterios del mundo sí que resultábamos, pero éramos jóvenes y nuestra amistad brillaba, por lo que no había nada de lo que avergonzarnos, sino más bien de lo que estar orgullosos.

Con los años acabé conociendo otros maravillos locos, los de la Renovación Carismática. Alguien dijo una vez que en la Renovación no todos los que están, están locos, pero en cambio, todos los locos que conocía, estaban en la Renovación.

El caso es que sólo en un sitio así se podía dar lo que un preso despistado calificó un día como “la Cristoteca”, que no era otra cosa que una adoración eucarística en plena calle Leganitos, promovida por Carmen Rubio, una fabulosa y correosa histórica de la Renovación en Madrid , que tenía lugar todos los viernes por la noche, ininterrumpidamente, hasta la mañana del sábado.

El caso es que el preso acabó durmiendo ahí, donde la adoración, en una noche de permiso, y dijo aquello de: “esto es mejor que ir a la discoteca, esto es una auténtica Cristoteca” y así quedó bautizada la adoración del Templo de la Renovación Caristmática.

Los días 31 de diciembre se hacía una adoración especial, de fin de año, y se ofrecía cena a los más desfavorecidos que quisieran compartir el inicio de año, para después celebrar una misa, y pasar la noche en adoración.

Recuerdo con simpatía como a los amigos del Fe y Razón se les ocurrió un año sacar un gran titular hablando de esta Nochevieja alternativa, en la que “los pobres acudían en masa a celebrar el año nuevo”.

 La cosa no era ni mucho menos tan masiva, y los organizadores se las vieron y desearon porque pensaron que la cosa se llenaría de gente, atraída por el periódico, y empezaron a comprar mucha más comida de la prevista. Llegada la hora no acudían los pobres, y ni cortos ni perezoso se fueron a la Puerta del Sol a buscar mendigos que quisieran cenar de balde, y sólo encontraron a dos.

Estoy seguro de que Dios se complació enormemente ese día, pues las cosas que ocurrían en aquella adoración eran sólo para los pequeños, los humildes y los locos; un auténtico banquete del Reino, de los que le gustaban a Nuestro Señor Jesucristo y que tan en desuso tenemos los que nos llamamos cristianos.

Con vivencias así de fin de año, he de confesar que me caen muy gordos los cenorrios navideños, engalanados de lujo y despilfarro que tan a menudo nos gastamos. La familia sí, y los amigos, es motivo para estar juntos, pero la Navidad que nació en un portal pobre y deslustrado hace dos mil años, poco tiene que ver con la que vivimos si nos olvidamos de los pobres o nos embriagamos celebrando la futilidad y la vanidad del año.

Con esto no digo que haya que estar a pan y agua, ni en oración contrita toda la noche, sino que nos falta la alegría del Reino, ese toque especial de locura que te hace celebrar y bailar para el Señor delante del Arca, como David con ese sabor entrañable a Evangelio que sólo se encuentra a veces entre los más desfavorecidos.

Con todo y con eso, en nuestras Cristotecas y guateques desinfectados, de niños bien que éramos, aún se podía encontrar a Dios en nuestras ciudades en fin de año.

Esta noche espero pasar con mi familia  por la adoración que hacen en la casa de la Anunciación los Siervos de Cristo Vivo. En ella hay adoración, hay vigilia, se ora, se alaba, se baila para el Señor…todo porque hace un porrón de años un grupo de catorce jóvenes, adolescentes, que tenían una pequeña célula llamada Adonai, quisieron pasar la Nochevieja de una manera diferente con su Señor…

¡Feliz y Santo Año Nuevo a todos!


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