La fe no quita objetividad: la da
Hay quienes piensan que la fe en Jesucristo quita objetividad y convierte a los cristianos en sospechosos de parcialidad que les incapacitaría prácticamente para ser políticos. Y lo mismo para ser jueces, o economistas, o investigadores, o publicistas... o cualquier cargo, sobre todo si está expresamente orientado al servicio público. Porque piensan que creer en Jesucristo impide la neutralidad por suponer una clara toma de partido. Quien toma partido se hace parcial.
Claro, según ellos, esto vale sólo para los católicos. Los demás pueden tener sus ideas e ideologías y ninguna de ellas supone tomar partido que haga parcial. Pero el problema, en mi opinión, no está tanto en lo que otros puedan pensar de nosotros –¿qué podemos esperar del mundo?– sino si nosotros nos dejamos engañar por lo que ellos piensen de los católicos. Porque no sólo no tienen razón respecto a nuestra fe, sino que tampoco la tienen con respecto a su falta de ella.
La fe católica ciertamente nos capacita para conocer las verdades reveladas, que llamamos “sobrenaturales”: sólo quien tiene fe conoce que Dios es Uno y Trino, que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho Hombre, que ha muerto para el perdón de todos, que se da a nosotros en la Eucaristía y se queda en Ella para estar con nosotros... Es que además la fe capacita para conocer otras verdades, que de suyo son accesibles a la razón humana, pero que de hecho el hombre no puede conocer todas, con certeza y sin mezcla de error –lo asegura así el Magisterio de la Iglesia– si no tiene fe. Y esto es importantísimo.
Sin fe es de hecho imposible conocer todas las verdades religiosas y morales pertenecientes al orden natural, conocerlas sin mezcla de error y con certeza. Esto quiere decir que el hombre que no tiene fe conocerá o bien algunas solamente de estas verdades y no todas; o no estará seguro y albergará muchas dudas; o que las deformará o se equivocará gravemente en el modo de entender al menos muchas de ellas.
El pecado original no afecta sólo a los cristianos, sino a todos los hombres; y no sólo los católicos tenemos tentaciones de egoísmo, avaricia, envidia, odio, lujuria, vanidad... y caemos en ellas, sino todos. Una de las heridas de nuestra condición pecadora es el oscurecimiento de la razón y su capacidad para captar la verdad. La fe tiene poder para curar esta capacidad, para hacerla más objetiva en relación con los valores y bienes naturales. El menos objetivo ante ellos será precisamente el que no tenga fe, porque estará a merced de su ceguera. Si un miope no pone remedio a su poca visión, solamente puede ver con cierta claridad lo que se acerca mucho a los ojos; el resto le queda borroso cuando menos. O si una persona tiene delante muchos obstáculos que tapan su perspectiva, tendrá que ir sorteándolos para ir mirando y verá solamente cada vez aquello que le quede libre de impedimentos; no puede verlo todo a la vez porque no tiene el campo libre.
Pues la fe es la única cura, en la medida en que se vive, de la miopía moral, la única perspectiva adecuada para ver sin obstáculos todo el panorama del bien verdadero para el hombre. No es menos objetivo ante los valores naturales quien tiene fe, sino precisamente quien no la tiene. Éste verá algo, acertará en algunas cosas; pero no verá todo, no acertará mucho, no deberá estar seguro de ver bien.
Algunos pueden decir que el ateo es el hombre verdadero y objetivo; o que da igual ser creyente o no, que lo que cuenta es ser buena persona. Yo digo que no me da igual que, por ejemplo, los políticos tengan fe o no, crean en Jesucristo o no. Primero y ante todo por su bien. Pero también porque su fe no les vale sólo para su vida privada, ni sólo para su vida religiosa. Su fe les vale también para ver mejor dónde está el bien humano, para ser más fuertes ante la tentación de andar por caminos ilícitos, de usar cualquier medio en su provecho propio, de dejarse llevar por el odio, de mentir o robar...
Llega un momento en que sólo la fe en Cristo sirve para ver y defender la ley natural. En realidad sólo la fe en Cristo hace ver las cosas humanas tal como son.
Félix del Valle Carrasquilla es sacerdote diocesano de Toledo, profesor de teología y director espiritual adjunto del seminario y colaborador de Escritores.red