Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Por qué ayunar y no comer carne «cuando lo manda la Iglesia»

Dos pescados en un plato para comer.
La obligación de ayunar o de no comer carne la impone la Iglesia en uso del poder que le ha sido dado por el mismo Jesucristo. Foto: Gregor Moser / Unsplash.

por Miguel Ángel Irigaray Soto

Opinión

El cuarto mandamiento de la Iglesia, de obligado cumplimiento para un católico (al margen de subjetividades que no suelen ser sino excusa para incumplir nuestros deberes cristiano-religiosos), dice así: "Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia". En estos días de Cuaresma, cuando la Iglesia manda ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, así como abstenerse de comer carne los viernes, esto adquiere particular significación.

Lamentablemente, hoy casi nadie cumple con este precepto; incluso bastantes católicos tampoco lo hacen y así adquieren una notable responsabilidad objetiva delante de Dios, primero por incumplir y segundo, por dar mal ejemplo. Incumplir no exime de pecar, siquiera por desobediencia a la institución que Dios mismo puso como camino de gracia y salvación, al decir Jesucristo a Pedro: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; lo que ates en la tierra, atado será en los cielos; lo que desates en la tierra, desatado será en los cielos". Por lo tanto, entiendo, despreciar lo que manda la Iglesia en nombre de Cristo, en el fondo, es despreciar a Cristo mismo y al modo como Él ha hecho las cosas, instituyendo una Iglesia con poder de "atar y desatar" en su nombre. Esto que digo es puro evangelio. Si no queremos seguir el evangelio, ¿por qué nos llamamos cristianos?

El mandamiento de ayunar y abstenerse de carne los viernes, como poco, tiene el sentido de poner en guardia, de llamar la atención a los fieles, darles unas señales, algo así como decir: "Date cuenta, cae en la cuenta, de que estás en un tiempo litúrgico fuerte, de conversión, para prepararte bien a la Semana Santa, los días más importantes del año, pues en ellos rememoraremos los acontecimientos de nuestra Redención".

El canon 1.249 del Derecho Canónico (el de la Iglesia) dice: "Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales (...)". En efecto, si somos familia (la familia de los hijos de un mismo Padre, Dios), entonces hay días y prácticas que hacemos en común, porque, en la fe, como en la vida, andar solo o cada uno por su cuenta, no es bueno; nos necesitamos y apoyamos unos a otros. Y faltar a esos días y prácticas constituye una falta grave.

¿Se podría haber mandado otra cosa? Sí, claro, pero había que concretar con algo y, desde hace mucho tiempo, la Iglesia decidió que se concretara así. Empezar con disquisiciones de si lo de no comer carne responde o no a otros tiempos o contextos en que había mayor abundancia o mayor pobreza, tal o cual situación histórica… me parece que es empezar a buscar excusas para no hacer lo mandado, lo que es nuestra obligación de fieles y de conciencia cumplir.

Por otra parte, creo que las normas que ha impuesto la Iglesia son unos mínimos tan mínimos (incluso, tan ridículos) que no querer hacer el esfuerzo nimio de cumplirlos revela mucho de nuestra acedia o pereza para las cosas de Dios (pues la Iglesia, según los evangelios, es "cosa" de Dios). ¡Qué dirán de nosotros, por ejemplo, nuestros hermanos musulmanes que cumplen con el Ramadán, sin duda mucho más duro que nuestro simbólico esfuerzo de Cuaresma que muchos ni cumplen!

Desde luego, parece que lo que más cuesta es la obediencia a lo que manda la Santa Madre Iglesia, que ya, en sí, es una fructífera penitencia de amor y fidelidad. Ya sabemos qué ocurrió con la desobediencia de Adán y las desastrosas consecuencias que acarreó. La obediencia es un bien, nos despoja de nosotros mismos. Estar discutiendo, poniendo en solfa o incumpliendo lo que manda la Iglesia, porque "yo opino", porque "yo pienso", porque "a mí me parece o no me parece"... es no ayunar de nuestro propio YO, de nuestras propias ideas, de nuestro propio orgullo, algo muy conveniente (me refiero a 'ayunar de yo').

Ayunar y hacer penitencia nos asimila con Cristo, que ayunó e hizo penitencia en el desierto durante cuarenta días. Dispone el interior del hombre para hacer algo muy agradable a Dios y que favorece la acción de Su gracia renovadora. El ayuno y la penitencia (sin duda, obedecer a la Iglesia, como decía, ya es penitencia) nos abren y predisponen a la conversión que Dios quiere obrar en nosotros con Su gracia.

Además, privarnos de algo nos viene bien para darnos cuenta de lo que valen bienes que normalmente damos por supuestos, sin mayor agradecimiento, cuando sabemos que en otros lugares del mundo muchas personas se mueren por llevarse un trozo de pan o de carne a la boca. Podemos entender esta privación como un modo de solidaridad o toma de conciencia con ellos y de experimentar en primera persona, aunque de forma minúscula, lo que ellos viven de ordinario, pero que, para nosotros, mayormente, suele ser extraordinario, poco habitual.

Por lo tanto, ¿es verdad que no tienen sentido las normas eclesiásticas del ayuno y la abstinencia de carne? ¿O estamos tan aletargados para las cosas de Dios que somos nosotros los que caminamos sin rumbo o sin sentido? Pensémoslo bien.

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