De vida eterna y reencarnación en el cristianismo
por Luis Antequera
Recibo con toda puntualidad de mi buen amigo el sacerdote Luis Santamaría, el informe de la Secretaría RIES (Red Iberoamericana de estudios de las sectas) , en cuya edición número 167 del 1 de septiembre, encuentro la siguiente noticia:
“El Obispo de la diócesis uruguaya de Salto, Pablo Galimberti, recordó a los católicos que la creencia en la reencarnación es incompatible con la fe cristiana”.
Me hace gracia que a estas alturas ande de nuevo un obispo recordando a la feligresía que vida eterna y reencarnación tienen poco, o mejor dicho, nada, que ver entre sí. Y me la hace porque la de asociar la vida eterna a la reencarnación, también llamada metempsicosis, palabra griega que viene a significar la transmigración de las almas, es una tentación a la que, más allá de tendencias cristianas más o menos exóticas actuales como el Nuevo pensamiento o la Nueva era, sucumbe el cristianismo, entiéndaseme, ciertas formas de cristianismo, con periodicidad históricamente inexorable.
La teoría de la reencarnación tiene su antecedente más próximo en la teoría del alma de Platón, según el cual, por alguna razón, las almas descienden del mundo de las ideas al mundo de la materia donde quedan apresadas en los cuerpos. Una vez en ellos, su único afán consiste en intentar recordar a través de la formación y de la virtud el mundo ideal del que provienen, para que una vez que se produce la muerte del cuerpo, ese recuerdo recuperado les haga permanecer definitivamente en el mundo de las ideas al que vuelven y del que provienen. Porque de no haber alcanzado ese conocimiento, su sino inexorable consiste en volver a reencarnarse en un nuevo cuerpo, quedando presas, una vez más, del mundo de la materia.
En el ámbito cristiano, autores tan reputados como Tertuliano (h.160-h.220), que lo hace en su tratado De anima, o San Jerónimo (340-420) dedican sus esfuerzos a combatir las teorías reencarnacionistas de los gnósticos. San Agustín (354-430) rebate las de los maniqueos.
Un autor tan importante del primer cristianismo como Orígenes de Alejandría (185-254) incluso coquetea abiertamente en algunas de sus obras con la idea, que se ha de relacionar con su teoría del apocatástasis, por la que al final de los tiempos todas las cosas volverán a su ser originario, el espiritual, desapareciendo hasta el infierno y salvándose hasta el demonio. Del artículo que firma en la Enciclopedia Católica, Michael Maher, extraigo estas palabras:
“La teoría de Orígenes excluye tanto el castigo eterno como la gloria eterna; ya que el alma que por fin ha sido puesta nuevamente en unión con Dios declinará inefablemente de nuevo de su elevado estado por la saciedad del bien, y será relegada a la existencia material; y así sucesivamente a través de ciclos de apostasía, destierro, y regreso”.
Los famosos cátaros, herejía surgida en Francia en el s. XIII a la que ya hemos tenido ocasión de referirnos en estas páginas, y como ellos otras herejías del período, profesaban también una teoría muy elaborada de la metempsicosis, una reencarnación que repetían continuamente sus adeptos hasta alcanzar en una de esas vidas, y mediante la práctica de terribles penalidades, ayunos y sacrificios, el grado de perfecto, único que garantizaba la salvación sin tener que volver a pasar por una reencarnación.
Convengamos, pues, que cuando el Obispo Galimberti advierte a los cristianos contra la teoría de la rencarnación, no hace nada que la Iglesia no haya estado haciendo a lo largo de todos los siglos. Tan poco nuevo, en definitiva, como lo que sectas pretendidamente modernas hacen cuando, una vez más, vuelven a seducir a los cristianos con ideas basadas en la reencarnación. Y es que la historia, indudablemente, tiene mucho de cíclico, ¿no creen Vds.?
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