Lunes, 30 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Falta de compromiso

Dibujo de un hombre caminando solo sobre fondo blanco.
A base de no asumir nunca compromisos estables y duraderos, el hombre va quedando en soledad y vacío existencial. Imagen: Émile Séguin / Unsplash.

por Clementino Martínez Cejudo

Opinión

La vida del hombre podemos decir que es una senda con compromisos continuados. Cada día y todos los días, desde que nos levantamos hasta que vamos al descanso nos comprometemos a mil cosas: a levantamos, a asearnos, a desayunar, a ir al trabajo… La mayor parte son requerimientos naturales y necesarios para una vida humana normal. Pero hay otros, muchos, que no nos reclaman desde la necesidad, sino desde la opción libre en orden a realizar nuestras vidas y cooperar al bien de la sociedad. Unas necesidades más profundas, aunque quizás menos sensibles. De aquí que cada compromiso no aceptado deje en nuestra existencia un vacío y en la sociedad una carencia. Más, si vamos rechazando continuos compromisos importantes, puede llegar un momento en que nuestras vidas se queden vacías, con un sentimiento de caminar sobre la nada, y la sociedad con más o menos carencias.  

Por desgracia, la actitud actualmente adoptada por muchos en nuestra sociedad es la de rechazar cualquier compromiso que suponga cierta dificultad o conlleve la merma de lo que consideran libertad,

Unos hechos

Se rechaza el matrimonio que conlleva las propiedades esenciales de único e indisoluble. Se considera una atadura demasiado fuerte y complicada y se deja a la veleidad del “amor”, al capricho del momento. Se renuncia a la consecuencia natural del verdadero amor conyugal, los hijos de una paternidad responsable. Se corta la corriente normal de ese amor y se renuncia a la familia.

Se olvida que la familia es la institución natural más importante y rica. Es el ambiente cálido del amor donde unas manos hechas de amor nos recogen en el mismo momento del primer sorbo de esta vida. Donde recibimos la primera expresión de amor; donde dibujamos la primera sonrisa y derramamos la primera lágrima; donde pronunciamos la primera palabra y dimos los primeros pasos; donde se dibujó la primera cruz sobre nuestra frente y pronunciamos la primera oración. Donde siempre nos sentimos acogidos y seguros; donde siempre encontramos la puerta abierta y unos brazos para abrazarnos. Donde las lágrimas encuentran un pañuelo que los recoge y el fracaso unos brazos que lo levantan. A donde, pasados los años y el correr de los caminos de la vida, vuelve el corazón para soñar en amor dulce y sereno. El padre, la madre, los hermanos, qué dulce concierto de amor. Ahora bien, el que no quiere comprometerse al matrimonio y a la familia, renuncia a la creación humana de mayor contenido, de mayor trascendencia, más gratificante y de amor más desinteresado. El vacío que deja en la persona como en la sociedad nada humano lo puede reemplazar.

Sí, ya se que me pueden decir: usted no tiene en cuenta el posible lado oscuro. Olvida la pérdida de padres o de hijos, las enfermedades de todo género y las situaciones físicas y psíquicas de toda clase, que arrancan lágrimas del amor herido. La herida incurable que deja la posible separación de los padres. Las sendas desviadas que pueden elegir los hijos y las situaciones en que pueden encontrarse ya emancipados. La posible pobreza.

De acuerdo, pero el que no se casa ¿está exento de sufrir parecidos contratiempos? Con una diferencia. En la familia se sufre por uno y por los demás, pero con los demás; el dolor y las lágrimas son compartidos. El que no se casa tiene que afrontar esas o parecidas situaciones, pero a solas. Vamos hacia un mundo de soledad, muy triste.

Alguien puede encontrarse en un estado de silencio de Dios o de rechazo, pero más de una vez le ha surgido la duda de su presencia. Sin embargo, se rehúye enfrentarse con la duda y buscar la verdad; no se quieren problemas. No quieren compromisos. Con esta forma de proceder se queda en las tinieblas. En el vacío de la Luz.

