Enfermedades del espíritu, caricaturas del creyente
Hay algo común a todas las caricaturas del creyente que intento describir: se sustituye a la persona de Cristo por los "valores cristianos". Se vive la fe como un punto de llegada. Creemos que ya conocemos a Dios, pretendiendo domesticar o enjaular al Espíritu Santo que, sin embargo, sopla donde quiere y cuando quiere.
por Carmen Castiella
Tenemos fe, sí. Pero nos cuesta descalzarnos antes de pisar terreno sagrado y a veces somos elefantes que pisotean los jardines de la Gracia.
Es sano desconfiar de uno mismo. Revisarnos. Del mismo modo que percibimos la diferencia entre el amor a la Tradición y el tradicionalismo, misterio y ocultismo, o creemos en la mística sin ser visionarios que creen tener hilo directo con Dios, conviene perfilar algunos conceptos que nos pueden ser útiles para evitar o detectar errores, en primer lugar en nosotros mismos. ¿Qué creyente está libre de tener actitudes fariseas? ¿O gnósticas, cuando tendemos a valorar a las personas por su capacidad intelectual? Quiero incluirme a mí misma en cada una de las enfermedades del espíritu porque, aunque no sé si las he experimentado todas, no estoy vacunada contra ninguna. Lo último que pretende este artículo es facilitar etiquetas para colgar a nuestros hermanos en la fe o a los diferentes movimientos eclesiales, más vulnerables según su espiritualidad a unas enfermedades que a otras.
Creo que hay algo común a todas las caricaturas del creyente que intento describir: se sustituye a la persona de Cristo por los “valores cristianos”. Se vive la fe como un punto de llegada. Creemos que ya conocemos a Dios, pretendiendo domesticar o enjaular al Espíritu Santo que, sin embargo, sopla donde quiere y cuando quiere. El hombre no adquiere nada para siempre, olvida con enorme facilidad, siempre está en camino, siempre debe volver a comenzar. Ésta es la condición profunda del cristiano: su absoluta precariedad y dependencia de Dios.
Se trata de errores que, una vez mezclados con la correspondiente dosis de bien y de buenas intenciones, se mimetizan con facilidad y corren el riesgo de pasar desapercibidos:
Clericalismo
En estos tiempos de aversión a los sacerdotes y crítica antirreligiosa y anticlerical, parece que este concepto está de más, pero sigue siendo clave no caer en esa “mundanización de la fe” que impide crecer a los laicos.
“La razón no necesita de sacerdotes” (Péguy). Lo que corresponde a las exigencias de la razón no puede ser el clericalismo eclesiástico que conduce al creyente a un sistema cerrado.
La relación con Jesucristo es la que salvará al sacerdote de caer en esa forma de narcisismo que le lleva a “señorear” sobre los laicos y a mundanizar la fe.
Sobre el tema del clericalismo, Péguy es un autor del que podemos aprender. Él rechazó con energía el abrazo de la derecha clerical, lo que el llamaba “el partido de los devotos”. Esta advertencia es plenamente compatible con el amor y la oración por los sacerdotes.
Fanatismo e ideologización de la fe
Muchas veces me he preguntado qué es el fanatismo cristiano, el fanatismo dentro de casa. No fanatismo protestante ni fanatismo bíblico.
No lo tengo claro. Con frecuencia se confunde fervor y fanatismo, siendo realidades totalmente distintas. Creo que para el discurso políticamente correcto, cualquier forma de fervor espiritual será siempre fanatismo.
Para un cristiano la verdad no es fruto del consenso o del diálogo sino que cree en la verdad que salva, encarnada en la persona de Jesucristo. Esto ya es fundamentalismo para el escéptico que, como Pilatos, pregunta con desdén “¿Qué es la verdad?”.
Fanatismo como irracionalidad y cultura como antídoto contra el integrismo, tampoco me convence, porque muchas veces los más cultos han sido los más fanáticos. Los libros no vacunan frente a este ismo.
Chesterton define el fundamentalismo como “multiplicar los medios cuando se ha perdido de vista el fin”. También, aceptar cualquier medio cuando se cree tener muy claro el fin.
Trabajadores del Evangelio que por el Evangelio están dispuestos a hacer no pocas cosas en contra del Evangelio. Así surgen conceptos como táctica apostólica, propaganda, reclutamiento, estrategias empresariales aplicadas a realidades espirituales, manuales de evangelización con técnicas eficaces para convencer, etc.
