Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Demasiadas leyes

Cadena.
Vivimos encadenados y sometidos por un número inagotable de leyes, en buena medida porque han desaparecido los vínculos interiores con origen en la fe religiosa. Foto: Kaley Dykstra / Unsplash.

por Clementino Martínez Cejudo

Opinión

En esta sociedad que tienen como uno de sus metas esenciales la libertad, condicionados por el ilimitado número de leyes, no caemos en la cuenta de las limitaciones que sufrimos. Estamos ante normas de obligado cumplimiento, que cada día fluyen desde diversas fuentes.

En la triple división de poderes de una democracia, el poder legislativo tiene como función propia el legislar. Si bien la iniciativa legislativa, como se determina en nuestra constitución en el art. 87 es múltiple, y, en el caso de un Estado Autonómico como el nuestro, ha de dar lugar necesariamente a una legislación multiplicada.

Por otro lado, es preciso tener en cuenta el discurrir acelerado de la presente sociedad, que crea nuevas y diversas situaciones y exige nuevas leyes. Y, por supuesto, la toma de conciencia de nuevas relaciones de justicia.

A todo esto hay que añadir una causa más profunda: la falta del elemento religioso y en general de vínculos internos, que propicia el incumplimiento de la ley.

Falta de vínculos internos

"El mundo meramente profano no existe; ahora bien, cuando una voluntad obstinada consigue elaborar algo hasta cierto punto semejante a este tipo de mundo, esa construcción no funciona. Es un artefacto carente de sentido. No convence a la razón viva, latente bajo la capa de la razón racionalista. El corazón tiene el presentimiento de que en tal mundo no 'vale la pena' que se viva.

»Sin el elemento religioso, la vida se convierte en algo parecido a un motor sin lubrificante: se calienta. A cada instante se quema algo. Por todas partes se desencajan piezas que habían de engranar con toda precisión. Se descentra y se sueltan las ensambladuras. La existencia se desorganiza, y entonces hace su aparición aquel cortacircuito que se está produciendo desde hace treinta años en proporciones siempre crecientes: se emplea la violencia. A causa de ella la desorientación busca una salida. Si los hombres dejan de sentirse vinculados desde dentro, recibirán una organización externa; y, para que la organización funcione, el Estado la sustenta con su coacción. Pero ¿se puede vivir, a la larga, movidos solamente por la coacción?"

Con la vista puesta en este y algún otro texto de Romano Guardini, tomados de su libro El ocaso de la Edad Moderna (1950), voy a procurar hacer algo de luz sobre un tema, que considero de gran importancia.

De la violencia a la ley

“El mundo meramente profano no existe”. Pero esta sociedad se ha convencido de que el mundo meramente profano, no solo no existe, sino que es el que debe existir. De modo que, para conseguirlo, cada día da pasos en ese sentido. Y “nuestra voluntad obstinada” ha llegado a “elaborar algo hasta cierto punto semejante a este tipo de mundo”: un mundo que “no solo pierde en gran medida la fe en la Revelación Cristiana, sino que experimenta un debilitamiento en su capacidad religiosa natural, de tal forma que considera el mundo cada vez en mayor medida como realidad profana".

Y, claro, como hemos indicado, “esta construcción no funciona. Es un artefacto carente de sentido. No convence a la razón viva, latente bajo la capa de la razón racionalista. El corazón tiene el presentimiento de que en tal mundo no 'vale la pena' que se viva... Sin el elemento religioso la vida se convierte en algo parecido a un motor sin lubrificante. Cada instante se quema algo: se calienta… "La existencia se desorganiza…” y entonces “hace aparición la violencia.”

Pero en una situación de violencia, la vida se hace imposible y “la desorientación busca una salida”. “Si los hombres dejan de sentirse vinculados desde dentro, recibirán una organización externa; y, para que la organización funcione, el Estado la sustenta con su coacción”. Apela a la ley, instrumento de coacción que deja a salvo la dignidad de la persona.

