Navidad en tres dimensiones
Pensando en qué escribir para felicitar a todos estas Navidades se nos ha ocurrido contar cómo celebraban tres santos la Navidad para que así podamos aprender de ellos.
Se cuenta de San Juan de la Cruz que estando en Segovia, probablemente en el convento de la Fuencisla, cuando llegaba la víspera de Navidad hacía poner en el claustro del convento diversos altares que simulaban posadas. Reunía entonces a los frailes, ponía en un pequeño paso una imagen de la Virgen y comenzaba la procesión. Cuando llegaban al primer altar se paraban todos y entonces San Juan-del que dicen que gustaba de hacer el papel de San José-pedía posada para la Virgen a un monje “posadero” alabando los grandes meritos de Nuestra Señora y anunciando lo que iba a pasar. Y así una y otra vez recorrían todo el claustro hasta que llegaban a la iglesia donde ponían una imagen del Niño-Dios en el pesebre y donde celebraban la Santa Misa.
Como ven, un modo muy ingenuo y cándido de celebrar la Navidad pero es que, una vez más, debemos convencernos de que la sencillez es una característica de la santidad. Claro está que había algo más que esta sencillez porque dicen las crónicas que San Juan hablaba tan bien de la Virgen que todos terminaban con lágrimas en los ojos…
Otro santo, San Francisco de Asís unos días antes de llegar la Nochebuena estando en el monasterio de Fontecolombo le pidió a un amigo suyo que era rico-un tal Giovanni de Vellita-que en una cueva del peñascal que mira a la villa de Greccio pusiera paja, llevara un buey y un asno y dispusiera en el establo un pesebre y al lado un altar. Francisco envió a decir a todos los frailes del valle de Rieti que se reuniesen con él en Greccio para celebrar la Navidad. Se conoce que corrió la voz y fueron además cientos de vecinos de la población y el campo, llevando hachas encendidas. San Francisco ofició la Misa. Cuando, después del Evangelio, empezó a predicar lo hizo tan bien que la muchedumbre quedó encandilada. Parecía no ver más que al Divino Niño. Tiernamente le saludaba, llamándole «Niño de Belén» y al pronunciar este nombre lo hacía con extraordinaria dulzura y adoración. De vez en cuando inclinábase sobre el pesebre y lo acariciaba. Giovanni aseguró después que vio cómo la imagen del Niño se despertaba al contacto con San Francisco. Todos los que lo vieron creyeron que aquella noche Greccio se había convertido en otro Belén.
La tercera es una santa: Santa Paula. Era ésta una dama de la aristocracia romana que llegó a ser discípula de San Jerónimo. El santo se había retirado ya hacia años a Belén a una cueva y la joven Paula decidió hacer una peregrinación hasta Tierra Santa. A su llegada quiso naturalmente visitar Belén y acompañar a San Jerónimo. Y dice la santa que cuando llegó al lugar del Nacimiento de Nuestro Señor donde había estado el pesebre, se arrodilló y tuvo una intensa visión de cómo había sido aquella Nochebuena. Tal fue la extraordinaria impresión recibida en aquel lugar que dicen que desde entonces no podía hablar de estos tiernos misterios sin derramar lágrimas. Y tanto se conmovió que decidió renunciar a toda su fortuna, quedarse en Belén y fundar allí dos monasterios. Así terminada su peregrinación, volvió allí para vivir y morir junto a la gruta, acompañada de su hija Eustoquio. También San Jerónimo acabó en ella su vida y-con el transcurso de los años-el peregrino que visite Belén verá a pocos pasos de la gruta del Salvador otra, llamada de San Jerónimo, y en ella dos tumbas, una la de santa Paula y de su hija, también santa. La otra es la de su santo maestro.
Tres buenos ejemplos para comprender en profundidad-no anecdóticamente-cómo celebran los santos y cómo, por tanto, debemos celebrar nosotros la Navidad.
En conclusión, imitemos-especialmente en estos días- de San Juan de la Cruz, la devoción a la Santísima Virgen; de San Francisco de Asís, la ternura con el Niño-Dios y de Santa Paula, el amor al silencio y la meditación.
Feliz Navidad a todos de corazón
Los Tres Mosqueteros