Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Me llamo Toyota y no corro nada


Me quieren convencer de que la felicidad la encontraré ganando mucho dinero, gastándolo y poniendo mi YO en el centro de mi corazón, en el centro de mi vida.

por Gonzalo de Alvear

Opinión

Conduzco. Toyota. Escapo. Nike. Soy yo mismo. Mercedes Benz. Libero a la fiera que llevo dentro. Adidas. Almuerzo cómodo. Yatekomo. Soy libre…
 
Vivo rápido, camino sin mirar y cuando miro no veo, siempre pendiente de mi móvil. Me choco. Perdón, perdón. Sigo caminando. No hay tiempo. Disculpa que no me pare, es que llego tarde.
 
Me he dejado convertir en un ser con una capacidad cada vez más limitada para pensar, profundizar y sacar conclusiones razonadas y razonables. En cambio, mi capacidad de consumir sube y sube. Pero ya no solo productos, sino también titulares. Titulares incuestionables, todos políticamente correctos. Entre todos ellos hay uno que destaca: lo más importante es que seas feliz.
 
No suena mal. Lo que pasa es que me quieren convencer de que la felicidad la encontraré ganando mucho dinero, gastándolo y poniendo mi YO en el centro de mi corazón, en el centro de mi vida.
 
Voy a hacer un esfuerzo. Paro, pienso y analizo mi vida.
 
Vaya, pues resulta que haciendo lo que me decían soy muy infeliz y hago a la gente que me rodea igual de infeliz. Y noto que me huyen. Pensaba que eran malos y no me apreciaban. Una injusticia. Pero me doy cuenta de que mi capacidad de escuchar es mucho más pequeña que la de hablar de mí mismo y de mis cosas. Que necesito ser el centro de atención y de la conversación. Que llevo fatal que me lleven la contraria. Que señalo, juzgo y condeno alegremente... que he engordado un ego monstruoso que me tiene esclavizado, que casi ha anulado mi capacidad de amar, de salir de mí mismo, de darme. No veo la libertad por ningún lado. Además de menos libre, cada vez más solo.
 
Liberarme de mí mismo para ser libre de verdad. Pero debo llenar mi corazón con algo. Me dicen que lo llene de Dios y que ame como Cristo amó, con generosidad, sin esperar nada a cambio, sin preocuparse de mí mismo, perdonando siempre y entregando mi vida si fuera necesario. Experimento una profunda alegría. Cada vez mayor. Esto sí que me libera. Soy más feliz. Mucho más feliz.
 
Ya no quiero ir en mi Toyota, no avanzo nada. Prefiero ir andando. Libre para mirar, ver y disfrutar con un charla inesperada.
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