Del Piero 17
por Jesús García
Alessandro del Piero cumple este fin de semana 17 años en Primera División, la mitad de sus 34, todos ellos en el mismo equipo, la Juve, y en todos ellos, siendo genio y figura aún cuando las cosas no iban bien.
De entre todos los futbolistas que he seguido con afición durante mi vida, hay dos que son para mí algo más que buenos futbolistas, un ejemplo. Un motivo es que tenemos más o menos la misma edad, y por tanto, me siento más cercano. La otra es porque han sido y son ejemplo de los que un cristiano puede sacar enseñanzas. Uno de ellos es Raúl, y el otro Alessandro Del Piero.
Al inicio de sus carreras Del Piero brilló mucho más que Raúl. Iba para Maradona italiano, tenía una calidad divina, un regate seco perfecto, un sprint inalcanzable, una elegancia laudrupiana y una izquierda de ensueño. Sin embargo, Raúl poco a poco le fue comiendo terreno en títulos, goles, partidos y genio.
Pero Del Piero nos deja un ejemplo de que lo que importa no es el éxito, ni las fotos, ni los títulos, sino el seguir adelante, la perseverancia, la fidelidad, el pertenecer a algo o alguien a pesar de nuestras circunstancias.
Del Piero fue estrella temprana que bajó a los infiernos tras una lesión que le dejó en dique seco más de un año. En una mala caída se le reventó la rodilla. Ahí, le dieron por muerto. Pero Alessandro volvió un año después, para vivir en medio del dolor de la enfermedad y muerte de su padre un bajón en su juego que le llevaron a ser criticado duramente por la prensa. Su resurrección se dio en el siguiente partido a la muerte del viejo, un golazo que evitó que su entrenador fuese destituido y que sirvió de revulsivo para que la Juve se acercase al Scudetto. Del Piero había vuelto… de nuevo.
El año siguiente, sin quererlo ni merecerlo, la Juve bajó a Segunda habiendo ganado la Liga. Un lío de mafiosos y apuestas, partidos amañados y trampas, dio con la Juve humillada y jugando por el ascenso. Muchas de sus estrellas se borraron, se fueron, no quisieron dar la cara por la institución que tan bien les trataba. Pero dos de ellos no huyeron. Buffon, el que era mejor portero del mundo, y el pequeño Del Piero. Un año en Segunda bastó para volver a su terreno. Del Piero había vuelto, y ya iban tres veces tras la lesión y la muerte de su padre.
A Del Piero le dio tiempo incluso a ganar un Mundial metiendo un gol decisivo ante Alemania, en Alemania. Copa del Mundo para El Pintorcillo, como le llaman.
La última vez que le vi fue hace dos años en un partido de Champions en el Bernabeu. La Juve nos ganó 0-2, y ambos goles, dos golazos, los metió Del Piero. Un Del Piero que había ganado todo, que estaba de vuelta y que no necesitaba lucirse ante nada ni nadie. Se salió. No me molestó, es más, me alegré. Ese día aprendí que la fidelidad siempre tiene su premio, aunque te rompas la pierna, aunque se muera tu padre, aunque falles goles decisivos y aunque pagues con un descenso a segunda los pecados de otros, y también alguno propio. Del Piero ha superado tentaciones millonarias para cambiarse de equipo, y ha permanecido en su casa. Es algo así a lo que se refiere la Gospa en Medjugorje cuando repite, una y otra vez, sin descanso: “oren, oren, oren”. ¿Siempre? Siempre. ¿Aunque esté en el suelo? Sí, más aún cuando estás en el suelo.
Aquella noche de otoño madrileño Del Piero salió ovacionado del Bernabeu. Campo enemigo, ambiente contrario, habiendo tumbado dos veces al Madrid en su terreno. Aquella noche le di gracias a Dios por haber aprendido algo de Del Piero.
Os dejo este video. Si no te gusta el futbol, estos dos minutos sí que te va a gustar:
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