Como novios
Este asunto no es de interés general, aunque sí de particular importancia para algunos. Le he dedicado tres o cuatro artículos a lo largo de los años. La cuestión es si el matrimonio es indisoluble de veras o si hasta la muerte (algo tan circunstancial y común) lo separa. No es un asunto de masas porque, para que esto te interpele, tienes que creer en el matrimonio para toda la vida y, además, en la vida eterna, y, entonces, preguntarte si ésta estará incluida en el "para toda la vida". Me inquieta porque los años vuelan y, si ya morirse en un trago, si a la vez te divorcian…
Rigurosa, la doctrina católica parece inclinarse por el polvo eres y en polvo te convertirás. Jesús dijo, ay, que seremos como ángeles en el cielo, lo que no me encandila, y menos tras la resurrección de los cuerpos, que serán, um, gloriosos. Pero los matrimonios de viudos son canónicos y Santo Tomás Moro no duró nada viudo, y bien santo que fue. A los recalcitrantemente indisolubles nos cuesta aceptar que nuestro sacramento no deje carisma y que las instituciones más sagradas no pervivan ante Dios. ¿Acaso las naciones y las órdenes religiosas no gravitarán también en el Cielo?
Hay una vía intermedia. Hasta ahora no me convencía porque me la había explicado Fabrice Hadjadj con acentos inquietantes. Sostiene el filósofo francés que en la Gloria cada uno estará especialmente cercano a quienes amó más y mejor. Por lo que podía pasar que tu mujer -dice- tuviese más cerca al carnicero de la esquina, si éste la quiso con una caridad más intensa. El ejemplito se las trae.
Gustave Thibon piensa lo mismo; pero lo expone en La crisis moderna del amor con acentos más atractivos. El matrimonio no es eterno por esencia, en cuanto que sus fines propios se consuman aquí, en la sangre y en la sociedad; otra cosa es su perfección posible. Ahí sí que puede "establecer lazos espirituales lo suficientemente profundos para transformar a los cónyuges en compañeros de eternidad".
O sea, que no podemos dormirnos en los laureles, como yo, posando de romántico pero demasiado comodón, pensaba. La indisolubilidad es para quien se la trabaja. ¡Con lo que yo me he reído de los consejitos edulcorados que piden a los esposos que se quieran "como novios"! Ya no me río tanto. Estoy asumiendo que para aquí y ahora tal vez no, pero que siempre somos pretendientes para la eternidad. Para la corte celestial, hay que cortejarse.
Publicado en Diario de Cádiz.