Traigo a colación un texto de Von Balthasar: “Podríamos describir muchas formas de integrismo nacionales o extranjeras. Las posibles combinaciones entre tradicionalismo, legalismo, espíritu militar y política son interminables. Jesucristo ha llevado los pecados del mundo como “cordero” y no como tigre, ha proclamado la doctrina de su Padre desde el madero de la Cruz y no desde cátedras universitarias, ha amado al prójimo con espíritu de servicio y humildad, sencillo y sin 'táctica apostólica' y, sobre todo, no miraba a su propia integridad sino que, como el samaritano, penetraba las fronteras enemigas”.
Así, concluyo que el fanatismo dentro de la Iglesia irrumpe cuando reducimos la fe a ideología. Olvidamos a Cristo y, en su lugar, defendemos con pasión exagerada, desmedida e irracional los “valores cristianos”.
Sobre el concepto de ideología hay mucho escrito; me limito a apuntar una definición como “sistema de pensamiento cerrado y concepción del mundo que deforma la realidad”, pretendiendo imponerla como si los dogmas y la experiencia cristiana fuera algo que se puede imponer al hombre y no un acontecimiento lleno de Gracia, el encuentro con una Persona.
Fariseísmo
“Los fariseos quieren que los demás sean perfectos. Lo exigen y reclaman. Y no hablan más que de esto” (Péguy).
“Están de mal humor y, lo que es peor, albergan rencor. Insatisfechos de la moral ajena, no dejan de lanzar condenas sobre el mundo moderno. Lo suyo es quejarse y criticar” (Gianni Valente).
El fariseo reza de pie en medio de la sinagoga, seguro de sí mismo y sin necesidad de postrarse ante la grandeza de Dios. Complacido por su cumplimiento, en realidad se reza a sí mismo: “¡Pero mira qué bueno soy!”
Pelagianismo
Ratzinger habló en su día del “pelagianismo de los píos”. No quieren el perdón y, en general, ningún don de Dios sino la justa recompensa por su duro trabajo. No quieren esperanza sino seguridad. Con un duro rigorismo de ejercicios religiosos, con oraciones y acciones, quieren procurarse su derecho a la salvación.
El pelagianismo hace caer en el “hiper-activismo” porque pone su confianza en los planes y en los proyectos humanos y, así, termina por vaciar la acción de la gracia.
Esta espiritualidad para supuestos “héroes” o “súper-hombres”, basada en el voluntarismo, ha roto por dentro a muchas personas que entregaron su vida a Dios con el mayor idealismo. El dolor de tantos heridos debe interpelarnos como creyentes.
Gnosticismo cristiano
Dualismo entre espíritu y materia. Es el vaciamiento idealista de la encarnación, supone quedarse en el mundo de las ideas, olvidando que el Verbo se hizo carne. Se saltan la encarnación y así se saltan a Jesucristo.
Los gnósticos se ven a sí mismos como una clase privilegiada, elevada sobre todas las demás por su alto y profundo conocimiento de Dios.
El gnosticismo está presente en muchos rasgos de la Nueva Era, que busca la verdad de modo subjetivo y emocional.
Emocionalismo, pietismo, histeria colectiva y glotonería espiritual
A veces podemos confundir la fe con la emoción personal, la efervescencia y la histeria colectiva, o cultivar una avidez demasiado humana de experiencias pseudo-espirituales.
La cultura postmoderna, como reacción pendular al desencanto del racionalismo, ha producido un auge del sentimiento en detrimento de la razón, que se ha extendido también al ámbito religioso.
Este emocionalismo, vivido y alimentado casi siempre por el grupo, puede llevar al iluminismo, al fundamentalismo bíblico, al inmediatismo, esperándolo todo de una intervención milagrosa de Dios, al desprecio de la obediencia e independentismo de cualquier autoridad o jerarquía, bajo la ilusión de que sólo se depende del Espíritu Santo, etc.
Disfrutemos del sentimiento y de la dimensión festiva de la fe cuando la haya, pero no busquemos en esa vibración una confirmación constante de nuestra fe. Si no, cuando falte, empezaremos a perder pie. La casa debemos construirla sobre la roca firme que es Cristo.
Finalmente, el pietismo vendría a ser una forma de anti-intelectualismo, que cree que basta la piedad sin ser necesaria instrucción alguna. La fe no es creer a ciegas.
Frente a esto, busquemos un sano equilibrio y fusión entre lo vivencial y lo intelectual, razón y fe, mística y lógica.
