Noviembre
por Canta y camina
En Noviembre los cristianos tenemos más presentes a nuestros difuntos, rezamos más por ellos, ganamos indulgencias para ellos y puede que estemos más sensibles a esas pérdidas.
No todos gestionamos igual la muerte de alguien cercano, depende de muchos factores, partiendo de la base de que la muerte de alguien cercano siempre es dolorosa.
Si es alguien mayor que estaba enfermo es distinto de si es un hijo o un hermano; también cambia si es una muerte repentina e inesperada o si ha sido tras una enfermedad larga y has tenido tiempo de prepararte de algún modo.
Si la persona que ha muerto era muy querida no es igual que si era alguien que te hizo daño, doler siempre duele pero de forma diferente.
Hace unos días me encontré por casualidad con un cuadro que me dejó paralizada como por una descarga eléctrica: “María, Madre de la Vida”, de la pintora mexicana Ana Laura Salazar.
Al verla pensé “qué Niño Jesús más pequeño”, pero al mirarla más de cerca me di cuenta de que no era un Niño Jesús sino un bebé aún en formación.
Sentí una punzada en el corazón porque esa es la imagen física de la imagen mental que yo tengo desde hace años de mis bebés perdidos en brazos de la Virgen.
No sé qué se siente al perder a un hijo al que has conocido, al que has abrazado y besado, cambiado los pañales, dado el biberón y visto crecer. Gracias a Dios no he pasado por eso ni quiero hacerlo.
Pero sí he vivido la pérdida de 2 hijos muy deseados y ya muy amados, y puedo afirmar que es terrible.
Se siente una añoranza perpetua, una frustración indescriptible por todo ese amor que no has podido expresar. Y se plantean dudas muy profundas que no tendrán respuesta hasta el Cielo, donde podré verlos por fin, conocerlos, comérmelos a besos y abrazarlos para no soltarlos nunca.
Pero las preguntas que más deseo que me sean contestadas no son respecto a mí, no son por qué me pasó a mí que deseaba tanto a esos bebés, qué hice mal para que no nacieran ni nada de eso. Son preguntas acerca de ellos.
¿Ellos no saben cuánto los deseamos y amamos mientras los esperábamos? ¿Lo saben? ¿Saben que tienen una familia en la tierra, que son amados y extrañados? ¿Sufrieron, sintieron dolor físico, angustia, miedo?
Lloré muchísimo y no hubo consuelo para mí durante mucho tiempo pero cuando fui capaz empecé a comprender que como eran bebés solitos Ella los había recogido al instante y los tenía abrazados, apretados contra su corazón, y los acunaba. Eso sí me consoló y me dio paz. Aún hoy.
No pasaron de mis brazos a los de Ella, no pude tenerlos en brazos ni 1 sola vez. Pasaron directamente de mis entrañas a sus brazos, del desgarro de mi cuerpo y de mi corazón a su abrazo de Mamá. Sé que están en el Cielo y son felices. Y sé que saben que su familia está aquí, que cuidan de nosotros.
Ahora con el Covid la muerte de los familiares es más dolorosa para ellos al no poder estar con ellos y para los que se quedan al no poder estar acompañados por todos los que querrían hacerlo.
Pero además de esto no entiendo tanto sufrimiento: trabajos que se pierden, familias arruinadas, padres que pierden el modo de sostener a sus familias, niños, adolescentes y jóvenes que ven cómo su vida desaparece al perder su casa o al verse sin recursos para las cosas más esenciales.
No lo entiendo, Señor. ¿Por qué sufren los inocentes, los honrados, los que toman todas las precauciones necesarias? ¿Hasta cuándo? ¿Qué puedo hacer yo?
¿Y si empiezo a ser algo menos egoísta, algo menos comodona? ¿Y si empiezo a hacer lo que debo, lo que se espera de mí cada día, mi trabajo, mi oración, mi cuidar de los míos?
Y Tú pondrás el resto, que para eso eres Dios.