Del Mundial de Sudáfrica y los toros en Cataluña
por Luis Antequera
Más allá de la bondad, eficiencia económica y lealtad hacia el proyecto común que el sistema autonómico haya podido suscitar en España, temas sobre los que podríamos -y deberíamos- haber reflexionado los españoles más de lo que lo hemos hecho, dos eventos en apariencia menores y casi simultáneos vienen a rellenar de alguna forma el déficit de debate producido hasta la fecha sobre el tema.
De manera tan curiosa como casi inexplicable, la victoria de la selección española en el Mundial de Fútbol ha supuesto que en las muchas ciudades españolas, en unas más que en otras pero en todas más que en cualquier otro momento de sus últimos treinta años, hayan aparecido de manera espontánea las banderas en los balcones, en los coches y en las calles, en el corazón de los ciudadanos en suma. Fíjense Vds. si no habría habido mejor motivo para hacerlo cada vez que la ETA sangraba España con un nuevo asesinato, cuando Marruecos infligía una nueva humillación a la soberanía territorial española invadiendo Perejil –cuya recuperación por el ejército español, por cierto, provocó en febrero del año pasado la mofa de Zapatero en el Congreso-, o simplemente, en cuantas ocasiones el actual Gobierno se mostró dispuesto a hacer, y de hecho hizo, las muchas concesiones realizadas al peor de los enemigos actuales de España, los bandoleros etarras.
De parecida manera, la prohibición de la fiesta de los toros en Cataluña, una prohibición que por cierto, ni siquiera es nueva en nuestro ordenamiento y ya se había producido con anterioridad en otra región española, las Islas Canarias, ha estimulado el debate sobre el límite de lo que le debe ser permitido hacer a unas comunidades autónomas españolas con ínfulas de nación –algunas más que otras, convengamos- y sobre los límites de su actuación. Fíjense Vds. si no habría habido mejor motivo para ello cuando se han conculcado en varias regiones españolas –en unas más que en otras, convengamos- los derechos de los que hablan la lengua común de la nación, o cuando se han convocado y se siguen convocando esperpénticos referenda de independencia sin ningún calado, o cuando la payasada del municipio catalán que, directamente, se ha declarado independiente ante la absoluta indiferencia hasta de la prensa.
Curiosos son los vehículos que la historia elige para recorrer los caminos por los que discurre. En este caso, el de la recuperación de la autoestima de una de las naciones más viejas de la historia, aquélla que ya lo fuera cuando los godos la conquistaran, o cuando se desangrara en la expulsión del moro o cuando la conquista, evangelización y colonización de América. La cual, a pesar de lo mucho pasado en estos treinta y cinco años de continuas afrentas y ataques a su autoestima, va y se acuerda de quién es porque once jóvenes atletas ganan un mundial de fútbol, o porque unos indocumentados deciden prohibir la celebración de una fiesta en un coso taurino que, per se, registraba ya una actividad cercana a cero. Pero así es y así hemos de aceptarlo si, aunque sea, vale para que los españoles volvamos a encontrarnos y lo que es más importante, a querernos a nosotros mismos.
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