Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Cómo hacer que la Iglesia sea más atractiva?

por José Alberto Barrera

 Hacerse la pregunta del título implica pensar que la Iglesia no es atractiva, y más de uno se pondrá a la defensiva ante tal postulado, y razón no le faltará.

 Una cosa es no ser atractiva, y otra muy diferente no resultarlo para algunas personas, o para una sociedad  y, sin entrar en las causas que lo motivan, mucho me temo que ese es el problema que tiene la Iglesia hoy en día.

 

Cuando tuve mi experiencia de conversión, me sentí fascinado por la verdad y la gente que encarnaba la Iglesia, pues en ellos vi a Dios de tal manera que todo lo demás, lo del mundo, comenzó a saberme a hojalata comparado con el tesoro que había descubierto.

 

En aquellos primeros años conocí seglares, sacerdotes, religiosas y consagrados de todo tipo que me mostraron el rostro de una Iglesia que me resultó infinitamente más atractiva que todo lo que de adolescente había ocupado mi mente y mi corazón (léase Bruce Springsteen, la NBA de los Lakers y los Celtics, los juegos de Rol, el deporte, una incipiente vida discotequera, y un interés innato por la lectura que me había llevado a leer de todo un poco).

 

El tiempo no ha alterado esta percepción, sigo pensando que en la Iglesia he conocido la mayoría de las personas excepcionales que conozco, sin que en ninguna institución humana haya podido encontrar similar grandeza y atractivo, en sus miembros, la verdad de la que es depositaria o sus actividades.

 

Lo que sí ha cambiado con el tiempo es mi apreciación de cómo nos perciben los de fuera, a la vez que ha surgido en mí una inquietud por renovar lo que es accesorio, para hacernos más inteligibles a la cultura en la que vivimos.

 

La realidad que muchos no quieren ver es que gran parte del lenguaje, las formas y la cultura de la Iglesia en la que vivimos necesita ser aggiornada para poder seguir transmitiendo eficazmente a Jesucristo a los hombres.

 

Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre, sin que las modas o las filosofías pasajeras puedan alterar ni una jota de la Verdad que encarna (Mt 5, 17-20), pero eso no quiere decir que estemos liberados de la obligación de comunicar esta verdad de una manera efectiva y contemporánea haciéndonos  “todo para todos” (1Cor 9,22).

 

Si me preguntan si la Iglesia es atractiva hoy en día, mi respuesta es que sí, que lo es, y siempre lo será; basta mirarla con los ojos de la Fe para darse cuenta.

 

Ahora bien, si me preguntan si la Iglesia resulta atractiva hoy en día, mi constatación es que la Iglesia aburre, genera rechazo y no resulta una opción más interesante que irse a ver un partido de la Champions o quedarse en casa viendo un programa del corazón.

 

Por supuesto la culpa de que esto pase se puede atribuir a mil factores, y estamos en tiempos de lucha y persecución moral, cultural y mediática.

 

Pero en lo que a mí me toca, creo que prefiero pensar en cómo actualizarme y hacerme comprensible, antes que cargar las tintas en lo de fuera.

 

Por supuesto, en última instancia, el gran problema de la Iglesia no es un problema de marketing, ni de comunicación, sino simplemente es un problema de santidad, de escuchar la voz de Dios, de seguir a Jesucristo con radicalidad, con docilidad al Espíritu Santo.

 

Aquí es donde nos jugamos el ser o no ser atractiva la Iglesia, tanto comunitariamente como en lo que atañe a cada miembro individualmente.

 

Es por eso por lo que el papa Benedicto XVI, en el vuelo de camino a Inglaterra, este mes de septiembre de 2010,  nos recuerda que buscar ser atractiva por el mero hecho de tener gente, no es la misión perenne de la Iglesia:

 

Una Iglesia que buscase ante todo ser atractiva estaría en el camino equivocado. Porque la Iglesia no trabaja para sí misma, no trabaja para aumentar los propios números y el propio poder.

 

 La Iglesia está al servicio de Otro, no se sirve a sí misma, para ser un cuerpo fuerte, sino para hacer más accesible el anuncio de Jesucristo, las grandes verdades, las grandes fuerzas de amor, de reconciliación que aparecen en su figura y que siempre brotan de la presencia de Jesucristo.

 

En este sentido, la Iglesia no busca ser atractiva, sino ser transparente para Jesucristo.

 

 Y en la medida que no está en función de sí misma, como cuerpo fuerte y potente en el mundo, que quiere conservar sus parcelas de poder, sino que se hace sencillamente voz de Otro, de este modo se convierte en transparencia de la gran figura de Cristo y las grandes verdades que ha traído a la humanidad, la fuerza del amor.

 

 Sólo entonces escuchamos y aceptamos a la Iglesia, que no debería considerarse a sí misma, sino ayudar a considerar al Otro, y ella misma mirar hacia y hablar del Otro y para el Otro.

 

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