Es creyente, pero vive de espaldas a Dios. Pero seguro que se ha planteado volver a la práctica religiosa. Esta decisión supone comprometerte a muchas cosas; prefiere vivir “libremente”. No está feliz y sabe lo que se juega, pero cierra los ojos y se mete en el burladero de no pensar. Cerrar los ojos no es apagar la luz.

Pensemos en cualquier joven que lleva una normal vida espiritual, es posible que haya sentido la llamada a una vida de total entrega a Dios. Lo lógico sería discernir si se trata de una ilusión o de una verdadera llamada. No sirve la lógica, desprecia de inmediato; tiene que renunciar a muchas ilusiones. Quiere caminar en la vida por la autopista que se imagina. No tiene en cuenta que el mundo da mucho menos de lo que promete, mientras Dios, por el contrario, da infinitamente más de lo que pide. Los ejemplos, aunque no tan importantes como los mencionados, pero importantes, pueden multiplicarse; cada uno sabe de ellos.

Esta falta de compromiso hoy se manifiesta de manera general en ese decir lo que los demás quieren oír o en ese callar para no crear (sobre todo crearse) problemas. Estamos en eso que ha venido a llamarse lo políticamente correcto. Un ejemplo: el aborto y la eutanasia le parecen a uno una barbaridad, pero como los más o, mejor, los más progresistas (que no se puede confundir con progreso) dicen que es un derecho, se calla y sigue la corriente. Esto no es solo de los jóvenes; ni tampoco los de una ideología concreta, aunque parece darse mayormente en los que profesan la que debería ser excepción. Me atrevería a decir que ni siquiera el clero está exento de este modo de proceder, al menos esa es la impresión. Estoy seguro que, en este caso, me dirán que se trata de prudencia; pero, cuidado, porque si bien la prudencia es una virtud, no debe confundirse con el miedo o la comodidad; miedo a cargar con responsabilidades a las que no se quiere hacer frente o comodidad ante las dificultades que pueden surgir de meterse en “problemas”. Quizás cautela para no perder posibilidades.

No se quiere asumir el compromiso de la fe. Y este compromiso es el que da la mayor fuerza para asumir los restantes compromisos, a la vez que peso y sentido de eternidad. Todos los demás compromisos, sin el de la trascendencia, aun buenos y apoyo para poder caminar con dignidad movidos por unas metas dignas, ha de llegar un momento en que sintamos su precariedad.

Pero no se trata solo de compromisos importantes en razón del tiempo o por cualquier otra razón, sino de asumir cualquier obligación a la que nos sentimos obligados. Si bien, como es obvio, las exigencias son muy diferentes y la obligación de asumir el compromiso también. En algunos casos, debido a su importancia, será prudente tomar consejo de personas de criterio antes de tomar una decisión. En todo caso, cuanto más fiel es una persona en responder positivamente a las exigencias, mayor es la discreción que va adquiriendo.

Queremos ser libres

No queremos aceptar compromisos, contraer obligaciones. Queremos ser libres, vivir una vida libre, sin ataduras. Pero no nos equivoquemos. La libertad no es dejar que las aguas de nuestros gustos corran según su impulso natural, ni dejarnos arrastrar por el estímulo de las pasiones. La pluma juguete del viento es todo lo contrario de ser libre.  

La libertad es una facultad para y de. Una posibilidad en nuestras manos, tanto de determinarnos por el bien cuanto para optar por un bien u otro. Es el modo de ir realizando ese hermoso proyecto de la persona. Optar por el mal, tanto en el sentido de acción como de omisión, no es un bien, sino una deficiencia de esta pobre voluntad humana, como es un defecto del entendimiento la posibilidad de equivocarse. Dios es libre, pero es imposible que haga el mal, pues es el bien absoluto, ni que pueda equivocarse, es la sabiduría infinita.

Y algo de suma importancia. Si pasamos nuestra consideración de los individuos a la sociedad, cuando en una sociedad se esquivan con reiteración los compromisos, se rehúyen las obligaciones, estamos en una sociedad enferma; más o menos según la reiteración y su importancia, pero enferma.