Ahora bien, por más que se aprueben leyes convenientes con la debida sanción, si se carece de vinculación interna, sensibilidad de conciencia y, sobre todo, convicción religiosa, no serán suficientes para lograr el objetivo deseado. La fuerza de las pasiones se impondrá sobre el temor de la sanción y la voluntad se determinará por el objetivo deseado; mientras, por otra parte, procurará evitar la sanción.   

Y en una sociedad como la nuestra, en la que se han debilitado los vínculos internos hasta un grado tan elevado, tanto intensa como extensivamente, las trasgresiones de la ley han de multiplicarse y las leyes han de multiplicarse con la intención de conseguir un fin imposible en estas circunstancias.

Lo comentaba en un escrito publicado el 10 de octubre de 2019 en ReL: Violencia de género: ustedes se equivocan. Decía:

"Las leyes son necesarias; otras medidas, además de las jurídicas, convenientes en grado mayor o menor. Pero la situación no cambiará, no lo duden.

»Las leyes y otras medidas, por muy adecuadas que aparezcan y lo sean, nunca son suficientes…, se necesita algo más profundo y de mayor virtualidad que las leyes: la fuerza de una conciencia formada en auténticos valores…; una formación en valores, que no esté distorsionada por la ideología o debilitada por la condescendencia a la debilidad humana, armas en mano de los políticos para halagar a las masas y conseguir sus votos. Hace falta formación en valores, qué duda cabe, pero los que exige la recta razón humana, no los que inventa la voluntad arrastrada por la flaqueza o el egoísmo humano.

»Pueden seguir legislando, ayudar de mil maneras, y harán bien; pero el mal seguirá y aun se podrá agravar. Estamos viendo que ya no se queda en lo que ustedes llaman 'violencia de género', sino que se va extendiendo a padres, hijos y familia"..

Este caso concreto puede hacerse extensivo a muchos otros. Y por fuerte que sea la sanción, aunque ayude, nunca será suficiente.

La autoridad sin vínculos internos

En una sociedad desprovista de requerimientos internos, es muy lamentable la forma de proceder de sus miembros. Pero se agrava con el modo de actuar de la autoridad. Aunque es difícil que no haya en toda persona un mínimo de referencia religiosa y, aun sin ella, de cierta voz de la conciencia como un llamamiento en cierto modo sagrado; si, como acabamos de decir, pensamos en una sociedad desvinculada desde dentro, especialmente del elemento religioso, no solo los individuos particulares tenderán con frecuencia a la trasgresión de la ley, sino que la misma autoridad se sentirá inclinada a legislar sin tener en cuenta el bien común o “de los gobernados”, según la (RAE), objeto de toda ley.

Es fácil que priven sus intereses particulares, los intereses de grupos determinados o a poner en letra de ley sus ideas partidistas. Más todavía, la naturaleza humana sin esos frenos internos hará que se sienta inclinada a aprobar leyes contrarias al bien común. Y, en tal caso, nos encontraríamos con leyes que no son leyes, pero que su incumplimiento conlleva sanciones con frecuencia muy serias. Así mismo, en línea con ese proceder, sin tratarse de leyes, tomará decisiones y realizará actos, que nada tengan que ver con la consecución del bien común, sino en contra de él.

El recurso para avalar la necesidad de esas “leyes”, y, en su caso, actuar del modo indicado, suele consistir en apelar a la mayoría social. Pero ni siempre existe esa mayoría, ni debe confundirse mayoría social pueblo con mayoría social masa. Como señalaba Pío XII en 1944 (Benignitas et Humanitas), "el pueblo vive y se mueve por su propia vida; la masa es de por sí inerte, y no puede ser movida sino desde fuera". En el pueblo, "cada uno de los que lo componen… es una persona consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones"; en la masa, las personas son "fácil juguete de cualquiera que explota sus instintos y sus impresiones, dispuesta a seguir, cambiando sin cesar, hoy esta, mañana aquella otra bandera". 

