Lunes, 25 de noviembre de 2024

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Perdón, llave de la paz

Perdón, llave de la paz

por Cristina Ansorena

Como anunciábamos en el post anterior, publicamos la intervención durante el Sínodo del P. Frèdéric Manns, OFM, croata, profesor de Exégesis y Decano del Studium Biblicum Franciscanum, Facultad de Ciencias Bíblicas y Arqueología de Jerusalén, que pertenece al Ateneo Pontificio Antonianum de Roma. Es un experto en lengua hebrea y aramea. Ofrece una mirada teologal de lo que es ser cristiano en Tierra Santa.

Ser cristiano en Oriente Medio es una vocación, no un privilegio.

Entre judíos y musulmanes, los cristianos están llamados a profesar que Jesús de Nazaret es el Mesías y el Hijo de Dios muerto y resucitado para la salvación de todos los hombres. La bienaventuranza del Maestro. “Bienaventurados los perseguidos por la justicia porque de ellos es el Reino de Dios”, no son palabras vacías. Ser la sal del mundo y la levadura en la masa exige estar presente en la sociedad con la propia identidad. Una minoría puede, a pesar de todas las dificultades, ser creativa.

Ser cristiano en Oriente Medio significa creer en un Dios-Trinidad. Dios Padre ama a su Hijo. El Hijo es amado por el Padre y el Espíritu es el amor. En el amor se encuentra la solución al odio y a la guerra. La reconciliación basada en el perdón es la llave de la paz.

Ser cristiano en Oriente Medio significa ser testigo de la esperanza futura. Jesús volverá para juzgar a vivos y muertos. Todos serán juzgados por el amor que hayan tenido hacia los demás. “Los constructores de la paz serán llamados hijos de Dios”.

Ser cristiano en Oriente Medio significa creer en la Iglesia una, santa y católica, obra del Espíritu de Dios. Esta Iglesia que se ha inculturado en el mundo semítico en Etiopía, en África del Norte, en Israel, en Asia Menor y en todo el Oriente, antes de inculturarse en el mundo helenístico. Esta Iglesia que habla distintas lenguas. Este pluralismo no significa división; significa búsqueda dinámica de la unidad para llegar a un solo corazón, a una sola alma. La verdad es sinfónica.

Ser cristiano en Oriente Medio significa reconocer las raíces del cristianismo en el Antiguo Testamento y en el judaísmo. El pueblo hebreo, que ha recibido la revelación en primer lugar, nos ha dado las Escrituras que leemos con la clave cristológica y espiritual. Nos ha dado a Jesús, nuestro Salvador, nacido de María. Por esto le estamos agradecidos.

Ser cristiano en Oriente Medio significa buscar la imagen de Dios en cada hombre, especialmente en el musulmán, en medio al cual viven tantas comunidades. Del musulmán, el cristiano, que no es un ciudadano de segundo orden, reclama el respeto a los derechos humanos, la libertad de culto y de conciencia. Reclama la reciprocidad. Igual que los musulmanes piden a Europa sus derechos, así deben conceder los mismos derechos a los cristianos de Oriente.

Las Iglesias orientales tienen un patrimonio espiritual maravilloso: santos padres y doctores han iluminado estas comunidades y a la Iglesia entera. Multitud de mártires han testimoniado su fe en Cristo. Sus liturgias son una participación de la Jerusalén celestial. El que ha preferido la emigración puede compartir esta riqueza con los hermanos occidentales.

El mundo globalizado lanza nuevos desafíos a los cristianos de Occidente y de Oriente. El mundo nuevo que nace con internet, la bioética y la investigación espacial, exige una nueva evangelización que no necesita de oradores sino de testigos auténticos. Una catequesis apropiada para adultos unificada para todas las comunidades permitirá afrontar las falsas divinidades que propone el mundo moderno. Los cristianos son como David ante Goliat. David coge un palo y cinco piedras, símbolos de la cruz y de los cinco libros de la Biblia, dice Hipólito de Roma. La honda que permite lanzar las piedras es la caridad.

La Iglesia ha respirado siempre con sus dos pulmones: Occidente y Oriente, que están llamados a colaborar de un modo cada vez más estrecho en caso de necesidad para permitir al cuerpo de Cristo ofrecer al mundo la salvación. Las iglesias católicas ven en los emigrantes a Oriente, que han venido para buscar trabajo, a hermanos a todos los efectos.

Jerusalén es la madre de todos los pueblos. Todos han nacido allí. El Señor ha pedido a sus discípulos que se queden en la ciudad. Para que la ciudad pueda desempeñar su misión de visio pacis, los cristianos de todo el mundo están llamados a retomar la tradición de las peregrinaciones sobre los pasos de su maestro. Lo mismo se aplica a las peregrinaciones a Egipto, Siria, Líbano, Jordania y Asia Menor que permitirán encontrar las piedras vivas que son las comunidades y establecer nuevas formas de conocimiento y de colaboración.

Las Iglesias católicas de Oriente reconocen el carisma de Pedro, que es el de ser signo e instrumento de unidad en el ejercicio del primado de la caridad. En sus situaciones precarias, recurren al sucesor de Pedro para reforzar la unidad. Las Iglesias católicas reconocen también en el apóstol Juan un carisma muy cercano a su corazón. Hacen suya la oración por la unidad de los discípulos de Jesús que él ha transmitido.

La Madre de Jesús, que es la Hija de Sión y la Estrella de Oriente, estaba presente en el Cenáculo con los apóstoles, las mujeres y los hermanos de Jesús. Ella es la que da a todas las mujeres de Oriente la fuerza y el valor que Ella mismo ha manifestado bajo la cruz de su Hijo. Ella es la reina de la esperanza de cada hombre que sufre y la madre de la nueva evangelización.

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