Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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La Alegría de ser cristiano

por Jesús García

Anoche no podía dormir. Pero el insomnio que me ataca últimamente no es como el de antaño, sumido en un pozo de desesperanza y desilusión, incluso miedo, ante el descosido que era mi vida.
Hace pocos años, una Mujer lo remendó, y ahora, sabiéndome cristiano, hay noches que no puedo dormir de alegría. Se me hace larga e inútil la noche para seguir disfrutando durante el día de la inmensidad del milagro de la redención, de las innumerables cosas que suceden cada día y que solo percibes cuando vives en clave de Dios.
Pero hablemos de la Alegría. San Francisco, que no tuvo ninguna formación, se alegraba hasta rozar el éxtasis de admiración por una simple abeja que se posaba en una flor. ¡Y explotaba de alegría hasta quedarse sin habla! Este santo que le dio la vuelta a la Iglesia, que se ponía a bailar y cantar él sólo en medio de la campiña, ante la cruz de una ermita, sólo como digo o en compañía, no tuvo formación ninguna, sino experiencia de Dios. Ni estudió Teología ni fue sacerdote ni cenobita. Francisco navegó durante años en una tierra de nadie, o mejor dicho, en una tierra solo de Dios. Tampoco era miembro de ningún movimiento, ni corriente, ni prelatura personal, ni carisma. Era miembro de la Iglesia Católica de Jesucristo, y su alegría venía dada por un encuentro personal con Él, no por sus estudios, ni por sus formas, más bien extravagantes.
Si hoy viésemos a san Francisco, cuántos le acusarían de hippy, locuelo, irrespetuoso, mamarracho y hasta de naturista, teniendo en cuenta las veces que se despelotó entero delante de todo el pueblo. ¡Cómo me hubiese gustado ver esa escena! No digamos ya lo que se diría –lo que se dijo- de él desde que santa Clara, con sus dieciocho añitos y guapa hasta decir basta, se echó al monte a vivir con un montón de tíos. ¡Cuánto hubiese dado de sí su atrevimiento y falta de pudor en un blog de Internet! El resto de la historia, ya la conocéis. La cosa es que se puede ser buen critiano sin ser cura ni fraile ni monja, en medio del mundo, y sin pertenecer a movimiento alguno, eso sí, siempre que seas alegre. No se puede ser buen cristiano no siendo alegre, poir mucho que hayas estudiado Teología, o Derecho, o Lo que sea, ni por mucho movimiento al que pertenezcas. A mí la alegría no me la da lo que tengo -carrera, trabajo, familia- sino lo que soy: Cristiano.
Sobre el sentimiento de alegría y el ser cristianos, comparto con vosotros que yo no soy cristiano o voy a Misa porque me sienta alegre, sino que soy alegre por ser cristiano, soy alegre porque Le tengo en la Eucaristía. Yo no me siento alegre, sino que lo soy, por la insondable inmensidad del encuentro con el Amor, un encuentro que se da cada día de forma no planeada, sorprendente y sorpresiva. Tener conciencia de lo que es el cristianismo, del impacto de la historia de Cristo en mi vida, me ha dado la alegría, una alegría incontenible que necesita expresarse, muchas veces en público en celebraciones dignas, cuidadas y respetuosas, repletas de cantos y bailes, como por ejemplo las que hacen en el Camino Neocatecumenal, o en el Festival de Jóvenes de Medjugorje, o en las JMJ, o en tantas parroquias y comunidades religiosas. Otras veces, sencillamente participando en la Liturgia sosegada y admirablemente respetuosa, cuidada al detalle, que comparto con las Hermanas de Belén en Sigena o con las Hermanitas del Cordero en Madrid. Porque en realidad, si es así o asá, si es con más o menos incienso, en el fondo a mí me importa poco, porque la alegría ya no me lo quita nadie. Me la quitaron en su día, pero la Santísima Madre de Cristo me la devolvió en una experiencia de Misericordia, porque eso soy yo, un herido de la Misericordia de Dios.
Ayer transcribí una entrevista a una monja, y hablábamos del Amor de Dios y de la alegría. Ella me contaba cómo ella era muy amada por Dios, y le pregunté que si eso era porque ella era monja o si también valía para mí. “No te has enterado de nada, Jesús –me dijo-. Dios no me ama porque yo sea monja, sino que yo me hice monja por lo mucho que me ama Dios, pero ya me amaba así antes de ser monja”.
He logrado reconocer la Alegría en lo ordinario de la vida, y la Alegría es Cristo, vivo, presente en cada cosa y en cada momento. Solo eso ya es extraordinario… porque, ¿qué es lo ordinario? Nada hay más ordinario en lo temporal que una Misa –solo en Madrid se celebran cada día más de mil- y sin embargo no hay nada más extraordinario en cuanto a su naturaleza. No hay nada más ordinario que ir a Misa cada día, y nada más extraordinario que cada una de todas esas misas.
Ser cristiano es una alegría que muchos cristianos necesitan expresar, entre ellos yo. Lo expreso en público bailando, cantando, riendo, escribiendo, jugando… en privado se queda entre Dios y yo. Pero nos reímos bastante, la verdad. Si alguien no lo vive así, bendito sea Dios. Y si sí, también bendito sea.
Ser católico me da alegrías que ninguna iglesia más me puede dar, como la que sentí el sábado al confesar. Y nadie, ni el mismísimo Demonio, al que he tenido el disgusto de saludar con más frecuencia de la que hubiese querido, me la podrá quitar esta semana en la que como he dicho, ya no puedo dormir, esperando ansioso y con una ganas de bailar que me muero, por celebrar que Cristo vive, que Cristo nació de la Virgen, que Cristo sonríe a todos los tristes del mundo diciéndoles que no, que Él tiene Alegría para dar y tomar y hacerte reventar de gozo. Hacerte reventar de gozo, digo, porque nada más grande ni más alegre puede suceder en la vida de un hombre que ese momento único, íntimo y trascendental como es el encuentro personal con Cristo. Y si no has vivido esto, no has conocido a Cristo, porque Cristo te revienta de alegría. “Estad alegres en el Señor. Os lo repito, estad alegres”.
Algo de razón tendré cuando san Pablo insiste en esa Alegría. La alegría cristiana no es un sentimiento, sino una actitud de vida, que en medio de los dolores y palos de cada día, te permite mirar al futuro con los ojos en llamas, sabiendo que ni si quiera la muerte es la última palabra de tu vida.
La Alegría no es un sentimiento que me hace ser cristiano, sino que es el ser cristiano lo que me hace alegre.
Esto que he escrito aquí no es una teoría, ni un conocimiento. Es un testimonio, y por tanto es irrebatible. Nadie le puede decir a alguien que cuenta que ha vivido algo, que no, que no lo ha vivido, que lo que ha vivido es otra cosa. Mi testimonio se podrá ignorar o acoger, pero no rebatir, y si alguien lo quiere discutir, que discuta antes con san Pablo, que es el que me dijo que estuviese alegre, y no convirtáis esto, esta semana precisamente, en una taberna de puerto del siglo XVII. ¡Cristianos, esta semana tened alegría!
“No tengáis miedo, porque vengo a traeros una buena noticia, que será causa de gran alegría para todos: en la ciudad de David os ha nacido hoy un salvador, que es el Mesías, el Señor. (…) Los pastores se volvieron dando gloria al Señor y alabándole”. 
“Llenos de alegría porque seguían viendo la estrella, entraron en la casa y vieron al niño con María”.
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