Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Del continuo cuestionamiento del derecho a la vida

por Luis Antequera

 
            La madrugada del pasado jueves, el programa en el que participo en Radio María, Diálogos con la ciencia, se dedicó monográficamente al aborto. Era intención de su director, Javier Angel Ramírez, dejar los micrófonos abiertos al público para que los utilizaran cuantos hubieran tenido alguna vivencia personal sobre al aborto y establecer un diálogo con ellos.
 
            Me llamó la atención el caso de varias personas que intentaron justificar el recurso a un aborto en circunstancias tales como las condiciones de vida que esperaban al niño al que no se había dejado nacer, ya fuera por esperarse de ellos una enfermedad heredada, ya fuera por las insuficientes condiciones económicas de los progenitores, o por cualquier otro tipo de penalidad esperable.
 
            Me di cuenta de que cualquier peregrina razón relacionada con lo que hoy día se entiende por bienestar, -y digo hoy día porque tal concepto del bienestar ha sido muy cambiante a lo largo de la historia y seguirá siéndolo-, servía para justificar el cuestionamiento del derecho a la vida, y me pregunté: ¿y si fuéramos a cuestionar todos y cada uno de los derechos del ser humano en base a que su ejercicio no fuera a proporcionar el bienestar según lo entiende cada uno? ¿Se imaginan Vds. privar a alguien de la propiedad de cualquier objeto mueble o inmueble y expropiárselo bajo la justificación, pongo por caso, de que su uso y disfrute no le iba a proporcionar más que quebraderos de cabeza, dificultades, complicaciones con el fisco o con su administración? ¿Se imaginan a Vds. privar a nadie de su derecho a la libre expresión en la justificación de que expresar libremente lo que opina no iba a traerle más que problemas y enemistades? ¿Se imaginan Vds. privar a nadie de su derecho a la libre residencia en base a los riesgos que entrañan los viajes, o las dificultades de adaptación que le podría producir el residir en un lugar nuevo y desconocido?
 
            Ni más ni menos es lo que hacemos cuando invocamos a las adversas condiciones que esperan a un nasciturus y justificamos su eliminación para que no tenga que sufrirlas. Lo que resulta llamativo es que argumentos de tal naturaleza los aceptemos como un ejercicio de benéfica piedad y hasta finjamos una impostada simpatía para con quienes los utilizan cuando lo que se cuestiona es ni más ni menos que el principal de los derechos humanos, el que es base de todos los demás, el derecho a la vida, y resulten, en cambio, groseros e intolerables cuando se cuestiona el ejercicio de cualquiera otro de los derechos del ser humano, aunque sean de importancia notablemente menor al que a todos nos asiste de conocer y disfrutar la vida.
 
            Algo en lo que, no me cabe duda, hemos de contemplar una manifestación más de ese pecado humano siempre dañino y tan difícil de desenmascarar a menudo, que no es otro que el de la hipocresía. Probablemente, el gran pecado del s. XX, y, al paso que llevamos, también del XXI.
 
 
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