Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Intervención del Custodio de Tierra Santa

por Cristina Ansorena

Publicamos el texto del P. Pierbattista Pizzaballa, Custodio de Tierra Santa, para su participación en la asamblea del Sínodo en la tarde del 12 de octubre. El Custodio propuso considerar a los cristianos y a las Iglesias en Tierra Santa a partir de su vocación más que a partir de un análisis de la situación que atraviesan.

“En Tierra Santa percibimos con fuerza la limitación de una visión y de una pastoral que demasiado a menudo parte de los problemas y de la situación, más que de la vocación de los cristianos y de las Iglesias de aquellas tierras particulares y benditas (cf. Instrumentum laboris, n. 6). En cambio, creo que nos encontramos en un momento y en un lugar en que es necesario partir de la vocación propia de las Iglesias de Tierra Santa. Parece, por otra parte, que éste es el significado de la invitación que el Santo Padre nos dirigió en la homilía inaugural cuando nos pidió hacer nuestra la mirada de Dios que ve esta tierra desde lo alto.
Entonces quisiera comenzar mi intervención recordando la primera manifestación de la Iglesia en Jerusalén el día de Pentecostés: ‘Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia, cerca de Cirene, los habitantes romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. Todos estaban asombrados y perplejos, y se preguntaban unos a otros: ‘¿Qué significa esto?’ (Hechos 2, 912)´.
Este encuentro universal de todos los idiomas en Jerusalén y su reconocimiento en Dios no es sólo un recuerdo, sino que también es presente y futuro. Hoy, como entonces, la Iglesia de Jerusalén nace y crece con una vocación y apertura universal.
Los frailes menores de la Custodia de Tierra Santa todos los días son testigos admirados y –no en menor medida– generosos y solícitos promotores del movimiento físico y espiritual que lleva a millones de personas a regresar y reunirse en Jerusalén en busca del centro, del corazón, de la primera fuente de la fe y de la vida cristiana.

Ad intra
Como comunidad cristiana que vive en la Tierra Santa debemos redescubrir qué significa estar y vivir en los lugares de los orígenes. No se trata simple y llanamente de lugares. Nosotros somos y vivimos la memoria viva de la Encarnación. Esto ocurrió no sólo en el tiempo sino también en el espacio. Vivir con vitalidad aquel espacio es una vocación y servicio a toda la Iglesia. Se nos ha pedido recuperar y acrecentar esta conciencia. Los pastores y los fieles de las Iglesias de Tierra Santa desarrollan una mayor conciencia de aquellos lugares, que alguien definió como ‘el quinto evangelio’. Los lugares santos son una importante ocasión para la evangelización y la oración, además de ser pilar de la identidad cristiana de Tierra Santa. Jerusalén, en particular, no puede ser vista sólo como el resultado de una lucha entre facciones opuestas, sino que sigue siendo el punto de partida y de destino de la peregrinación de la fe de cada creyente en Cristo, de hecho, de cualquier persona que comparta la fe de Abraham. Los peregrinos que llegan a Tierra Santa de todo el mundo, así como la presencia de fieles judíos y musulmanes en la misma área sagrada de la Ciudad Santa, contemplan con los ojos de la fe como una realización, aunque parcial, de la profecía de reunión de todos los pueblos en el monte de Sión para aprender los caminos del Señor y seguir sus senderos (cf. Isaías 2, 2-4; Miq 4, 2-4).
Se requiere una atención renovada a la formación y a la catequesis de los que se preparan para ser pastores y de los fieles todos para que estén a la altura de los desafíos que la evangelización y la misión exigen en nuestro tiempo y en esta nuestra Tierra. Es fundamental una pastoral que se centre más en la Palabra de Dios estudiada, meditada y anunciada (cf. Instrumentum laboris, nn. 8, 62-69). Las dificultades, e incluso las prohibiciones, que el anuncio explícito del Evangelio encuentra en nuestras tierras no debe limitarse sólo a conservar lo que ya existe sino que exige de nosotros, como individuos y como comunidades, ser creativos, capaces de un testimonio elocuente e incisivo.

Ad extra
Las peregrinaciones, por un lado, el carácter múltiple –multilingüe, multirracial y multi-ritual– de la Iglesia de Tierra Santa por otro, requieren que seamos una Iglesia cada vez más ‘extrovertida’, yo diría ´acogedora´, abierta a los demás y al otro.
La Iglesia de Tierra Santa ha sido siempre una minoría. Ser una minoría forma parte de nuestra identidad y no podemos hacer un drama. Esta condición nos recuerda que no somos ni existimos por nosotros mismos, sino para entrar en contacto con todos aquellos a los que nos encontramos y nos impulsa a ser propositivos. Y esto ya ocurre realmente. Siendo en realidad poco más del 1% de la población, la Iglesia a través de su trabajo llega a más del 5% de la población.
Permítanme recordar aquí el servicio de la Custodia de Tierra Santa en educación, en asistencia y en formación universitaria, que se ofrece no sólo a los cristianos latinos, sino también a los fieles de otras confesiones y religiones. En los últimos años, la Custodia de Tierra Santa se ha abierto a la cooperación para la atención pastoral de los grupos de los católicos de lengua hebrea e de los inmigrantes (cf. Instrumentum laboris, nn. 49-53). Los centros de estudio, de investigación y de acogida y de comunicación social, fundados y sostenidos por la Custodia, tales como el Centro Franciscano de Estudios Orientales de El Cairo, el Memorial de San Pablo en Damasco, el Instituto Magnificat de Música, el Centro Franciscano Multimedia y la Facultad de Ciencias Bíblicas y Arqueología de Jerusalén están abiertos a los cristianos de todas las denominaciones.
Ser una minoría no debe impedirnos dar un testimonio vibrante de la fe y pertenencia, de hacer propuestas culturales interesantes y serias, único espacio de discusión posible en nuestra tierra. Ser una minoría no nos debe cerrar sino abrirnos a nuevas formas de creatividad que no sólo nos son permitidas, sino que a veces incluso los hermanos de otras religiones las esperan.
La tarea ecuménica es para nosotros que vivimos en Tierra Santa sobre todo encuentro cotidiano con la gente, hermanos y hermanas que, más allá de las diferencias, comparten el camino cristiano común y el compromiso compartido por la paz (Instrumentum laboris, n. 82). Pero también son expresión cotidiana de la dificultad que los prejuicios y la historia nos han marcado y que en Tierra Santa se convierten en tangibles y concretos.
En cuanto al delicado y doloroso escenario político, sin entrar en cuestiones controvertidas y que ya hemos discutido entre nosotros, deseo subrayar aquí algo que para nosotros mismos no siempre está claro que es que nos corresponde a nosotros como cristianos en Tierra Santa, que no reivindicamos territorios ni posiciones de privilegio, custodiar, mantener visible y defender celosamente de todas las formas posibles y en todos los lugares públicos, el carácter también cristiano de Tierra Santa y de Jerusalén, cosa que no siempre se tiene en cuenta y que tal vez no siempre se acepta".

(Traducción propia. Por tener que ceñirse al tiempo de cinco minutos, algunas frases del texto pudieron omitirse.)
Añadido: pueden leer la traducción oficial en la página web de la Custodia, pinchando aquí. No la hemos sustituido porque, afortunadamente, no hay diferencias notables.

 

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