Martes, 24 de diciembre de 2024

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Celebraciones en Jerusalén (V): Lunes de Pascua

por Cristina Ansorena

Muchos cristianos locales y peregrinos han pasado el Lunes de Pascua en Emaús, en la iglesia franciscana construida en el pueblo de los dos discípulos que —después de haber dejado decepcionados Jerusalén— Jesús se encontró en el camino... Pero hoy en día el camino de Emaús es una historia de soledad y aislamiento.

Lunes de Pascua - Emaús, 25 de abril de 2011



“¿Acaso no ardía nuestro corazón dentro del pecho mientras hablaba con nosotros a lo largo del camino?”. En el camino que va de Jerusalén a Emaús, dos discípulos de Jesús se encuentran con un hombre. No reconocen a este desconocido que les explica las Escrituras hasta que, invitado a quedarse con ellos porque se hace tarde, parte el pan y lo bendice. Cleofás y su compañero de viaje se han encontrado con el Resucitado, han caminado con Él y su corazón arde en su pecho.

Emaús está a pocos kilómetros de Jerusalén y el camino de los dos discípulos, hoy, es difícil de recorrer. Los peregrinos rara vez viajan a este pueblecito que se encuentra en territorio palestino, más allá del check point. La presencia de cristianos en este lugar se reduce a una sola familia, algunas monjas y dos frailes franciscanos. En este Lunes de Pascua, sin embargo, el lugar se ha vuelto a animar. Los frailes de la Custodia han salido pronto de Jerusalén para llegar a la iglesia en la que el padre Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, ha presidido la celebración de la misa en la que se ha recordado justamente la aparición de Jesús resucitado. Junto a ellos había cristianos de la parroquia jerosolimitana, familias enteras con numerosos hijos.
Tras la misa, el Custodio ha repartido el pan a los fieles que desfilaban delante de él, sobre el altar. Después, cuando las nubes han dejado ver el potente sol del mediodía, el almuerzo ofrecido por fray Franciszek Wiater –guardián del convento de Emaús – ha sido ocasión para poderse reunir en comunión ante la mesa, con las familias y los amigos, antes de regresar a la oración con el rezo de las Vísperas.
Regina Coeli laetare, alleluia”. El coro canta y sirve al mismo tiempo de despedida de Emaús, junto con el agradecimiento del Custodio a fray Franciszek por el testimonio de quien se queda para seguir haciendo vivo el anuncio de la resurrección en estos lugares, cargados de memoria, donde vivir como cristiano representa un desafío cotidiano. Los fieles se mezclan, cantando y aplaudiendo, preparados ya para volver a Jerusalén.

 

Texto de Serena Picariello

 

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