Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Siete agustinas rebeldes revolucionan Palencia

por José Alberto Barrera

Como en el apasionante libro de M. Raymond, Tres monjes rebeldes, la historia  de la comunidad de agustinas del Monasterio de la Conversión, es la historia de unas monjas que hace diez años quisieron ser fieles a lo que Dios les inspiraba, por lo que decidieron abandonar una vida contemplativa y de enseñanza en Talavera, para comenzar una nueva fundación agustiniana dedicada a la contemplación, la fraternidad y la evangelización en tierras palentinas.

Como fiel reflejo de ese corazón inquieto de San Agustín, hecho para seguir a Dios y dialogar con los hombres, la Comunidad de la Conversión está redescubriendo un nuevo camino lleno de atractivo dentro del carisma agustiniano, como demuestra el hecho de que esta comunidad, fundada en 1999, ya cuenta con veinticinco religiosas.

Por supuesto su rebeldía consiste “solamente” en la valentía de haber seguido la inspiración del Espíritu Santo abandonando la seguridad de una vida religiosa hecha dentro de un monasterio contemplativo dedicado a la enseñanza, del que he oído decir muchas cosas buenas.

 La orden agustiniana ha sabido darles cobijo y apoyo, a la vez que la autonomía necesaria para comenzar una vida el común que el Señor está bendiciendo con abundantes vocaciones y fruto espiritual para todo el que las visita.

Doy fe de ello, pues el pasado puente del Pilar, he tenido el privilegio de quedarme en su casa en Becerril de Campos, y hasta hacer de hospedero por un día en el albergue de peregrinos que regentan en Carrión de los Condes.

Hacía mucho tiempo que no conocía un monasterio o convento tan fresco, lleno de juventud y cercanía, en el que se pudiera palpar de una manera tan evidente la acción del Espíritu Santo, y volver a soñar con una vida renovada para la Iglesia.

Déjenme que les cuente algunas de las cosas que más me han impactado de estas hermanas palentinas de adopción, de vocación internacional y corazón universal, que integran  gente tan dispar como la hermana Erika de Hungría que va a hacer los votos este domingo, talaveranas, madrileñas, valencianas o un buen número de hermanas peruanas que están viniendo a España con la idea de llevar de vuelta a su país esta comunidad.

La primera de todas es la cercanía y la naturalidad con la que tratan a todo el que se acerca a su casa, pues tienen un espíritu de acogida que nace de lo más profundo de su vivencia comunitaria. Son monjas que no sólo te sonríen en los pasillos del claustro de la hospedería, sino que te hacen sentir parte de sus momentos de celebración y de oración.

 Vivir la Eucaristía con ellas es sumergirse en la unción que nace del gozo de ser comunidad en torno al Señor, y la música con la que la celebran es fresca y colorida. No sólo cantan bien y saben tocar mil instrumentos; lo más importante es que oran y contagian la fascinación por esa belleza siempre antigua y siempre nueva de la que hablaba San Agustín.

 Esto las hace ser mucho más que unas monjas cantan muy bien, o que hacen una pintura diferente, o que son muy místicas, o  muy comprometidas,  o muy simpáticas…tienen una audacia sobrenatural, que nace de una contemplación profunda que saben llevar a la acción en su vida religiosa, en su testimonio y en cómo están siguiendo la llamada a la vida comunitaria que Dios le ha hecho.

Esa es otra de las cosas que más me han impresionado. Como San Roberto de Molesmes, San Alberico y San Esteban Harding, iniciadores del Cister, estas monjas sueñan grande y tienen la intrepidez de querer fundar comunidades pequeñas, en torno a las cuales puedan realizar su carisma de evangelización, comunidad y acogida.  Todo un modelo de crecimiento en un momento en que la tendencia en España es o bien agrupar comunidades diezmadas, o bien afianzar las comunidades pujantes, haciendo en ambos casos comunidades grandes.

Otra de sus virtudes es haberse dejado embarcar por el Señor en la misión de la evangelización de los alejados, lo cual nace de la propia experiencia de San Agustín como persona a la búsqueda e inquieta, que tuvo gente al lado como Santa Mónica o San Ambrosio que estuvieron ahí cuando más lo necesitó para acogerle en sus pasos hacia la fe.

Y es que en esto de acoger, han encontrado otra expresión de la llamada que el Señor las hace en la acogida al peregrino del Camino de Santiago en Carrión de los Condes.

¿Se imaginan unas monjas contemplativas que abandonan un convento de semiclausura para dedicarse a evangelizar peregrinos de todas las nacionalidades?  ¡Por fin alguien consciente de la misión y la necesidad pastoral de las miles de personas que pasan por el Camino de Santiago cada año!

Las hermanas acogen, comparten, cantan con los peregrinos, les dan de cenar, y al final de todo, les bendicen físicamente con sus manos en un emocionante gesto que hace que se le salte las lágrimas a más de uno. Un paseo por Youtube les ayudará a hacerse una idea de lo que es esta acogida, pues a los peregrinos les gusta tanto que no dudan en colgar sus videos al llegar a casa.

Seguro que por eso sienten como tan propia la vocación de todo cristiano al ecumenismo, que a día de hoy se traduce en una sensibilidad y una implicación muy fuerte en la Semana Ecuménica en la búsqueda de la unidad entre los cristianos, y algo me dice que en esto no han hecho más que empezar pues el Señor las quiere utilizar mucho en ese campo.

Y  esto no es todo, estudian, trabajan, pintan, tienen una humilde fábrica artesana y distribuyen postales, todo ello con la pobreza que les lleva a depender de la divina providencia, pues tienen también una vena de mendicantes (vivir en medio de la ciudad)  y saben lo que es pasar necesidad por el Evangelio, pues empezaron prácticamente con lo puesto, y siguen viviendo al día.

Podría seguir contando mil cosas y anécdotas, pero creo me dejaré algunas para más adelante, para no extenderme demasiado en este post, abriendo apetito para entradas posteriores.

El monasterio de la Conversión, en Becerril de Campos, me ha descubierto una manera nueva de hacer algo antiguo, con unas religiosas llenas de amor de Dios, pasión por el Evangelio, fidelidad a la Iglesia y sobre todo dispuestas a soñar en grande.

Para mí, todo eso es ser rebelde, pues la rebeldía mayor en la Iglesia hoy en día es la de atreverse a abrazar la Cruz con pasión, a dar testimonio de Jesús delante de los hombres y a vivir la radicalidad evangélica en una comunión profunda e inteligente con la Iglesia, a través del carisma y la vocación por la que el Espíritu Santo te lleve.

El secreto, ya lo decía San Agustín, es aquello del “ama y haz lo que quieras”, porque cuando lo único que se quiere es amar a Dios por encima de todas las cosas, el Señor  hace milagros, te lleva a los hermanos, y hace nuevas todas las cosas, y eso es lo que he sentido vibrar con tanta profundidad en Becerril de Campos, en medio del páramo y la bella sobriedad castellana.

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