Del fin y de los medios cuando del terrorismo se trata
por Luis Antequera
Que el fin no justifica los medios es uno de los grandes axiomas proclamados nunca por la Humanidad en su tortuoso y no siempre bien dirigido camino hacia el progreso, aunque la afirmación se geste en negativo a partir del principio contrario, “el fin justifica los medios” proclamado en El príncipe por Macchiavello.
Pero lo cierto es que en la aplicación de los casos concretos, los seres humanos nos mostramos remisos a aceptar los balsámicos efectos de tan munificente principio. El caso lo hemos experimentado en España y aún lo hacemos, -reconozcámoslo, por políticamente incorrecto que sea el hacerlo-, donde un partido proclamadamente democristiano (ver para creer), el PNV para decirlo con todas sus letras, hallaba y halla serias dificultades en oponer una seria e incuestionable resistencia hacia el terrorismo desplegado por un grupo terrorista con el que, estoy sinceramente convencido, no comparte medio alguno, pero sí, en cambio, sus fines: la secesión vasca.
Así, presenciamos la benevolencia existente en dicho partido a los comúnmente denominados cachorros de ETA, a quienes se ha financiado a través de innumerables vías indirectas o reducido al grado de “violentos” -violento se ponía mi padre si traíamos malas notas- cuando lo que ejercían en la calle era la extorsión y el terrorismo con todas sus letras. ¿Cuántos terroristas ha detenido una policía, la Ertzaina, cuya principal justificación cuando nació era, precisamente, el conocimiento que tendría del terreno para acabar con los terroristas? Y todo ello sin mencionar el momento más deleznable de toda la larga guerra contra el terrorismo vasco, aquél en el que el Sr. Arzallus de aciago recuerdo enunciaba el axioma según el cual “unos mueven el árbol y otros recogen las nueces”, en alusión a los beneficios que cabía obtener del terrorismo en la acción política. Una declaración repugnante que no debió pasar, como por desgracia pasó, sin respuesta eficaz, y por la que se le debieron exigir no sólo responsabilidades políticas nunca exigidas, sino también penales, al existir en España un delito llamado enaltecimiento del terrorismo (ver art. 578 del Código penal vigente).
Hoy día vivimos parecido proceso en el ámbito musulmán. Como en el caso vasco, estoy sinceramente convencido de que sólo una estrechísima minoría de musulmanes apoya abiertamente, colabora o estaría decididamente dispuesta a realizar los aberrantes atentados del extremismo musulmán, llámese Al Qaeda, llámese cualquiera de sus franquicias, llámese Hizbollá, llámese como se llame. Ahora bien, la pregunta es: ¿Hasta qué punto la coincidencia en los fines, es decir, la rivalidad que el mundo musulmán percibe hacia Occidente, lleva a éste a otorgar cierta benevolencia a dichos grupos radicales?
Las sociedades occidentales viven hoy ante el mundo islámico una situación de pánico que le lleva a lo que no cabe definir sino como de estado de postración. La censura que no se ejerce cuando de otras creencias religiosas se trata –y así presenciamos tantas supuestas manifestaciones artísticas que nada tienen de tal y que no son otra cosa que zafias ofensas a los creyentes cristianos-, por la sencilla razón de que dichas adscripciones religiosas han renunciado abiertamente a ejercer la violencia en su defensa, se vuelve incluso autocensura –es decir, censura que uno se impone a sí mismo sin esperar siquiera a que se la impongan desde fuera- cuando del mundo musulmán y del islam se trata.
Hace pocos días y sin salir de España, hemos presenciado el penúltimo episodio de una lista que empieza a ser ya, por desgracia, demasiado larga, de ataques contra la libertad desde posiciones islamistas (que no islámicas, como con acierto señala siempre que tiene ocasión de hacerlo Gustavo de Arístegui): me estoy refiriendo al cambio de imagen que por razones de seguridad, hubo de realizar una inocente discoteca con el nombre de una ciudad árabe, por la sola razón de que a algún tarado se le ocurrió que aquello ofendía sus creencias religiosas. Ayer mismo hemos conocido parecido caso por una inocente viñeta víctima de la autocensura en los Estados Unidos.
Hace pocos días y sin salir de España, hemos presenciado el penúltimo episodio de una lista que empieza a ser ya, por desgracia, demasiado larga, de ataques contra la libertad desde posiciones islamistas (que no islámicas, como con acierto señala siempre que tiene ocasión de hacerlo Gustavo de Arístegui): me estoy refiriendo al cambio de imagen que por razones de seguridad, hubo de realizar una inocente discoteca con el nombre de una ciudad árabe, por la sola razón de que a algún tarado se le ocurrió que aquello ofendía sus creencias religiosas. Ayer mismo hemos conocido parecido caso por una inocente viñeta víctima de la autocensura en los Estados Unidos.
Es preciso, es exigible, que las muchas instituciones musulmanas de entidad –Liga Arabe, Cumbres islámicas, gobiernos de países mayoritariamente islámicos, ulemas y mezquitas también- que no me cabe duda, rechazan el radicalismo con el que muchos musulmanes se expresan, se manifiesten frente a él con la contundencia con la que, en el otro escenario al que nos hemos referido, el vasco, nunca lo hizo ni el PNV ni los diversos gobiernos vascos que presidió. Es estrictamente necesario hacerlo y hacerlo abiertamente y con toda la publicidad, la vehemencia y la convicción que la ocasión requiere. Lo que está en juego en este caso no es baladí: ni más ni menos que la convivencia en el planeta.
Otros artículos del autor relacionados con el tema
Comentarios