Jueves, 26 de diciembre de 2024

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La epopeya de las Cruzadas

por Cristina Ansorena

Entre los hechos históricos que han marcado la historia de Europa y que ha sido objeto de un estudio pormenorizado por parte de los historiadores (tanto de la escuela de Annales y del marxismo como de aquellos que lo contemplan con una cierta empatía), sin duda alguna, se hallan las Cruzadas, sobre las que se ha escrito todo tipo de hipótesis y juicios: algunos incurriendo en cierta idealización del período, otros, denostándolo, al hilo de la mentalidad actual que, desde hace años, se ha propuesto como objetivo cuestionar los orígenes y raíces de Europa. La epopeya de las Cruzadas nos propone algo diferente.

 

Autor: Francisco Medina

Con La epopeya de las Cruzadas, de René Grousset, afortunadamente, nos salimos fuera de los clichés de “libros-propaganda”, que prefieren las interpretaciones por encima de la atención a los hechos. El autor, historiador de la Academia Francesa, y miembro de la Ècole des Langues orientales y del Sciences politiques, ya había escrito anteriormente un libro sobre el Reino de Jerusalén. Con estos antecedentes, me he introducido en la lectura de este libro que no tiene desperdicio.

 

Origen de las cruzadas

El ensayo tiene un carácter fundamentalmente narrativo, aunque no deja de lado aquellos aspectos determinantes del inicio de las Cruzadas: el avance del Islam (personificado en la dinastía selyucí) a finales del s. XI, la situación política del Imperio Bizantino, y, fundamentalmente, el deseo del Papa Urbano II no sólo de recuperar los Santos Lugares como lugar de peregrinación, sino de frenar el imparable avance musulmán por Oriente Medio.

Frente a las tesis de ciertos historiadores, que recalcan el supuesto deseo del Papa de aumentar sus posesiones y de predicar una Cruzada con ánimo de conquista, Grousset, sin caer en la idealización, sostiene que el origen fue una motivación claramente religiosa: Urbano II entiende que la recuperación de los Santos Lugares es esencial para favorecer las peregrinaciones. Peregrinaciones que no eran sino otra expresión de una mentalidad nueva que se vivía en Europa (la fe cristiana).

Para llevar a cabo este propósito, el Papa pide la colaboración de hombres como Raimundo de Saint-Gilles, Godofredo de Bouillon o Balduino de Boulogne, verdaderos protagonistas en la primera de las ocho Cruzadas que tuvieron lugar en Europa entre los siglos XI y XIII.

 

La Cruzada popular

La llamada del Papa a la cruzada, en noviembre de 1095, fue acogida por toda la Cristiandad europea, y ya numerosos predicadores propugnan una expedición formada por mujeres, niños y gente de baja condición, entre ellos Pedro el Ermitaño. El autor nos muestra cómo este tipo de expediciones pusieron en peligro, en más de una ocasión, la iniciativa del Papa, que abogaba más por una intervención militar bien preparada y contando, en la medida de lo posible, con la ayuda del emperador bizantino Alejo Comneno. Los desmanes causados por este tipo de turbas provocaron la ira del emperador bizantino, y fueron condenados duramente por Pedro El Ermitaño, quien trató de reparar algunos de los producidos en algunas ciudades del Imperio de Oriente.

 

Las Cruzadas

En su libro, Grousset dedica un capítulo entero a cada una de las ocho Cruzadas, donde nos encontramos a personajes como Godofredo de Bouillon, Raimundo de Saint-Gilles, Balduino de Boulogne, Balduino de Flandes o Luis IX (entre otros), de una gran capacidad militar y una profunda humanidad, fruto de esta fe cristiana que vivían y que practicaron incluso con sus adversarios musulmanes; a reyes como Felipe de Francia o Ricardo Corazón de León, incursos en numerosas rivalidades, pero que supieron dejarlas a un lado por apoyar militarmente la presencia cristiana en Palestina, aun sin cosechar grandes éxitos militares. Particularmente llamativa resulta la descripción de Salah-al Din (Saladino), sultán selyucí de Egipto, que pone en jaque más de una vez a los cruzados, y que negoció con Ricardo el paso de los peregrinos por los Santos Lugares; llama la atención porque es uno de los ejemplos donde se puede apreciar la objetividad con que Grousset describe los hechos, pues deconstruye ciertas idealizaciones que se ha tenido sobre los caballeros cruzados y no incurre en esa “historia-propaganda” maniquea que, en nuestros días, se ha instalado de la idea de las Cruzadas como exponente de la intolerancia y el oscurantismo, sino que, junto con los errores cometidos, nos pone delante los aciertos y la visión profética de personajes como Luis IX de Francia.