Suspicacia antre la gracia ajena
Hay enfermedades del espíritu, sí, pero también hay mucha gracia que celebrar y méritos de otros por los que sentir alegría. Alegrémonos siempre del progreso espiritual de nuestros hermanos y alabemos a Dios por ello.
Es sano desconfiar de uno mismo. Revisarnos. Del mismo modo que percibimos la diferencia entre el amor a la Tradición y el tradicionalismo, misterio y ocultismo, o creemos en la mística sin ser visionarios que creen tener hilo directo con Dios, conviene perfilar algunos conceptos que nos pueden ser útiles para evitar o detectar errores, en primer lugar en nosotros mismos. ¿Qué creyente está libre de tener actitudes fariseas? ¿O gnósticas, cuando tendemos a valorar a las personas por su capacidad intelectual? Quiero incluirme a mí misma en cada una de las enfermedades del espíritu porque, aunque no sé si las he experimentado todas, no estoy vacunada contra ninguna. Lo último que pretende este artículo es facilitar etiquetas para colgar a nuestros hermanos en la fe o a los diferentes movimientos eclesiales, más vulnerables según su espiritualidad a unas enfermedades que a otras.
Creo que hay algo común a todas las caricaturas del creyente que intento describir: se sustituye a la persona de Cristo por los “valores cristianos”. Se vive la fe como un punto de llegada. Creemos que ya conocemos a Dios, pretendiendo domesticar o enjaular al Espíritu Santo que, sin embargo, sopla donde quiere y cuando quiere. El hombre no adquiere nada para siempre, olvida con enorme facilidad, siempre está en camino, siempre debe volver a comenzar. Ésta es la condición profunda del cristiano: su absoluta precariedad y dependencia de Dios.
Se trata de errores que, una vez mezclados con la correspondiente dosis de bien y de buenas intenciones, se mimetizan con facilidad y corren el riesgo de pasar desapercibidos:
Clericalismo
En estos tiempos de aversión a los sacerdotes y crítica antirreligiosa y anticlerical, parece que este concepto está de más, pero sigue siendo clave no caer en esa “mundanización de la fe” que impide crecer a los laicos.
“La razón no necesita de sacerdotes” (Péguy). Lo que corresponde a las exigencias de la razón no puede ser el clericalismo eclesiástico que conduce al creyente a un sistema cerrado.
La relación con Jesucristo es la que salvará al sacerdote de caer en esa forma de narcisismo que le lleva a “señorear” sobre los laicos y a mundanizar la fe.
Sobre el tema del clericalismo, Péguy es un autor del que podemos aprender. Él rechazó con energía el abrazo de la derecha clerical, lo que el llamaba “el partido de los devotos”. Esta advertencia es plenamente compatible con el amor y la oración por los sacerdotes.
Fanatismo e ideologización de la fe
Muchas veces me he preguntado qué es el fanatismo cristiano, el fanatismo dentro de casa. No fanatismo protestante ni fanatismo bíblico.
No lo tengo claro. Con frecuencia se confunde fervor y fanatismo, siendo realidades totalmente distintas. Creo que para el discurso políticamente correcto, cualquier forma de fervor espiritual será siempre fanatismo.
Para un cristiano la verdad no es fruto del consenso o del diálogo sino que cree en la verdad que salva, encarnada en la persona de Jesucristo. Esto ya es fundamentalismo para el escéptico que, como Pilatos, pregunta con desdén “¿Qué es la verdad?”.
Fanatismo como irracionalidad y cultura como antídoto contra el integrismo, tampoco me convence, porque muchas veces los más cultos han sido los más fanáticos. Los libros no vacunan frente a este ismo.
Chesterton define el fundamentalismo como “multiplicar los medios cuando se ha perdido de vista el fin”. También, aceptar cualquier medio cuando se cree tener muy claro el fin.
Trabajadores del Evangelio que por el Evangelio están dispuestos a hacer no pocas cosas en contra del Evangelio. Así surgen conceptos como táctica apostólica, propaganda, reclutamiento, estrategias empresariales aplicadas a realidades espirituales, manuales de evangelización con técnicas eficaces para convencer, etc.
