Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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6-N. Crónica de un éxito inesperado

por Luis Antequera

 
            Evidentemente estuve con las víctimas el pasado día 6. Por solidaridad, por cariño. Y por agradecimiento, porque, como certeramente responden a cuantos les piden generosidad, ellos efectivamente ya la han tenido, no sólo dando lo más valioso que tenían y lo que más querían, hermanos, hermanas, padres, madres, esposos, esposas, hijos, hijas... sino también, como con toda razón señalaba el presidente y fundador de Voces contra el terrorismo y convocante de la manifestación, Francisco José Alcaraz, renunciando a tomarse la justicia por su mano y confiando en el Estado para reponerla. Y todo ello, como con tanto coraje se encargó de recordárnoslo la siempre valiente y clara Teresa Jiménez Becerril, “por España y por la libertad”, nada más que por España y por la libertad.
 
            Increíble que en este país a menudo cainita y desagradecido, haya a quien las víctimas del terrorismo no les provocan sentimientos como los que he descrito. Más increíble aún, todos aquellos españoles descastados y malnacidos –que lamentablemente los hay y más de los que serían deseables- a los que la sola presencia de las víctimas, su sola queja, molesta y ofende.
 
            Estuve, les decía, el 6-N en la Plaza de Colón. Me extrañó no oír por la mañana el helicóptero de los grandes eventos madrileños. Eso y la desatención inexplicable de tantos medios, el deliberado silenciamiento de los políticos, me hizo temer que, por desgracia, no fuéramos a ser muchos los españoles acompañando a las víctimas en día tan especial para ellas.
 
            Cogí un autobús. Algo extraño, sin embargo, ocurrió, cuando el mismo se desviaba de lo que era su ruta habitual tres calles antes de llegar a la Plaza de Colón, y el conductor anunciaba que el que tuviera por destino la madrileña y comercial calle de Goya, tenía que abandonar allí el vehículo. Me dio buena espina. Bajé. Me encontré Goya colapsado. Volví a preguntarme por el helicóptero: "¿Y el helicóptero, donde está el helicóptero? ¿Qué no lo van a mandar?" Al llegar a Serrano, el griterío de bocinas era ensordecedor: decenas, centenares de coches, se habían quedado literalmente atrapados en una ratonera en la que habían podido entrar, pero de la que no sabían cómo salir.
 
            Una vez en la Plaza de Colón, en pleno corazón de la concentración, el mejor de los ambientes. Ni una pancarta, ni un pasquín, sólo el gran símbolo de nuestra unión, la bandera española por doquier. Un paisaje rojigualda indescriptible. No diré que no podía uno moverse, pero sí que se discurría con dificultad. Así que busqué un sitio en el que instalarme con mi mujer y mi hija, y en el que realizar a gusto los vítores de rigor: a la Guardia Civil, que ha entregado la sangre de más de doscientos de sus hijos, los Viva España que me salen del corazón... Y ahí me quedé. Sin ni siquiera sospechar que en Castellana, el gran eje norte-sur de la capital, pasaba otro tanto de lo que acontecía en Serrano.

            Oí, por fin el helicóptero. “Al final, has venido ¿eh?” me dije. Tanto que Alcaraz, el convocante de la manifestación, el único español que hasta la fecha ha doblegado a Zapatero, ni siquiera pudo leer su discurso, pues los mismos políticos imprevisores que por ningunear la concentración ni siquiera habían “enviado al helicóptero”, le imploraban –según parece, con algún que otro persuasivo argumento basado en no sé qué posible multita- que pusiera fin a la manifestación para que solucionara él lo que ellos no habían sido capaces de prever. Así que, de manera repentina pero no por ello menos solemne, se puso fin a la concentración a los acordes de la siempre emotiva Marcha Real, que es el himno de todos los españoles.
 
            El pueblo de Madrid, el pueblo español, estuvo con las víctimas: los que lo han dado todo por nuestra convivencia y por nuestra libertad, los que nos han convertido a todos, con su impagable sacrificio, el de lo que más querían, en un pueblo respetable.

            Puedo decir con orgullo que yo también estuve allí. Y seguiré estando. Cuantas veces me llamen para luchar contra la más infamante de las tropelías urdidas por nuestro Gobierno: la consistente en rendir la patria ante un puñado de bandidos felones sin media bofetada si España se hubiera decidido antes a acabar con ellos, en vez de optar siempre por todas las medidas que sólo han servido para legitimarlos y fortalecerlos.
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