Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

El cartel de Sevilla

Salustiano García, junto al cartel de la Semana Santa de Sevilla 2024 en el día de su presentación.
Salustiano García, junto al cartel de la Semana Santa de Sevilla 2024 en el día de su presentación, el pasado 27 de enero. El encargo es obra del Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla. Imagen: captura 101TV Sevilla.

por Miguel Ángel Irigaray Soto

Opinión

El cartel que anuncia la Semana Santa de Sevilla 2024 me parece que tiene motivos para que mucha gente, también yo mismo, lo hayamos percibido como irreverente, aunque podemos decir que la explicación dada en la presentación por su autor (el pintor Salustiano García) lo excusaría de una pretendida intención blasfema (lo cual no es poco). El problema es que se están viralizando en redes otras obras de este mismo autor manifiestamente irreverentes, en las que aparecen, por ejemplo, una mujer con poca ropa en el torso con una Sagrada Forma en su mano derecha; otra mujer vestida de fiesta portando un copón; un niño pequeño, con los labios rosas, que sostiene un pequeño cáliz y una galleta marcada con una gran cruz, de características similares a una hostia... Es decir, ¿quién me asegura que esa explicación no es un brindis al Sol para parapetar otra posible irreverencia más del autor, dado que tiene antecedentes?

Muchos hemos visto en esa imagen una especie de Cristo LGTBI, con cierta carga homo-erótica, que iría irrespetuosamente contra los valores defendidos por Jesucristo mismo. En cambio, los defensores del cuadro hacen como que se llevan las manos a la cabeza, arguyen cómo se puede ver eso (poco menos que hay que estar “enfermo”) y señalan cómo hay cientos de otras obras en la Historia del Arte que muestran a un Cristo semi-desnudo. Pero la realidad es que hay mucha gente, también sevillana y algunos expertos en arte, que han visto lo mismo nada más verlo; es más, hemos leído titulares de prensa internacional como los siguientes: “El Cristo homoerótico en los carteles de la Semana Santa divide a España” (The Times); “Polémicas (feroces) sobre el Cristo gay de la Semana Santa de Sevilla. Y de nuevo aflora en la Iglesia el nudo de la cultura queer” (Il Messaggero). En suma, con esos titulares, no creo que haya que estar muy loco para ver lo que muchos hemos visto repulsivamente en este cuadro.

Dicho todo ello, tengo algunos amigos sevillanos que me han transmitido algunas claves que van más allá de esta polémica, por las que creen que el cartel es desafortunado y, según alguno, no va a ser puesto en muchos establecimientos de la ciudad: 1º) Porque no representa la Semana Santa de Sevilla; 2º) Porque no transmite unción o sacralidad ni ayuda a conocer y comprender la Pasión de Jesucristo (frente a esto, está la opinión de quienes creen que un cartel es mera publicidad y no tendría por qué transmitir ningún tipo de unción o sacralidad, pues se trata de difundir un evento, sin más); 3º) Porque ha producido división y enfrentamiento entre los que lo ven.

Son razones, todas ellas, por las que esta pintura podría estar en una galería, pero, entienden, no reúne las condiciones para ser cartel de Semana Santa sevillana, ya que, a su juicio, el cartel debe reflejar la Semana Santa, debe producir unción y acercamiento al Evangelio y debe ser elemento de unidad (algunas personas críticas con estos argumentos me transmiten, por el contrario -y no sé si es cierto-, que otros carteles de Semana Santa también han sido discutidos y que no han generado esa pretendida unidad).

Yo aporto para el debate una clave más, consistente en decir que no se ven las cosas igual desde la fe creyente que desde la posición de alguien ateo, no creyente o no practicante. Esto es fundamental para saber qué ofende o no a nuestra sensibilidad religiosa, porque, natural pero lamentablemente, cada vez más los ateos e increyentes han perdido todo sentido (tiempos atrás, alguno tenían) de lo sacro y de lo santo, de modo que cualquier ofensa por nuestra parte les parece una exageración u ofendiditis (o hacen ruido para que lo parezca, en una especie de autoritarismo moral bastante intolerable). Pero un ateo o increyente que no tiene sensibilidad religiosa no es nadie para decirme a mí, que sí tengo sensibilidad religiosa, qué tiene que ofenderme o no. Es como si yo me meto a opinar o dogmatizar de cualquier tema sin tener ni idea; pues, por lo demás, determinados colectivos bien que la arman y proclaman su ofendiditis a la menor, en cuanto te descuidas. O sea, que yo, con según qué grupos o personas de determinada tendencia, tengo que tener un cuidado exquisito (no sea que se me ofendan y la armen), pero no ocurre lo mismo si soy un creyente religioso, con alto sentido de lo santo y de lo sagrado, que pienso que estos temas merecen un plus de respeto, de delicadeza y de reverencia... Entonces, claro, soy "un exagerado" y no se me debe ningún respeto, cuidado ni delicadeza. Tengo unas ideas “bárbaras” que hay que combatir.

Me parece injusto. Yo pensaba que el respeto iba siempre en doble dirección. Pero se ve que hasta en este pensamiento ingenuo también estaba “exagerando”.

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