«La llamada»: lo sublime envuelto en provocación y estética kitsch
Si uno se fija en lo que hay de luminoso y no sólo en lo que chirría o en lo que echa de menos, aprecia enseguida que "La llamada" es auténtica, fresca y festiva y, aunque tiene algo de batiburrillo de ideas y mensajes confusos, tiene también secuencias sublimes.
por Carmen Castiella
Ayer fui con mi marido a ver La llamada, al parecer, una de las películas más taquilleras de la temporada. Es la película de temática religiosa más sorprendente, caótica y arriesgada que hemos visto en tiempos… La ha rodado una pareja de directores jovencísimos llamados “Los Javis”, Javier Ambrossi y Javier Calvo, que tras su éxito en formato teatral ahora han llevado a la gran pantalla. Consigue descolocar a cualquier espectador, además de hacerle reír o llorar, mientras suenan canciones de Presuntos Implicados, reggaeton, Leiva y Whitney Houston. Una mezcla arriesgada que, sin embargo, funciona.
La historia es la siguiente: dos chicas adolescentes, enamoradas del reggaeton y del electro latino, van de discoteca en discoteca y de novio en novio, hasta que una de ellas siente la llamada de Dios en un campamento de monjas en el campo de Segovia y comienza a replantearse su vida. Temática difícil envuelta en una estética kitsch que raya continuamente lo ridículo y hortera, mientras apunta a lo sublime.
No es la película que habría rodado Roland Joffé sobre la llamada de Dios; hay escenas e imágenes que me parece que sobran y emborronan el cuadro final. Es irreverente e incluso algunos la considerarán ofensiva, pero, a pesar de eso, creo que los directores han querido ser realmente respetuosos con la fe y que están sinceramente abiertos a la dimensión espiritual.
Si uno se fija en lo que hay de luminoso y no sólo en lo que chirría o en lo que echa de menos, aprecia enseguida que La llamada es auténtica, fresca y festiva y, aunque tiene algo de batiburrillo de ideas y mensajes confusos, tiene también secuencias sublimes, como cuando Dios se aparece a María (Macarena García, hermana de Javier Ambrossi) y le canta I will always love you de Whitney Houston. A mí esa escena me tocó. Transmite en lenguaje más actual imposible el poder transformador de saberse apasionadamente amado por Dios.
Aparentemente, puede parecer una parodia de la religión, pero no lo es. Esta película cree en el Amor de Dios y cree en su llamada. Lo sublime está envuelto por una provocación casi constante porque “Los Javis” tienen terror a resultar mojigatos, pero creo que el núcleo duro de la película es la fe en el poder transformador del Amor de Dios, aunque sea un amor interpretado por un decepcionante Richard Collins-Moore.
Hay humor pero no caricatura. Ternura hacia cada uno de los personajes; a ninguno se le desprecia o maltrata y menos aún a las monjas. Una de ellas, la hermana Milagros (Belén Cuesta), cautiva con su inocencia, sus dudas y su bondad. La mirada tiernísima de los directores sobre esta joven monja, pero también sobre la autoritaria madre superiora, Sor Bernarda, segura de sí misma, con muchas tablas y más corazón, emociona.
En mi opinión, sobra la secuencia de amor lésbico final porque transmite ideología, cuando la película era pura frescura, basada en cuatro personajes femeninos, muy bien perfilados, en busca del AMOR con mayúsculas.
Y es que veinte siglos de discursos sobre Dios no sirven para hacer feliz el corazón del hombre aquí y ahora, si no tiene lugar el encuentro con Alguien. La gracia toca los corazones. Hay gracias nuevas y gracias que han madurado, pero que quizás también han envejecido.
La historia es la siguiente: dos chicas adolescentes, enamoradas del reggaeton y del electro latino, van de discoteca en discoteca y de novio en novio, hasta que una de ellas siente la llamada de Dios en un campamento de monjas en el campo de Segovia y comienza a replantearse su vida. Temática difícil envuelta en una estética kitsch que raya continuamente lo ridículo y hortera, mientras apunta a lo sublime.
No es la película que habría rodado Roland Joffé sobre la llamada de Dios; hay escenas e imágenes que me parece que sobran y emborronan el cuadro final. Es irreverente e incluso algunos la considerarán ofensiva, pero, a pesar de eso, creo que los directores han querido ser realmente respetuosos con la fe y que están sinceramente abiertos a la dimensión espiritual.
Si uno se fija en lo que hay de luminoso y no sólo en lo que chirría o en lo que echa de menos, aprecia enseguida que La llamada es auténtica, fresca y festiva y, aunque tiene algo de batiburrillo de ideas y mensajes confusos, tiene también secuencias sublimes, como cuando Dios se aparece a María (Macarena García, hermana de Javier Ambrossi) y le canta I will always love you de Whitney Houston. A mí esa escena me tocó. Transmite en lenguaje más actual imposible el poder transformador de saberse apasionadamente amado por Dios.
Aparentemente, puede parecer una parodia de la religión, pero no lo es. Esta película cree en el Amor de Dios y cree en su llamada. Lo sublime está envuelto por una provocación casi constante porque “Los Javis” tienen terror a resultar mojigatos, pero creo que el núcleo duro de la película es la fe en el poder transformador del Amor de Dios, aunque sea un amor interpretado por un decepcionante Richard Collins-Moore.
Hay humor pero no caricatura. Ternura hacia cada uno de los personajes; a ninguno se le desprecia o maltrata y menos aún a las monjas. Una de ellas, la hermana Milagros (Belén Cuesta), cautiva con su inocencia, sus dudas y su bondad. La mirada tiernísima de los directores sobre esta joven monja, pero también sobre la autoritaria madre superiora, Sor Bernarda, segura de sí misma, con muchas tablas y más corazón, emociona.
En mi opinión, sobra la secuencia de amor lésbico final porque transmite ideología, cuando la película era pura frescura, basada en cuatro personajes femeninos, muy bien perfilados, en busca del AMOR con mayúsculas.
Y es que veinte siglos de discursos sobre Dios no sirven para hacer feliz el corazón del hombre aquí y ahora, si no tiene lugar el encuentro con Alguien. La gracia toca los corazones. Hay gracias nuevas y gracias que han madurado, pero que quizás también han envejecido.
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