La fuerza de los vínculos internos

En palabras de Guardini, "todo lo existente trasciende su propio ser. Todo acontecimiento significa más que su realidad. Todo hace referencia a algo que está por encima o más allá de sí. Solamente desde ese algo recibe su plenitud. Si ese algo se desvanece, tanto las cosas como las estructuras quedan vacías; pierden su razón de ser, no engendran ya convicción. La ley del Estado es algo más que un mero conglomerado de normas que expresan la conducta autorizada públicamente; tras ellas está algo intangible que, cuando la ley es infringida, pone de relieve su valor en la conciencia. El orden social es algo más que una mera garantía de una vida en común sin fricciones; tras él hay algo que convierte en profanación cualquier lesión del mismo. Este elemento religioso hace que las distintas formas de conducta, obligatorias para el ser humano, se realicen también 'con espontaneidad', sin presión externa; que los distintos elementos del hombre se mantengan en relación recíproca y constituyan una unidad".

Esta es la salida eficaz y digna del hombre.

Especialmente comprometidos

Dada la importancia y gravedad de la situación, es una obligación inaplazable actuar con decisión. Cada uno y todos, desde su lugar y con todas sus posibilidades. Se juega con el ser o no ser de la democracia y, sobre todo, con una vida humana en una sociedad humana.

"Los padres, al haber dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole y, por consiguiente, deben ser reconocidos como los primeros y principales educadores de los hijos. Esta tarea de la educación tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse» (Concilio Vaticano II, Gravissimum Educationis, n. 3).

El texto es claro: se trata de una obligación gravísima, en la que los padres deben ser los primeros y principales educadores y, si falta, difícilmente puede suplirse.

Dura y difícil tarea y a la vez dignísima, que no deja cruzarse de brazos ni delegarla en el colegio; es un error. Se trata de una acción personal e intransferible. Pero llega un momento en que los padres tienen necesidad de los centros de enseñanza para completar la formación. En ese momento no desaparece la tarea educativa, sino que pasa a ser compartida, en mutua cooperación con el centro educativo. Y dada la importancia de la labor del colegio, lo primero que han de hacer los padres es buscar para sus hijos un centro que presente garantías de formación integral, cuyo componente esencial es el religioso.

Acabamos de decir que los padres son los primeros y principales educadores, pero, no los únicos. Están, además, los diversos centros de enseñanza: desde los de infantil a la universidad, aunque de forma diferente. Si no son a la vez educadores, si se inhiben o, algo peor, trasmiten ideas contrarias a la recta formación, dejan en los futuros ciudadanos un vacío muy difícil de llenar o una tara no menos fácil de enmendar.

Junto a ellos están las autoridades civiles, implementar leyes que tengan en cuenta la formación integra del hombre. Ellos no son los que tiene que discernir de la fe, pero sí de disponer las cosas de modo que puedan formarse como personas responsables, teniendo en cuanta la dimensión religiosa.

También quiero hacer una llamada de atención a los intelectuales. Los cambios profundos de la sociedad son obra de las élites, sin ninguna duda los intelectuales. Tienen, pues, una responsabilidad especial y, si tratan de eludirla, serán responsables de haber hecho cesión de una grave obligación. Ellos, junto con otros grupos sociales, pueden tomar decisiones directas e inmediatas, los demás más indirectas y a más a largo plazo.

Tampoco puede faltar la acción de la Iglesia: de cada uno de los cristianos y, en especial, de la jerarquía. No se trata de hacer política; no es misión de la jerarquía. Pero sí de hacer luz en un mundo muy en tinieblas; de llamar a la responsabilidad a sus hijos y a cuantos quieran escucharlos. 

A modo de síntesis

“Sin verdad, la vida social es imposible. Me dirán que, de hecho, existe. No es cierto que el hombre, como parece se dice algunas veces, pueda organizar la tierra sin Dios. Lo que es verdad es que, sin Dios, él no puede en realidad sino organizarla contra el hombre... El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano”, escribió Henri de Lubac en su famoso libro El drama del humanismo ateo.

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