Chesterton contra los contadores de historias
Para ser buen periodista es una pequeña antología de artículos de Gilbert Keith Chesterton, publicada por CEU ediciones, que resulta una lectura imprescindible para periodistas y aprendices de periodistas, pero también para cualquiera que asuma con nobleza el arte de la comunicación. El libro viene a ser un alegato contra esa mentalidad tan extendida de que los periodistas han de ser “objetivos, neutrales y asépticos”. En principio, estos adjetivos tendrían que ser bases para un recto criterio, pero no sucede así en la realidad. Ser objetivos, neutrales y asépticos puede llevar a convertirnos en indiferentes, en un estar por encima del bien y del mal no por considerarnos los mejores sino por creer en el fondo que el bien y el mal no existen. La sencilla conclusión es que, si no existen, lo único que existe es el poder, tal y como diría Voldemort, el encarnizado adversario de Harry Potter.
A Chesterton le asombra que el periodismo de su época, tal y como subraya en un artículo de Illustrated London News de 1906, califique algunas acciones humanas como locas, irracionales, bestiales, vulgares o absurdas. El calificativo moral brilla aquí por su ausencia y la única explicación es que está triunfando el relativismo moral. Alguien podría hacer la habitual réplica de que no se debe de juzgar a otros, pero, en realidad, quien eso afirma no se da cuenta de que Chesterton está valorando las acciones y no a las personas.
La Inglaterra de principios del siglo XX no está tan lejana de nuestro tiempo. Muchas de las ideas hoy imperantes empezaron a difundirse en aquellos momentos, cuando se estaba resquebrajando la fachada de la supuesta integridad victoriana. Sin embargo, otros tipos de hipocresía, próximos a la adulación, llegaron al mundo del periodismo. Una de ellas consiste en presentar a los poderosos e influyentes como personas modestas y honorables, lo que no es incompatible con exagerar alguna de sus cualidades. Eso se suele hacer también hoy en reportajes y entrevistas a personas con la categoría de “famosos”, donde no importa que la fama sea buena o sea mala. Lo importante es que se hable de ellos.
Nuestro escritor tampoco gusta del empleo del estilo indirecto. No hace falta que se transcriban textualmente las palabras, pero no es aceptable que el estilo indirecto oculte, deliberadamente o no, lo que quiso decir el protagonista de la noticia. Esa tergiversación también está presente en la manía de algunos periodistas de subrayar las frases llamativas pronunciadas por alguien, sacarlas de su contexto e ignorar el resto del discurso que les daba sentido. Yo mismo lo presencié en un acto en que un político presentó la biografía de un personaje histórico, un pensador del pasado reciente. Algunos informadores estaban al acecho de la frase o de la alusión que podía relacionarse con la situación política del presente. Cuando la encontraban, o creían encontrarla, prescindían de todo los demás. Ni la historia ni las aportaciones intelectuales del biografiado merecían su interés. Antes bien, se mostraban satisfechos porque habían dado con la “clave” del discurso.
La habitual ironía de Chesterton se pone de manifiesto en Para ser un periodista de éxito, publicado en 1909 en Illustrated London News. Aconseja a los periodistas no comportarse de modo insolente, aunque eso sería preferible al servilismo demostrado por algunos redactores. No falta la recomendación de tomar notas, que no todos hacen, o la de escribir de manera legible. También hay que huir de la excesiva especialización, y lo decía un Chesterton que había comenzado escribiendo reseñas de libros de arte. Su agudeza destaca en Distorsiones periodísticas, publicado en el mismo año, un alegato contra las medias verdades, la elección deliberada de hechos que interesan a los periodistas… Pero el problema de hoy, y de entonces, es que las circunstancias secundarias no dejan espacio para los hechos originales. El resultado son preguntas sin respuestas y respuestas sin preguntas.
¿Servirán al historiador del futuro las informaciones periodísticas de hoy? Hay profusión de informaciones, lo que incluye también entrevistas, aunque Chesterton duda de su fiabilidad, pues la excesiva información no siempre es esclarecedora. Otro aspecto preocupante, para nuestro autor, es el periodismo que desprecia la cultura, y el resultado se asemeja bastante a los panfletos del siglo XVIII. Cuando la falta de cultura se une a los prejuicios, la fantasía, bajo el aspecto serio de la realidad, domina las informaciones, y eso lo aprecia Chesterton en algunos corresponsales en el extranjero, que no conocen demasiado la cultura del país en que residen e interpretan los hechos desde sus prejuicios ideológicos. Esto lo afirmaba, sin ir más lejos, acerca de las informaciones sobre la Rusia de los años anteriores a la revolución. Pocos comprendían la religiosidad tradicional del pueblo ruso y no se molestaban en comprenderla. Un campesino ruso pobre y religioso no merecía el mínimo interés.
Es llamativa la intuición de Chesterton en Nuestro periodismo antediluviano, publicado en 1925 en Illustrated London News, donde cuestiona que el capitalismo esté amenazado por el comunismo. Ve en ambos sistemas un parecido porque “imponen una centralización impersonal y la acumulación de grandes masas de riquezas sobre vastas y difusas áreas. Lo que verdaderamente contradice al comunismo no es el capitalismo, sino la pequeña propiedad de un granjero o de un humilde tendero”. ¿Qué no habría escrito Chesterton sobre el partido comunista chino, impulsor de un capitalismo de estado?
En un reportaje televisivo se aludía a los estudiantes de una facultad de periodismo como “futuros contadores de historias”. Pienso que Chesterton, que hubiera querido enseñarles a ser buenos periodistas con artículos como los reseñados, habría considerado este calificativo como incompleto y difuso, pues no vale contar cualquier historia. Lo que vale es contar una historia veraz.
Publicado en Páginas Digital.
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