Dictadura y dictablanda

Los problemas que cada uno de nosotros afronta suelen afectarnos tanto que nos hacen perder la perspectiva de lo que son verdaderos problemas. Una pequeña cosa se vuelve grande únicamente por el hecho de que te molesta a ti. Por eso, incluso como método pedagógico, nos conviene mirar a otros sitios, fijar nuestras mirada más allá de los límites inmediatos que nos rodean. En muchos países, como España por ejemplo, los católicos vivimos en una situación de lucha y de acoso que no llega a la sangre pero que se ha convertido en un nuevo tipo de “martirio” –son palabras de Benedicto XVI en Londres- y que afecta de manera especial a los más jóvenes; es la “dictadura del relativismo”, que tiene manifestaciones esporádicas más notorias –como la campaña blasfema de las juventudes socialistas andaluzas para promover el preservativo, o como las amenazas al cardenal Rouco para que no diera una conferencia en la Universidad Autónoma- y otras menos llamativas pero más frecuentes y dañinas. A esta situación de persecución me atrevo a denominarla de “dictablanda”, sobre todo en comparación con otra que merece plenamente el título de “dictadura”.

Un ejemplo de esta dictadura se está viviendo en Bolivia. Desde hace ya mucho tiempo, el gobierno de Evo Morales acosa a la Iglesia y en particular a su jerarquía. No acepta ninguna crítica a su gestión y acusa a los obispos que se atreven a disentir en algo de cómplices de Estados Unidos y enemigos de la patria. En los últimos días, la líder de los diputados gubernamentales en el Congreso boliviano ha llegado a pedir que se expulse a la Iglesia de Bolivia, a raíz de una declaraciones del arzobispo de Cochabamba –monseñor Solari- que denunciaba la implicación de menores de edad en el tráfico de droga, pues, como es sabido, Bolivia es el tercer productor de coca del mundo y buena parte de la cosecha está controlada por el narcotráfico. Evo ha reaccionado ante esta acusación –que viene avalada incluso por los informes policiales- anunciando una ley que despojará a la Iglesia de sus inmuebles y propiedades, incluidos los templos y los muchísimos centros de atención social con los que los católicos contribuyen de manera decisiva a paliar las consecuencias de la terrible pobreza que se vive en ese país. Eso es dictadura. Una dictadura a la que no le importa el bien del pueblo sino los intereses de sus líderes, enriquecidos con el tráfico de drogas y que no quieren perder su gran negocio.

La Iglesia, en Bolivia, en Venezuela, en Ecuador, en Nicaragua, en Argentina, en Brasil y en tantos otros países de América está demostrando una vez más que es la única institución que no se arredra ante la persecución. Esto tiene que servirnos de ejemplo para los que vivimos bajo la “dictablanda”. Nadie quiere el martirio, ni de las balas ni de las ironías; reivindicamos el derecho a vivir en paz en una sociedad libre y democrática. Pero somos herederos de generaciones de mártires y, con la ayuda de Dios, tenemos que estar dispuestos a desafiar a los tiranos que pretender erigirse en mesías salvadores cuando sólo son corruptos e incompetentes dictadores.