Bailando por Tierra Santa
Nos adentramos entre las callejas de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Un grupo de peregrinos de una parroquia de Parla pasean, ya cansados, sobre los adoquines que hacen recovecos plagados de tienduchas. “¿Dónde nos llevas por estas calles tan estrechas?”. Vamos a visitar el Colegio de Nuestra Señora del Pilar, un colegio español en el corazón de la ciudad antigua, que atienden las Misioneras Hijas del Calvario desde hace tiempo. Nos recibe la Madre Marta y nos cuenta que esas paredes acogen a más de doscientas niñas palestinas, cristianas y musulmanas, y que se mantienen gracias a la Providencia. Son las piedras vivas de Tierra Santa, las que ofrecen el testimonio vivo de la vida que comenzó con la Resurrección. Sus palabras calan hondo en los peregrinos, que saben que los lugares Santos que han visitado llegan hasta ellos gracias a la presencia de los cristianos. Mantienen la esperanza y educan a las niñas para que se conozcan y se ayuden, dando testimonio del perdón cristiano. Hacemos una colecta que sirva para sufragar los gastos de un curso de una alumna que lo necesite. Pero lo necesitan todas. Las familias pasan dificultades y el colegio hace lo que puede. Algún peregrino generoso quiere asumir la beca anual de cuatrocientos euros para pagar la escolaridad de otra alumna. Pero, ¿y las demás? ¿Qué podemos hacer? La pregunta queda en el corazón de los peregrinos que no pueden permitirse ese desembolso pero tienen el deseo de formar parte de aquel lugar, de aquella obra de caridad, de las vidas de las niñas del barrio cristiano de Jerusalén.
Por la noche, tras la cena, Dolores (profesora de baile) y Angelines hacen su propuesta: hagamos un grupo de alumnos de baile con clases cada sábado y, entre todos, podremos seguir enviando el dinero al colegio, seguir unidos a las experiencia que ha tocado nuestro corazón y que no queremos dejar pasar. Así se manifiesta la creatividad de alguien que está agradecido, que quiere formar parte del destino de unas niñas que no lo tienen nada fácil y propone algo bueno para construir una amistad, una relación, un horizonte más bonito que va más allá de pasarlo bien.
Escribe Angelines después de varios meses: “Estoy realmente asombrada por lo que está sucediendo: esta iniciativa que surgió está sobrepasando todas nuestras expectativas, no sólo por el número de personas que han respondido, sino porque cuando estamos juntos hay un ambiente muy bueno, se respira lo que ahora se denomina buen rollo, la gente está contenta porque entre nosotros hay buena relación, por gracia el Señor nos está bendiciendo de forma generosa, y cuando nos vemos los sábados es como si de nuevo estuviésemos en el Monte Tabor, porque a todos se nos escapa la misma frase: ‘qué bien se está aquí’. Dolores no para de contar a todos sus alumnos –y tiene muchos grupos a los que da clase– lo que le ha sucedido en Jerusalén; empezó la clase del sábado diciendo que sus clases iban a comenzar rezando el Ángelus, agradeciendo al Señor lo que está haciendo surgir entre nosotros y ofreciendo la clase, porque dice que ella ahora lo ofrece todo, las alegrías y las penas, los buenos momentos y los malos”.
Sólo un corazón agradecido por lo que ha encontrado y conocido en Tierra Santa se pone en juego frente a la realidad y busca dar respuesta al deseo que suscita la belleza de la gratuidad de las “piedras vivas” de Jerusalén.