Traigo a colación un texto de Von Balthasar: “Podríamos describir muchas formas de integrismo nacionales o extranjeras. Las posibles combinaciones entre tradicionalismo, legalismo, espíritu militar y política son interminables. Jesucristo ha llevado los pecados del mundo como “cordero” y no como tigre, ha proclamado la doctrina de su Padre desde el madero de la Cruz y no desde cátedras universitarias, ha amado al prójimo con espíritu de servicio y humildad, sencillo y sin 'táctica apostólica' y, sobre todo, no miraba a su propia integridad sino que, como el samaritano, penetraba las fronteras enemigas”.
Así, concluyo que el fanatismo dentro de la Iglesia irrumpe cuando reducimos la fe a ideología. Olvidamos a Cristo y, en su lugar, defendemos con pasión exagerada, desmedida e irracional los “valores cristianos”.
Sobre el concepto de ideología hay mucho escrito; me limito a apuntar una definición como “sistema de pensamiento cerrado y concepción del mundo que deforma la realidad”, pretendiendo imponerla como si los dogmas y la experiencia cristiana fuera algo que se puede imponer al hombre y no un acontecimiento lleno de Gracia, el encuentro con una Persona.
Fariseísmo
“Los fariseos quieren que los demás sean perfectos. Lo exigen y reclaman. Y no hablan más que de esto” (Péguy).
“Están de mal humor y, lo que es peor, albergan rencor. Insatisfechos de la moral ajena, no dejan de lanzar condenas sobre el mundo moderno. Lo suyo es quejarse y criticar” (Gianni Valente).
El fariseo reza de pie en medio de la sinagoga, seguro de sí mismo y sin necesidad de postrarse ante la grandeza de Dios. Complacido por su cumplimiento, en realidad se reza a sí mismo: “¡Pero mira qué bueno soy!”
Pelagianismo
Ratzinger habló en su día del “pelagianismo de los píos”. No quieren el perdón y, en general, ningún don de Dios sino la justa recompensa por su duro trabajo. No quieren esperanza sino seguridad. Con un duro rigorismo de ejercicios religiosos, con oraciones y acciones, quieren procurarse su derecho a la salvación.
El pelagianismo hace caer en el “hiper-activismo” porque pone su confianza en los planes y en los proyectos humanos y, así, termina por vaciar la acción de la gracia.
Esta espiritualidad para supuestos “héroes” o “súper-hombres”, basada en el voluntarismo, ha roto por dentro a muchas personas que entregaron su vida a Dios con el mayor idealismo. El dolor de tantos heridos debe interpelarnos como creyentes.
Gnosticismo cristiano
Dualismo entre espíritu y materia. Es el vaciamiento idealista de la encarnación, supone quedarse en el mundo de las ideas, olvidando que el Verbo se hizo carne. Se saltan la encarnación y así se saltan a Jesucristo.
Los gnósticos se ven a sí mismos como una clase privilegiada, elevada sobre todas las demás por su alto y profundo conocimiento de Dios.
El gnosticismo está presente en muchos rasgos de la Nueva Era, que busca la verdad de modo subjetivo y emocional.
Emocionalismo, pietismo, histeria colectiva y glotonería espiritual
A veces podemos confundir la fe con la emoción personal, la efervescencia y la histeria colectiva, o cultivar una avidez demasiado humana de experiencias pseudo-espirituales.
La cultura postmoderna, como reacción pendular al desencanto del racionalismo, ha producido un auge del sentimiento en detrimento de la razón, que se ha extendido también al ámbito religioso.
Este emocionalismo, vivido y alimentado casi siempre por el grupo, puede llevar al iluminismo, al fundamentalismo bíblico, al inmediatismo, esperándolo todo de una intervención milagrosa de Dios, al desprecio de la obediencia e independentismo de cualquier autoridad o jerarquía, bajo la ilusión de que sólo se depende del Espíritu Santo, etc.
Disfrutemos del sentimiento y de la dimensión festiva de la fe cuando la haya, pero no busquemos en esa vibración una confirmación constante de nuestra fe. Si no, cuando falte, empezaremos a perder pie. La casa debemos construirla sobre la roca firme que es Cristo.
Finalmente, el pietismo vendría a ser una forma de anti-intelectualismo, que cree que basta la piedad sin ser necesaria instrucción alguna. La fe no es creer a ciegas.
Frente a esto, busquemos un sano equilibrio y fusión entre lo vivencial y lo intelectual, razón y fe, mística y lógica.
Suspicacia antre la gracia ajena
Hay enfermedades del espíritu, sí, pero también hay mucha gracia que celebrar y méritos de otros por los que sentir alegría. Alegrémonos siempre del progreso espiritual de nuestros hermanos y alabemos a Dios por ello.
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