El Camino: 50 años de su fundación en Roma
Kiko y Carmen obedecieron: fundaron comunidades. Comunidades vivas, con familias llenas de hijos y sobrinos, de niños con muchos primos y muchos tíos, gente agradecida al Señor por los dones recibidos, personas dispuestas a hacer la voluntad de Dios.
Cuando digo, como digo, que mi vida fue salvada por la predicación del Camino Neocatecumenal, por el esplendor de su liturgia, por la expectación de la Vigilia Pascual recuperada en toda la fuerza de su victoria sobre la muerte (con sus candelas, sus bautismos, sus cantos, con el lugar consagrado a los niños y a sus preguntas sobre la razón por la cual esa noche es única, con la tensión en la espera de la Resurrección del Señor), cuando constato los frutos esparcidos a manos llenas por la obediencia al mandato divino sobre la santidad del acto sexual abierto a la vida, cuando veo que personas congregadas casualmente en la misma catequesis se convierten con el discurrir de los años, con el paso de las décadas, en hermanos que se aman y llevan cada uno las cargas de los demás; cuando esto sucede en un mundo que camina en una dirección exactamente opuesta, que se precipita en un universo de soledad, de egoísmo y de muerte, cuando veo esto y doy testimonio de ello, no estoy haciendo retórica.
Solo estoy describiendo la realidad de la que soy testigo desde hace 47 años.
“Hay que hacer comunidades cristianas como la Sagrada Familia de Nazaret, que vivan en humildad, sencillez y alabanza. El otro es Cristo”: así le dijo la Virgen a Kiko cuando se le apareció el 8 de diciembre de 1964. Kiko y Carmen (la mujer genial, libre, culta, intuitiva, sabia, alejada miles de kilómetros de cualquier forma de adulación, que durante cincuenta años compartió con Kiko las cargas y las fatigas, pero también la alegría de la misión) obedecieron: fundaron comunidades. Comunidades vivas, con familias llenas de hijos y sobrinos, de niños con muchos primos y muchos tíos, gente agradecida al Señor por los dones recibidos, personas dispuestas a hacer la voluntad de Dios en cuanto testigos de Su manifestación en su vida, dispuestos a obedecer el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado de salvará, quien no crea se condenará”.
En un mundo sin Dios, donde solo cuentan las razones de los más fuertes, donde impera el dictado gnóstico de un relativismo totalitario que quiere imponer a todos cuándo y cómo nacer, cómo vivir y cuándo morir, los éxitos de la predicación de Kiko y Carmen han sido asombrosos. Como siempre cuando se trata de realidades queridas por Dios. Son 21.300 comunidades, 120 seminarios con 2300 seminaristas y 2380 sacerdotes ya ordenados, 216 missio ad gentes en 62 naciones (cada una formada por 4 o 5 familias con sus hijos, un sacerdote con un compañero, algunas hermanas) para un total de 166 familias en misión con cerca de 6000 hijos.
Este sábado en Tor Vergata tuvo lugar una gran reunión de los hermanos del Camino provenientes de todo el mundo para celebrar con el Santo Padre los cincuenta años de vida de la experiencia neocatecumenal en Roma. En este contexto de gozo y alegría, el Papa envió 37 nuevas missio ad gentes y 25 “comunidades en misión” a las zonas más difíciles de Roma. Sí, porque, si no todos son llamados a convertirse en sacerdotes o itinerantes o familias en misión, todos sin distinción son llamados a evangelizar. Y así, las comunidades más antiguas, extraídas por sorteo, se desplazan a las zonas de la ciudad donde no hay presencia cristiana, donde es más urgente la necesidad de alguien que anuncie el amor omnipotente de Dios a gitanos, musulmanes, a hombres que se han acostumbrado a pasar la vida en la degradación y el sinsentido. A personas solas y sin esperanza. Este desplazamiento a zonas alejadas con frecuencia de la original supone muchas incomodidades. Mucho cansancio en los desplazamientos a causa del tráfico. Sin embargo, cuántos que viven desde hace tiempo este tipo de experiencia están contentos de poner su vida al servicio de la evangelización.