En este mundo estamos para cumplir la tarea que se nos ha asignado. Tarea que se realiza aceptando y cumpliendo con los compromisos que en cada momento se nos presentan. Cada compromiso aceptado y vivido es un paso en la construcción de la maravilla de nuestra persona, diseñada desde la eternidad. Y cada compromiso que no aceptamos es un vacío que dejamos. Ahora bien, si vamos soslayando compromisos, vamos dejando vacíos, que, si son continuados, dejan nuestra persona, nuestra vida, vacía. ¿No da la impresión esta sociedad de un mundo de vidas vacías? ¿Por qué si no este correr alocado, trabajar a destajo, deseo incontenible de poseer y obsesión de gastar? ¿Por qué la fruición de buscar, aunque sea en charcos hediondos, el agua que satisfaga esta sed enfermiza de placer? ¿Cómo se explican esas multitudes en pos de un deportista o músico de temporada? ¡Este no saber divertirse sino en masa!

Los sucedáneos

Y, como parece ser que sigue siendo verdad eso de que la naturaleza aborrece el vacío, se buscan sucedáneos que llenen ese vacío. El mismo Aldous Huxley lo expresaba así en su momento: “La naturaleza aborrece el vacío, incluso en la mente. El doloroso vacío del aburrimiento actual es llenado y perpetuamente renovado por el cine, la radio, la televisión y las historietas cómicas”.

Es cierto, pero yo diría que se trata de un vacío mucho más profundo y extenso que el aburrimiento, pues se trata de un vacío existencial, de lo que llena y construye la persona. A la vez y por lo mismo, las formas de llenar ese vacío, sin negar las que expone, son de otra categoría, más endebles, de menor peso todavía.

¿Cómo llenan o pretenden llenar los jóvenes el vacío? Con el sexo como gozo puramente biológico, con el flirteo sin intención ni metas más allá del mismo; con el mayor número de conquistas amorosas “sin amor”, como puro divertimento y posibilidad de alardear ante los amigos; con el éxtasis de la droga, con una madrugada de ruido que quita toda posibilidad de relación humana y unas luces que crean un mundo anestesiado. Con el capricho de lo último en la moda, el móvil con mayores “posibilidades” o el coche con el que alardear ante los amigos.

¿Cómo pretenden llenarlo de mayores? Con la “ilusión” de un piso lleno de cosas, un coche de mayor cilindrada cada vez, unas vacaciones a lugares exóticos, de los que se vuelve sin saber asignarle el lugar geográfico.

Pura ilusión 

Estamos en una pretensión inútil. Todo eso “llena el tiempo, pero no el vacío”. Con cosas no se llena el corazón ni se aquieta la mente. Con sexo sin amor, aumenta el vacío. Con madrugadas de bebida, droga y sexo en un ambiente que aturde y de luces enloquecedoras, se viven momentos de engaño, pero no se llena el vacío. Esto anestesia por unas horas, pero no cura, no llena; es más, abre un espacio de mayor vacío.

El vacío solo se llena si aceptamos los compromisos que, con mirada de eternidad, van llenando las exigencias de cada día. Sencillamente, con el compromiso aceptado y realizado de cada día con visión trascendente. No construyamos mundos ilusorios, porque no existen, el mundo real, bien entendido, si tiene la proyección de eternidad, es suficiente para llenar una vida. No busquemos sucedáneos para llenarlo, porque aun los mejores resultan siempre inadecuados para este corazón y este entendimiento con metas de eternidad.

Tenemos que reflexionar, observar sin miedo, aunque cause dolor, el camino que vamos recorriendo, medir el grado de compromiso en que nos movemos y tomar decisiones. Somos muy dados a buscar el modo de evitar la cuesta que se presenta en nuestro camino y tomamos sendas que nos resultan más cómodas, pero que nunca conducen al fin que marca nuestra naturaleza. Es un error.

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