Mañana salimos hacia Medjugorje de nuevo. Dos autobuses, más de cien personas, quince días de los que la mitad dormiremos en campings y tiendas de campaña.
El Festival de Medjugorje, los jóvenes, oración a machete. La verdad es que apetece. Cuando te conviertes siendo un poco mayor, la rutina diaria te sirve para mantenerte. Oración, confesión, misa… siempre están ahí y te mantienen el tono, incluso si pasas una temporada de bajón y no lo frecuentas. Pero sabes que están ahí.
Yo me encontré con Cristo después de haber vivido con el Demonio, y de vez en cuando el cuerpo me pide ‘guerra’. Y allá vamos.
De todos modos, estoy en capilla y me voy un poco triste, con un desánimo. Estamos un poquito peor, pudiendo estar un poquito mejor.
La verdad es que yo siempre fui católico. Fui a un cole del Opus Dei, hice la Comunión y me confirmé. Me aprendí todos los Mandamientos, los Sacramentos y las obras de Misericordia, pero la verdad, todo eso me sirvió de nada. Mandé todo al carajo y tuve después, más que un encuentro, un encontronazo con Cristo, moribundo y jadeante, en la cruz, para luego tenerlo con el Padre en la luz.
Desde hace cinco años que me intereso por mi alma, creo ver que en la Iglesia hay dos tipos de personas. Conviven miles de carismas y millones de almas, cada una de nosotras muy particular. La Iglesia no está formada por personas buenas y malas, o mejores o peores. Solo Dios sabe lo que hay en el corazón de cada hombre. Lo que sí veo es que en la Iglesia hay gente que ha conocido a Cristo en persona, y gente que le conoce porque le han hablado de Él. Y no es lo mismo conocer a alguien a haber oído hablar de Él.
El encuentro personal con Cristo es una experiencia real que te cambia absolutamente la vida. En un plis plas, todo se da la vuelta, todo se pone del revés, o del derecho. No es una carrera, ni una relación de pareja, ni un título o un trabajo lo que te transforma. Solo un encuentro con Cristo, personal e íntimo. Conocer a esa persona obra en ti lo que ni tu madre logró durante años: que cambies, que te transformes.
Algo así pasa en las televisiones y medio de comunicación, que es a lo que me dedico yo. Si Le has conocido ya, solo quieres hablar de Él, meterle en las casas, contar cómo es. Todo lo estimas basura en comparación con todo aquello que es Él, sin velos ni máscaras. Sin miedo.
Si por ejemplo, hay en una tv un programa a las tres de la tarde en el que se difunde cada día la devoción a la Divina Misericordia, el Amor más entrañable de Dios, y tú vas y te lo cargas porque no lo ves rentable económicamente, tienes un problema, porque si de verdad has experimentado una sola vez de tu vida Su Divina Misericordia, no te atreverías a eliminarlo. No querrías. Y lamentablemente, creo que no querrás haberlo hecho. Buscarías como fuera la manera de hacerlo rentable, pero no lo fulminarías.
Cuando has vivido de verdad una charla de tú a Tú con Dios, cuando le has visto de frente y te has dado cuenta de que solo Él y nada más que Él. Cuando ya eres consciente de que ni líneas de negocio ni estrategias. Cuando ya sabes y has experimentado que la línea de negocio y la estrategia son Él y ya. Cuando ya estás dispuesto a hacer el ridículo como lo hizo Cristo, todo lo demás te da igual. Eres libre, eterno e indestructible. Y no importa nada que quien te lo cuente venga de México o de Tailandia. Cristo es para judíos y gentiles. Eso son excusas.
Cuando volvamos de nuestra peregrinación dentro de dos semanas, tendremos muchas ganas de seguir rezando. Siempre pasa. La tele antes nos podía ayudar. Ahora, la alternativa será cualquier otra basura de cualquier canal. Porque Verano Azul y España en la vereda, no se lo traga ni su madre.