Al final de la liturgia y del envío de nuevos misioneros, un solemne Te Deum se elevó al cielo, cantado a pleno pulmón por la asamblea de cien mil hermanos de todos los continentes. La Roma ciudad-mundo, donde todos están en su casa, dio una nueva y espléndida prueba de su bimilenaria vitalidad eclesial.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Angela Pellicciari es profesora de Historia de la Iglesia y autora, entre otros, de los libros La verdad sobre Lutero y Una historia de la Iglesia.
Solo estoy describiendo la realidad de la que soy testigo desde hace 47 años.
“Hay que hacer comunidades cristianas como la Sagrada Familia de Nazaret, que vivan en humildad, sencillez y alabanza. El otro es Cristo”: así le dijo la Virgen a Kiko cuando se le apareció el 8 de diciembre de 1964. Kiko y Carmen (la mujer genial, libre, culta, intuitiva, sabia, alejada miles de kilómetros de cualquier forma de adulación, que durante cincuenta años compartió con Kiko las cargas y las fatigas, pero también la alegría de la misión) obedecieron: fundaron comunidades. Comunidades vivas, con familias llenas de hijos y sobrinos, de niños con muchos primos y muchos tíos, gente agradecida al Señor por los dones recibidos, personas dispuestas a hacer la voluntad de Dios en cuanto testigos de Su manifestación en su vida, dispuestos a obedecer el mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. Quien crea y sea bautizado de salvará, quien no crea se condenará”.
En un mundo sin Dios, donde solo cuentan las razones de los más fuertes, donde impera el dictado gnóstico de un relativismo totalitario que quiere imponer a todos cuándo y cómo nacer, cómo vivir y cuándo morir, los éxitos de la predicación de Kiko y Carmen han sido asombrosos. Como siempre cuando se trata de realidades queridas por Dios. Son 21.300 comunidades, 120 seminarios con 2300 seminaristas y 2380 sacerdotes ya ordenados, 216 missio ad gentes en 62 naciones (cada una formada por 4 o 5 familias con sus hijos, un sacerdote con un compañero, algunas hermanas) para un total de 166 familias en misión con cerca de 6000 hijos.
Este sábado en Tor Vergata tuvo lugar una gran reunión de los hermanos del Camino provenientes de todo el mundo para celebrar con el Santo Padre los cincuenta años de vida de la experiencia neocatecumenal en Roma. En este contexto de gozo y alegría, el Papa envió 37 nuevas missio ad gentes y 25 “comunidades en misión” a las zonas más difíciles de Roma. Sí, porque, si no todos son llamados a convertirse en sacerdotes o itinerantes o familias en misión, todos sin distinción son llamados a evangelizar. Y así, las comunidades más antiguas, extraídas por sorteo, se desplazan a las zonas de la ciudad donde no hay presencia cristiana, donde es más urgente la necesidad de alguien que anuncie el amor omnipotente de Dios a gitanos, musulmanes, a hombres que se han acostumbrado a pasar la vida en la degradación y el sinsentido. A personas solas y sin esperanza. Este desplazamiento a zonas alejadas con frecuencia de la original supone muchas incomodidades. Mucho cansancio en los desplazamientos a causa del tráfico. Sin embargo, cuántos que viven desde hace tiempo este tipo de experiencia están contentos de poner su vida al servicio de la evangelización.
Al final de la liturgia y del envío de nuevos misioneros, un solemne Te Deum se elevó al cielo, cantado a pleno pulmón por la asamblea de cien mil hermanos de todos los continentes. La Roma ciudad-mundo, donde todos están en su casa, dio una nueva y espléndida prueba de su bimilenaria vitalidad eclesial.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Angela Pellicciari es profesora de Historia de la Iglesia y autora, entre otros, de los libros La verdad sobre Lutero y Una historia de la Iglesia.
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