Tres libros para estas vacaciones
por Carmen Castiella
Empiezo mis vacaciones cuando muchos seguramente las habéis terminado. Me llevo dos novelas y un libro de pensamiento. Será por mi pésima memoria o porque los tres admiten varias lecturas. Libros fáciles de leer, con granos de arena de hace tres veranos y listas de la compra y recados pendientes en los márgenes. Uno de ellos tiene un pulpo descolorido acompañado de muchos intentos de automatizar una firma recién estrenada de uno de mis hijos.
Las novelas elegidas son En lugar seguro de Wallace Stegner y El final del romance de Graham Greene. No aspiro a leer más. Tampoco menos.
A pesar de la bonita edición de En lugar seguro, no es un clásico secreto y exquisito que al final acabe resultando un peñazo. Si algo le gusta a Wallace Stegner es la gente normal con una vida normal. Tener una vida aburrida y la desfachatez de contarlo. Cualquier vida aparentemente normal y corriente es “terrible y maravillosa” a un tiempo. Ni rastro de ese morbo y estridencia que plaga la literatura actual. El propio Stegner dijo de su novela: “No hay en ella desesperación literaria, ni existencialismo agónico de andar por casa, ni rebeldías de salón.”
Los protagonistas son dos matrimonios de profesores universitarios que coinciden en una pequeña universidad donde luchan por consolidar sus respectivas carreras. Entre ellos surge una amistad que durará toda la vida y que va ganando profundidad y complejidad conforme van compartiendo años de fragilidades, desacuerdos, alegrías, amor y desamor, enfermedad y, siempre, lealtad. Es una reflexión profunda y a ratos divertida sobre las relaciones de pareja y la amistad. No hay rastro de amargura, cinismo o desprecio. No hay ingenio por ingenio pero sí arte y sentido estético en la escritura, a pesar de la traducción o gracias también a ella. El autor mira la fragilidad y la limitación ajena desde la ternura y la aceptación. Deja muy buen sabor de boca y tanto cariño por los personajes que apetece volver a leerlo para reencontrarse con ellos, sobre todo con la intensa pero maravillosa Charity.
En estos días de vacaciones en los que quizás nos toque convivir con la familia “extensa”, la novela anima a tratar de rescatar lo bueno de estar juntos, sin idealizarlo, pero sin perderlo de vista por minucias de la convivencia y diferencias de temperamento. Contestar a las impertinencias con humor y sin enfado y asumir que en las relaciones familiares hay que estar dispuesto a encajar desilusiones y a construir sobre la roca del amor firme y no sobre la arena del estado de ánimo y el sentimiento.
El final del romance de Graham Greene es totalmente distinta. Una novela espectacular a pesar de lo cursi que es el título en castellano. Frente a la amabilidad de Stegner, Graham Greene aparece sufriente y transgresor, haciendo continuas confesiones domésticas y sórdidas. Mucha mezquindad mezclada con flema inglesa como punto de partida hasta la aparición de lo divino. Un giro inesperado que hace reinterpretarlo todo.
Para no destripar la historia, por si alguno se anima a leerla, solamente diré que Sarah es un personaje femenino de la altura literaria de Anna Karenina o Madame Bovary, aunque su altura interior se acerca más a la de Anna. Sin embargo, con un amante final bien distinto... El amor de Sarah salva al atormentado y obsesivo Bendrix, pero el precio de salvarlo es perderlo. Gana el amor divino sin ignorar lo alto que es el precio. Resuena el eco de “El que pierda su vida por mí la encontrará”. Los elegidos que, por su elección, son también malditos a los ojos del mundo. Es decir, no va de espías y viajes al estilo Graham Greene sino de un golpe de la gracia, como el experimentado por él mismo, y de la fe vivida como drama. También de relaciones enfermizas y sórdidas que, sin embargo, cuesta sangre romper.
Como lectura espiritual, quiero releer Introducción al cristianismo de Ratzinger, publicada en 1968. Cumple 50 años pero gana actualidad con la edad. La leí por primera vez hace 15 años como recomendación de mi amiga Jutta Burggraf. La clave del cristianismo es Jesucristo, su persona, Él mismo. No es un conjunto de ideas, no es una doctrina, sino una persona. Si Dios no está en Cristo, entonces se sitúa en una lejanía incalculable.
Además de la centralidad de Jesucristo, me encanta la parte del libro que habla de “Duda y fe”: “El océano de la inseguridad es el único lugar que se ha asignado al creyente para vivir su fe”. “El creyente no vive sin problemas, sino que está siempre amenazado por la caída en la nada” (...) “Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda. Quizás justamente por eso, la duda, que impide que ambos se cierren herméticamente en lo suyo, pueda convertirse ella misma en un lugar de comunicación.”
Y sobre el salto que supone creer: "La fe es una opción por la que lo que no se ve (Dios es esencialmente invisible para el hombre), no se considera irreal sino como lo auténticamente real, como lo que sostiene y posibilita toda la realidad restante. La fe tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque implica la osadía de ver en lo que no se ve lo auténticamente real, lo auténticamente básico. He aquí la razón por la que la fe no se puede demostrar: es un cambio del ser y sólo quien cambia la acoge. Y como nuestra inercia natural no deja de empujarnos en otra dirección, la fe es un cambio que hay que hacer todos los días; sólo en una conversión que dure toda nuestra vida podemos percatarnos de lo que significa la frase 'Yo creo'”.
He oído alguna vez que los libros también "nos leen". La lectura es tanto descifrar la realidad como ir descifrándonos a nosotros mismos a medida que pasan las páginas. Por eso me gustan los libros que, como éstos, hablan sin gritar y dejan espacio al lector. Espero que sus páginas iluminen también las vacaciones de alguien o los ratos de descanso que seguimos necesitando acabadas las vacaciones.
Feliz verano.
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