Sin embargo, como nos dice el autor, junto a estos personajes de tal humanidad, las Cruzadas también sacan a la luz a personajes mediocres como Guy de Lusignan, Balian de Ibelín (tan idealizado por Ridley Scott en la película El reino de los Cielos, exponente de la historiografía políticamente correcta), o Jocelin de Courtenay, que se aprovecharon de la coyuntura para su propio beneficio o chantajear a los reinos vecinos (Siria, Egipto…), o Renaud de Chatillôn, que desafió la autoridad del rey Balduino IV. Sin olvidar a las atrocidades cometidas por los mamelucos, que toman a los prisioneros cruzados y los someten a esclavitud. Grousset alude también a la torpeza de algunos reyes francos, responsables del fracaso de algunas de las ofensivas militares emprendidas en las sucesivas Cruzadas.

El libro nos cuenta también la fundación del reino de Jerusalén, las distintas expediciones de los cruzados a Egipto, la sucesión de Saladino y el surgimiento de los turcos otomanos. El autor nos desmonta el mito de la Cruzada como guerra de intolerancia, documentándonos con las múltiples alianzas que los francos situados en Tierra Santa hicieron con algunos reyes musulmanes. La actividad diplomática de los francos fue bastante intensa en los primeros  tiempos, intercalándose con luchas de poder y de ambición, que afectaron también a las Órdenes militares de los Hospitalarios y los Templarios. Los contactos diplomáticos  como los de San Luis de Francia o la amistad entre Ricardo Corazón de León con el hermano de Saladino, muestran el horizonte al que aspiraban los cruzados de aquella época.

Particularmente triste es el panorama que nos presenta Grousset sobre la Cruzada emprendida por el emperador Federico II de Hohenstaufen, cuya islamofilia le llevó a un anticlericalismo, abriendo brechas con la Iglesia, hasta el punto de que fue excomulgado por el Papa. Con este entramado de hechos, y la actitud de personajes como Pelagio o Enrique de Champagne, el lector va adivinando un proceso de decadencia del reino franco de Jerusalén, y del espíritu religioso que había animado el comienzo de la primera Cruzada, siendo recuperado por Luis IX, rey que fue capaz de entablar relaciones diplomáticas. Sin embargo, ello no pudo evitar el progresivo deterioro de la situación franca en Palestina, cuyo exponente fue la toma de San Juan de Acre, que marca el final del reino franco en Jerusalén.

El libro nos da, ciertamente, un panorama bastante complejo y rico de este período: con los datos que nos da el autor, el período de las Cruzadas dista mucho de ser idílico en cuanto a lo que hoy entendemos por “Alianza de Civilizaciones”, pero qué duda cabe de que existían motivos más grandes además  del interés o del cálculo político.  En este sentido, es de destacar la integridad del autor, en cuanto que, sin censurar aquellas sombras (las luchas de poder, la  corrupción y decadencia de los últimos años…), nos pone delante de nuestros ojos la humanidad de aquellos caballeros y reyes que, en obediencia a Cristo, siguiendo la llamada del Papa, se embarcaron en tal empresa. Las Cruzadas fueron una empresa militar, pero también espiritual: hacer posible la presencia cristiana, que aún perdura, aunque exigua, en Tierra Santa.

 

La epopeya de la Cruzadas
Grousset, René

Ediciones Palabra

2ª edición (01/05/1996)

Traducción de Manuel Morera Rubio

 

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