Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Del I Salón del Divorcio, celebrado en París

por Luis Antequera

 
            Fíjense Vds., en París, ni más ni menos que en París, la ciudad del amor. ¿Hay derecho?
 
            Nuestros vecinos franceses han tenido el buen gusto de dedicar una feria al negocio del divorcio. La feria, cuyo nombre era Salón del divorcio, la separación y la viudedad, ha tenido lugar los días 6 y 7 de noviembre, y se ha celebrado en el Espacio Champerret de la nunca suficientemente ponderada capital del Sena.
 
            Entre otras actividades, quien haya acudido a la misma habrá podido asistir a conferencias con títulos tan sugestivos como los siguientes:
 
            - ¿Amor duradero?
            - Familias de antes, familias del futuro. Nuevas configuraciones familiares y mediación familiar.
            - ¿Cómo encontrar al hombre o a la mujer de su vida? Las cinco cuestiones insoslayables a plantearse.
            - ¿Por qué es tan importante atreverse a seducir?
            - Tras un divorcio: ¿qué clase de re-matrimonio?
 
            Y otros, si no más sugestivos, sí desde luego no menos prosaicos, como los siguientes:
 
            - Fiscalidad y divorcio: modo de empleo.
            - Ventajas de acudir a un agente inmobiliario.
            - Reconstruya su alimentación y reencuentre por fin su energía adelgazando.
            - El lugar de la cirugía estética en la reconquista de su imagen.
 
            Y mientras, en España, se informa de que el índice de divorcios no hace sino crecer, crecer, crecer... 33.103 familias destrozadas sólo en el primer trimestre del año en curso, Más de 130.000 divorcios, cabe pensar, al finalizar el año: un divorcio cada menos de cuatro minutos. Comparen el dato con los 175.000 matrimonios celebrados en 2009, y el cóctel (molotov) está servido.
 
            La situación se ha agravado de manera preocupante desde que en 2005 entró en vigor la Ley de Divorcio Expréss, uno de esos regalitos que deja para la posteridad ese “gran amigo de las familias  españolas” llamado José Luis Rodríguez Zapatero, una de cada tres leyes de las que ha elaborado, no han tenido otra finalidad que la de dinamitar la institución de la familia. El sabrá por qué (yo también creo saberlo).
 
            Pero no es la única razón que debemos entrar a valorar, que el mal no radica sólo en la ley, sino también en la sociedad. Algunos dicen que las parejas se conocen menos, otros hablan de la emancipación profesional de la mujer... Por encima de todas ellas, me da la impresión de que las razones tienen más que ver con la inmanencia -casi sería mejor decir "inminencia"- de la vida actual: no existe perspectiva de futuro, todo ha de producirse ya, conseguirse ahora. Está también, el fenómeno aterrador de la crisis de valores en Europa, y particularmente en España. Muy interesantes al respecto, las declaraciones de la siempre sagaz Angela Merkel, “en Europa no sobra islam, falta cristianismo”. Y está, desde luego, el haber perdido ese concepto inicial de la institución del divorcio como “solución”, para pasar a ser, simplemente, “una alternativa”, o incluso “una fase” de la vida de un matrimonio.
 
            Mucho me impresionó, hace muchos años, muchos, un psicólogo japonés al que le preguntaban qué había fallado en Japón para que los matrimonios duraran menos. “¿Hay menos amor?” le preguntaban. Y él respondía: “Al contrario, hay más amor, y eso es lo que falla”.
 
            ¿Le faltaba razón al buen nipón? Un matrimonio, desde luego, no puede sostenerse sólo, -y digo "sólo", ¡ojo!, que algunos intentarán anatemizarme por aquí- sobre una fase del amor que es el enamoramiento, elevado en el caso de algunos, -disculpen el exceso verbal-, a enchochamiento. Porque un matrimonio es una familia, y una familia un proyecto de vida, y un proyecto de vida ha de tener otros pilares que el solo del amor, imprescindible por otro lado, pero inevitablemente, -es ley de vida-, no siempre en esa fase tan maravillosa cual es la del enamoramiento. También lo ha de hacer en el de la responsabilidad. También en el del confort y la estabilidad emocional de sus componentes. También en el del progreso individual y social, y en el mutuo apoyo, de todos sus miembros. También en el de la superación de las tribulaciones. Y como éstos, sobre tantos otros pilares como sean Vds. capaces de imaginar y de añadir.
 
            Al fin y al cabo, díganme Vds.: ¿acaso fueron menos felices nuestros padres, -¡qué decir de nuestros abuelos!-, y terminaron sus días al lado del hombre o de la mujer que un día eligieron para acompañarles el día de su muerte, y sacar adelante una prole, baidegüey, mucho más numerosa que la que sacamos nosotros hoy en día?
 
 
 
 
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